Israel lleva más de veinte meses bombardeando de manera sistemática la Franja de Gaza.La destrucción de este enclave palestino se inició inmediatamente después de los ataques del 7 de octubre de 2023 y, desde entonces, han sido asesinadas 55.000 personas y han resultado heridas otras 120.000, según el Ministerio de Salud gazatí. Las cifras reales, según un artículo aparecido en la revista científica The Lancet en febrero de 2025, podrían ser mucho mayores: al menos un 40% más de las víctimas contabilizadas hasta el momento.
No se trata, por lo tanto, de “daños colaterales”, sino de una violencia estructural y sostenida en el tiempo contra la población palestina. La inmensa mayoría (un 70%) son mujeres y niños, resultado de la aplicación de la Doctrina Dahiye, que no distingue entre objetivos civiles y militares ya que, como señalara el presidente israelí Isaac Herzog: “No hay civiles inocentes en Gaza: una nación entera es responsable” de los ataques.
Israel Katz, ministro de Defensa, ha advertido en reiteradas ocasiones a Hamás que “si no se libera a todos los rehenes, Israel actuará con una fuerza sin precedentes: la alternativa es la completa destrucción y devastación”.
«No son ‘daños colaterales’, se trata de una violencia estructural y sostenida en el tiempo contra la población palestina»
Durante estos últimos veinte meses, la Corte Internacional de Justicia ha recopilado numerosas declaraciones de esta índole en su caso contra Israel para determinar si está perpetrando o no un genocidio. El artículo 6 del Estatuto de Roma señala: “Se entenderá por genocidio cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, entre ellos la matanza de miembros del grupo; la lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo y el sometimiento intencional en torno a la necesidad de seguir proporcionando las armas con las que se destruye Gaza y los presidentes Joe Biden y Donald Trump han recurrido cinco veces a su derecho a veto para impedir que el Consejo de Seguridad aprobase del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.
A pesar de que la mayoría de las organizaciones internacionales de Derechos Humanos considera que se están perpetrando crímenes de guerra y de lesa humanidad, la mayor parte de los países occidentales siguen considerando que Israel afronta una amenaza existencial y, por lo tanto, tiene derecho a defenderse. En Estados Unidos y Alemania hay un fuerte consenso en la escena política en torno a la necesidad de seguir proporcionando las armas con las que se destruye Gaza y los presidentes Joe Biden y Donald Trump han recurrido cinco veces a su derecho a veto para impedir que el Consejo de Seguridad aprobase una resolución que imponga “un alto el fuego inmediato, incondicional y permanente”, así como “el levantamiento inmediato e incondicional de todas las restricciones a la entrada de ayuda humanitaria en Gaza” a cambio de “la liberación inmediata, digna e incondicional de todos los rehenes”, tal y como rezaba la última propuesta rechazada por Estados Unidos el pasado 4 de junio.
Por otra parte, las negociaciones desarrolladas por el enviado especial estadounidense Steve Wittkoff, con la mediación de Catar y Egipto, han resultado infructuosas hasta el momento, debido al abismo que separa a las demandas del gobierno israelí y la organización Hamás. El ejecutivo israelí ha señalado que ni tan siquiera la liberación de los rehenes impedirá la destrucción del enclave palestino y la expulsión de su población, mientras que Hamás interpreta que dicha liberación debería supeditarse a la completa retirada israelí y la reconstrucción de Gaza.
Buena parte de la sociedad israelí considera que la absoluta prioridad del primer ministro Benjamín Netanyahu, sobre el cual pesa una orden de arresto internacional dictada por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad, es mantenerse en el poder. Como denuncia el columnista israelí Itamar Eichner “a Netanyahu sólo le interesaba su supervivencia política y la de su coalición. Esas consideraciones se antepusieron a todas las demás, incluidas las vidas de los rehenes tomados cautivos durante la masacre que se produjo bajo su vigilancia. Ahora todos los israelíes están pagando el precio”.
La operación carros de Gedeón
Con este telón de fondo, el gabinete israelí aprobó la operación Carros de Gedeón el 5 de mayo. Sus objetivos declarados serían derrotar por completo a Hamás destruyendo por completo sus capacidades militares, así como liberar a la veintena de rehenes israelíes que todavía se cree que siguen con vida de los 56 en manos de la organización islamista.
Exactamente los mismos objetivos que Israel se cifró tras el 7 de octubre de 2023 y que, según parece, en veinte meses de bombardeos han sido incapaces de alcanzar a pesar de haber destruido, total o parcialmente, el 92% de las construcciones (incluidos hospitales, escuelas, universidades, campos de refugiados y zonas residenciales) y el 80% de las tierras agrícolas según la ONU.
La nueva ofensiva se desarrollará en varias fases. En la primera, ya en marcha, se han intensificado los ataques contra Hamás y el ejército israelí inició una ofensiva para ocupar de manera permanente la Franja de Gaza, donde se aplicaría el denominado “modelo Rafah”: la destrucción completa de todos los edificios y túneles con el propósito de impedir el retorno a sus hogares de los palestinos y que Hamás mantenga sus bases. En la segunda fase se concentrará a la población en una estrecha franja comprendida entre los corredores de Philadelphia y Morag en la frontera con Egipto, territorio que el ejército israelí denomina de manera eufemística “zona segura”, pero que los palestinos llaman “campo de concentración”.
Objetivo doble
El objetivo final sería doble: por una parte, derrotar a Hamás y, por otra, concentrar a la población en la frontera con Egipto para forzar su expulsión de la Franja de Gaza. Katz, ministro de Defensa, reconoció expresamente que “el plan de emigración voluntaria para los residentes de Gaza forma parte de los objetivos de la operación”. Si quedara alguna duda sobre el objetivo final de Carros de Gedeón, el primer ministro Netanyahu señaló en una reunión de la Comisión de Asuntos Exteriores y Defensa de la Knesset: “Estamos destruyendo cada vez más hogares. No tendrán a dónde volver. El resultado inevitable será que los gazatíes tendrán que emigrar fuera de la Franja de Gaza”.
«El objetivo de Israel es doble: derrotar a Hamás y concentrar a la población en la frontera con Egipto para forzar su expulsión de Gaza»
Una inmensa mayoría de la población israelí respalda los planes de su gobierno destinados a vaciar de población la Franja de Gaza. Según una reciente encuesta realizada por la Pennsylvania State University, un 82% de los judíos israelíes encuestados respalda la expulsión de los más de dos millones de palestinos que habrían sobrevivido a los veinte meses de ofensiva. Además, un 56% es también partidario de la expulsión de la minoría palestina de Israel, que suma otros dos millones de personas. Por último, un 47% considera necesario “actuar como los israelíes hicieron en tiempos bíblicos y asesinar a todos los habitantes de las ciudades conquistadas”.
Esta opción no es ni mucho menos sencilla, dado que la población palestina ha dejado claro una y otra vez que no abandonará por su propia voluntad la tierra en la que nacieron y tampoco los países del entorno parecen estar dispuestos a aceptar la llegada de cientos de miles de refugiados a sus territorios. No debe olvidarse que en su reunión con Netanyahu el pasado 5 de febrero en la Casa Blanca, el presidente Donald Trump se mostró a favor de la expulsión de la población para establecer, sobre sus ruinas, una “Riviera de Oriente Medio”. La tajante negativa del presidente egipcio Abdel Fattah Al Sisi y del rey jordano Abdalá II a convertirse en cómplices de esta limpieza étnica, ha llevado a la administración norteamericana a barajar otras opciones como Sudán y Libia, países inmersos en guerras civiles y con cuyos señores de la guerra negocia la acogida de cientos de miles de palestinos.
La catástrofe humanitaria
RAS la ruptura unilateral del alto el fuego por parte del gobierno israelí el 2 de marzo, las autoridades militares impidieron la entrada de ayuda humanitaria (agua, alimentos, medicinas y combustible) durante un periodo de dos meses y medio, lo que llevó a Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, a señalar: “Dos millones de personas se mueren de hambre, mientras 116.000 toneladas de alimentos están bloqueadas en la frontera a pocos minutos de distancia”.
Según un informe de Naciones Unidas, uno de cada cinco palestinos de Gaza se enfrenta actualmente a la inanición, mientras que 9.000 niños han sido hospitalizados por desnutrición aguda. La organización Médicos Sin Fronteras, que todavía cuenta con presencia en los pocos hospitales operativos en la Franja de Gaza, considera ante las presiones internacionales para que el ejército israelí permitiera la entrada de ayuda humanitaria, el gobierno de Netanyahu autorizó la puesta en práctica de un nuevo sistema de distribución a cargo de la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF en sus siglas inglesas), una opaca organización establecida por EEUU e Israel con el propósito de reemplazar a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), que lleva proporcionando atención a los refugiados palestinos desde su establecimiento en 1949. Las agencias internacionales han dejado claro que, bajo ningún concepto, colaborarán con dicha organización, ya que el “nuevo sistema de distribución está militarizado” y “no responde a las necesidades ni a la dignidad de la población de Gaza”.
La GHF parece haber sido diseñada por las autoridades militares israelíes para reforzar su control sobre la población y acelerar la limpieza étnica, ya que los únicos puntos de distribución de comida están situados en la zona fronteriza con Egipto y la población tiene que recorrer decenas de kilómetros para poder acceder a dicha ayuda. El 26 de mayo dicha organización empezó a prestar servicios, pero a los pocos días anunció que interrumpía sus actividades después de que decenas de palestinos fueron asesinados cuando se dirigían a los puntos de distribución, lo que llevó a la dimisión de su propio director el exmilitar norteamericano Jake Wood, quien señaló que la nueva fundación no se basaba en “los principios de humanidad, neutralidad, imparcialidad e independencia”.
La utilización del hambre como arma de guerra es un castigo colectivo prohibido por las convenciones internacionales que lo consideran un crimen de lesa humanidad. Pese a ello, la mayor parte de los integrantes del gobierno de Netanyahu son partidarios de impedir la entrada de alimentos. El ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, ha abogado en varias ocasiones por bombardear los depósitos de alimentos y combustible de Gaza para acelerar la limpieza étnica: “No hay ningún problema en bombardear las reservas de combustible y alimentos de Hamás. Tienen que morirse de hambre. Si hay civiles que temen por su vida, deben seguir el plan de emigración”. El titular de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, señaló por su parte: “Cualquier ayuda humanitaria que entre en la franja alimentará a Hamás y le dará oxígeno mientras nuestros rehenes languidecen en los túneles. Debemos aplastar a Hamás, no darle oxígeno simultáneamente”.
Destruir completamente Gaza
Según diferentes fuentes, el propósito de las autoridades israelíes sería concentrar a los dos millones de palestinos en una pequeña franja de territorio fronteriza con Egipto y, posteriormente, someterla a unas condiciones de vida extremas para acelerar su expulsión. La Radio del Ejército israelí ha confirmado que “cada representante de una familia de Gaza recibirá exactamente la cantidad que sea suficiente para evitar una situación de hambruna”. En total, sólo se permitirá la entrada de sesenta camiones de ayuda humanitaria al día (frente a los 500 que entraban antes del 7 de octubre de 2023).
Por si todavía quedara algún tipo de dudas sobre el objetivo final de la operación Carros de Gedeón, Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, ha señalado recientemente: “Gaza será completamente destruida, sus ciudadanos serán concentrados al sur del eje Morag y se marcharán en masa a terceros países”. El periodista israelí Meron Rapoport ha concretado las diferentes fases para llevar a cabo la expulsión de la población: “La idea parece ser: primero, acorralar a la población en uno o más enclaves cerrados; luego, dejar que el hambre y la desesperación hagan el resto. Los palestinos verán que Gaza ha sido completamente destruida, que sus casas han sido arrasadas y que no tienen ni presente ni futuro en la Franja. En ese momento, según el plan israelí, los propios palestinos empezarán a presionar para emigrar, obligando a los países árabes a acogerlos”.
Para que estos planes de limpieza étnica se lleven finalmente a cabo es necesario mantener a Hamás con vida a toda costa, ya que su derrota impediría que se culminase la expulsión de la población, tal y como pretende el ejecutivo israelí. Sorprende el hecho de que el ejército israelí fuese capaz de descabezar al liderazgo político y militar de Hezbolá en tan sólo un mes de ataques sobre Líbano y que haya sido incapaz de acabar con Hamás tras veinte meses de ofensiva contra la Franja de Gaza. A pesar de la destrucción generalizada y de las 55.000 muertes causadas, fuentes militares israelíes consideraron que Hamás dispone ahora de más efectivos que en octubre de 2023: un total de 40.000 combatientes según recogiera el diario Haaretz en su edición del 10 de abril.
Parece evidente que para justificar que la guerra se prolongue de manera indefinida es indispensable que Hamás no sea derrotada por completo, ya que sin un enemigo al que combatir Israel debería interrumpir de manera inmediata sus ataques sobre la Franja de Gaza y permitir la entrada masiva de ayuda humanitaria para prevenir la situación de hambruna. En opinión del analista Muhammad Shehada, “el desarme de Hamás no es más que un pretexto para Israel; el verdadero objetivo es hacer que Gaza sea inhabitable, ingobernable y, en última instancia, despoblada. Cada negociación que Israel sabotea, cada alto el fuego que socava y cada convoy humanitario que bloquea forman parte de una campaña deliberada de limpieza étnica. No es una guerra contra Hamás, es una guerra contra la propia existencia de los palestinos de Gaza”.
