Aunque los hechos parecen conocidos, quedan notables sombras por aclarar hasta que se determine qué fue lo que llevó el 23 de mayo a los pilotos del avión de Ryanair a desviarse de su ruta para aterrizar en el aeropuerto de Minsk (Bielorrusia), cuando el de su destino en Vilna (Lituania) estaba más cerca. Por supuesto, el mensaje de que había una bomba a bordo y la presencia de un caza MiG-29 son poderosas razones, pero no lo explican todo. Se trató de un acto de piratería aérea, secuestro –del opositor Roman Protasevich, a bordo del vuelo– y terrorismo de Estado ejecutado por Bielorrusia, con implicación personal de su propio presidente, Alexander Lukashenko, en su afán por librarse de los disidentes más peligrosos y enviar un mensaje contundente a sus críticos.
Cabe suponer que el presidente bielorruso era consciente de que su gesto de fuerza le traería consecuencias, aunque también…

Un acto de piratería aérea
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