POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 206

Eric Hobsbawm en las oficinas de la revista ‘Prospect’ (Londres, 1998). © JULIAN ANDERSON

Un comunista en Cambridge

Decía Hobsbawm que si un marciano aterrizara en la Tierra no tendría más remedio que conocer el término ‘nación’ para entender qué había ocurrido en los dos últimos siglos.
Mercedes Cabrera
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“A Eric Hobsbawm no le gustaba el nacionalismo”, dice Donald ­Sassoon en su introducción a este volumen recopilatorio de varios escritos del historiador británico. No es de extrañar, añade, en un judío opuesto al sionismo, un británico nacido en Egipto en 1917, de abuelo polaco, padre inglés y madre vienesa, fallecidos ambos cuando Hobsbawm tenía 14 años. Creció entre Viena y el Berlín en el que el nazismo llegó al poder, y se trasladó con sus tíos a Londres. En un viaje a París en 1936 tuvo contacto con grupos socialistas y comunistas, y también con las vanguardias artísticas. Allí se aficionó al jazz, una de sus grandes pasiones sobre la que escribió comentarios en diversas revistas, bajo seudónimo. Era también un gran lector de Literatura, desde Rudyard Kipling a Samuel Taylor Coleridge, Marcel Proust o Thomas Mann, lo que contribuyó a su excelente escritura. Cuando volvió a Londres ingresó con una beca en el King’s College de Cambridge, bajo la dirección del historiador económico Michael M. Postan.

A finales de los años cuarenta, tras la agitación política que se había vivido con pasión en la exclusiva Universidad de Oxford, pero sobre todo en la de Cambridge, fundó, junto con E. P. Thompson y Christopher Hill, entre otros, la Agrupación de Historiadores del Partido Comunista. Sin arrumbar nunca su compromiso político, Hobsbawm optó por convertirse en historiador en aquel grupo que redefinió los estudios de la historia social, de la historia desde abajo.

 

Sobre el nacionalismo
Eric Hobsbawm
Traducción de Eduardo Adrián Hojman
Barcelona: Crítica
2022. 430 págs.

 

Sus primeras publicaciones sobre rebeldes primitivos y bandidos, o sobre el despertar de la clase obrera, tuvieron buena acogida, pero el gran salto adelante se produjo cuando el editor George Weidenfeld rompió el veto que Hobsbawm tenía en algunas editoriales…

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