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Un aficionado egipcio sostiene un cartel con la cara del delantero Mohamed Salah en el Volgograd Arena. Junio de 2018./nicolas asfouri/afp/Getty Images

Rusia 2018, expectación, polémica y fracaso

Ricard González
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El Mundial ha despertado el orgullo nacional y hecho renacer el viejo sentimiento panárabe, pero excluyendo a la región del Golfo. Prueba de que es difícil separar política y deporte.

Si en lugar de haber nacido a finales del siglo XVIII, lo hubiera hecho a finales del XX, quizás Carl von Clausewitz habría acuñado la frase “el Mundial es la continuación de la política por otros medios”. Y es que, convertido ya el fútbol en el deporte rey incluso en Extremo Oriente, una vez cada cuatro años, y durante un par de semanas, el mundo entero se reúne alrededor de un balón y un mar de suspiros. El Mundial, el evento deportivo más seguido, se ha convertido  para los líderes políticos en un escaparate perfecto en el que exhibir patriotismo. Pero eso sí, solo cuando los gladiadores patrios del balón triunfan. Si lo hicieron los presidentes de Francia y Croacia este año en Moscú, ¿cómo no van a caer en la tentación aquellos mandatarios sin la legitimidad democrática que otorgan las urnas?

En el mundo árabe, el Mundial de Rusia 2018 se presentó lleno de expectación. Nunca antes se habían clasificado tantos combinados árabes para la fase final de la competición. Fueron cuatro: Marruecos, Túnez, Egipto y Arabia Saudí. Si ampliamos la profundidad de campo de nuestro visor para incluir a todos los países de mayoría musulmana, cabría añadir también a Irán y Senegal. Sin embargo, el aumento teórico de las opciones de éxito no redundó en unos mejores resultados. Todas las selecciones árabes e islámicas volvieron a casa después de la primera fase. Algunas, como Marruecos, ofrecieron un buen juego, pero se vieron penalizadas por la mala suerte y las decisiones arbitrales. Otras, como Egipto, lo fueron por la incapacidad de su estrella, Mohamed Salah, de recuperarse de una…

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