En marzo de 2023, al despedirse de Vladímir Putin tras una de sus últimas visitas al Kremlin, el presidente chino, Xi Jinping, le susurró: “Se están produciendo cambios que no hemos visto en cien años y somos nosotros quienes los estamos liderando juntos”. Erosionar el poder económico y geopolítico de Occidente (un obstáculo a sus aspiraciones nacionales) y frenar la expansión de los valores democráticos (percibidos como una amenaza existencial a sus regímenes políticos), son las dos grandes transformaciones perseguidas por la asociación estratégica entre Pekín y Moscú. Como reiteraron junto a otros actores revisionistas y una nutrida representación del Sur Global en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) celebrada a finales de agosto en Tianjin, defender “el verdadero multilateralismo” y promover “un mundo multipolar” son los principales objetivos que guían su política exterior.
Pese a ese interés compartido por reconfigurar el orden internacional que ha estado liderado por Estados Unidos, Rusia y China no mantienen, sin embargo, una misma concepción sobre la estructura del futuro orden global, ni sus capacidades son en modo alguno comparables. Ambos factores explican sus diferentes métodos de actuación. Violando las reglas más básicas del derecho internacional, así como los compromisos firmados por ella misma en sucesivos tratados, Rusia ha recurrido a la agresión para destruir la arquitectura de seguridad europea. Es así como una Rusia históricamente debilitada busca no perder su estatus como gran potencia. Mientras Putin cree que los grandes no tienen por qué estar sujetos a norma alguna (might is right), Xi sostiene en cambio como prioridad la estabilidad y el respeto a principios fundamentales como la integridad territorial. Las incoherencias con esta última afirmación, como en su apoyo a Moscú en Ucrania, por ejemplo, las justifica por la supuesta obligación de reconocer “las legítimas…

La oscuridad de Cuba
Teoría y práctica de la diplomacia china