La realidad supera a la ficción en Corea del Sur. Y eso ya es mucho decir en un país que se ha hecho famoso durante los últimos años por sus imaginativas películas y series de televisión, como Parásitos o El juego del calamar. Como si fuera una mezcla de ambas, Yoon Suk-yeol, el presidente destituido por declarar la ley marcial el pasado 3 de diciembre, protagoniza un culebrón en el que, a modo de “juego del calamar político”, parasita la democracia surcoreana.
Parecía difícil que alguien pudiera superar el descrédito que causó la presidenta Park Geun-hye, hija del dictador Park Chung-hee, quien dirigió el gobierno desde 2013 hasta su destitución en 2017 por el escándalo de corrupción y amiguismo de su “rasputina”. Por su oscura influencia sobre ella, similar a la de aquel místico monje de la Rusia zarista, así se conocía a su amiga Choi Soon-sil, quien se aprovechaba de su cercanía con la presidenta Park para decidir sobre sus políticas de Estado y, de paso, extorsionar a las principales corporaciones del país, como Samsung o Hyundai, a las que sacaron entre ambas unos 50 millones de euros. Por este caso, que provocó a finales de 2016 las manifestaciones más multitudinarias desde la transición a la democracia en 1987, Park fue condenada en 2018 a 32 años de cárcel. Pero quedó en libertad a finales de 2021 tras ser indultada por “motivos humanitarios”.
Paradójicamente, el fiscal que investigó el caso y logró la sentencia fue el ahora destituido presidente Yoon. Gracias al prestigio que se había labrado como azote contra la corrupción de los ricos y poderosos, fue llamado por la principal fuerza conservadora tras su refundación, el Partido del Poder Popular (PPP), para limpiar la mala imagen que habían dejado sus dos últimos presidentes. Además…