salazar portugal
Autor: Marco Ferrari
Editorial: Debate
Fecha: 2022
Páginas: 224
Lugar: Barcelona

Una dictadura austera con un final surrealista

A diferencia de Franco en España, Salazar no necesitó una guerra para llegar al poder en Portugal. Le bastó su capacidad con los números y una profunda comprensión del alma portuguesa para gobernar el país, con terror ‘sutil’, durante casi cuatro décadas, hasta su final surrealista.
Rosa Cullel
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He leído La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces, del escritor italiano Marco Ferrari, como si fuera un libro de aventuras. Tiene momentos dramáticos, algunos familiares —Francisco Franco flota por sus páginas— y otros surrealistas. Coincide mi lectura con las últimas elecciones generales en Portugal, anticipadas debido al creciente desencuentro entre la izquierda lusa. Sea cual sea el resultado —incluso con el auge de la ultraderecha de Chega—, el país que preside hoy el profesor Marcelo Rebelo de Sousa en nada se parece al del Estado Novo de Salazar.

No hay dos países iguales ni dos dictadores calcados. De ello nos advierte Ferrari, que dedica una buena parte del libro a analizar la relación entre Franco y Salazar, resaltando su común ideología y sus distintos caracteres. Llega a la conclusión de que fueron “amigos a la fuerza”. Ambos se sentían “investidos de una misión superior que pusiera coto al caos y a la ruina combatiendo al extremismo y al comunismo”.

Al margen de las diferencias políticas y económicas de esos vecinos regímenes, el escritor nos ofrece momentos de frívola chanza, que se agradecen, analizando la apariencia y la vestimenta de ambos caudillos. “Salazar llevaba trajes de estilo inglés con corbata o pajarita y un sombrero de ala vuelta. Tenía la mirada altiva y los labios finos. Franco era más bajo, gordezuelo, vestía abultados capotes militares y uniformes con gallardetes y medallas en el pecho”.

El portugués, aunque hijo de una familia de agricultores de Vimieiro, era “erudito, profesor universitario y exseminarista”. Sobre el español, señala, “había sido un estudiante mediocre y tenía mentalidad militar”. Salazar era catedrático de Economía política y Finanzas por la Universidad de Coimbra. Entre 1920 y 1928, Portugal había entrado en un “largo proceso de inestabilidad, con golpes militares incluidos, ocho presidentes, 45 gobiernos, 38 primeros ministros y una Junta Constitucional”. En un intento extremo de salvar lo que quedaba de la República, los notables del país llegaron a un compromiso. Formaron un gobierno con Salazar de ministro de Finanzas. Tardó poco en granjearse la confianza de los militares, que aceptaron la creación de un Estado a la medida del nuevo líder, el Estado Novo. En julio de 1932 ya era primer ministro, y lo fue hasta 1968.

En 1940 le fue concedido un honoris causa por la Universidad de Oxford. Declararse fascista, y haber aprobado ya el Estado Novo, no fue óbice para el reconocimiento académico británico. El militar Franco había luchado en África y fue comandante en uno de los tercios de la Legión. Su intervención fue decisiva para que el golpe que dio una parte del Ejército en 1936 se transformara en una sangrienta guerra civil.

 

El dictador austero

Salazar, aunque reforzó y apoyó en todo momento a la PIDE (la policía encargada de la represión política), llevó a cabo un terror más “sutil”. La represión se concentró en comunistas y anticolonialistas. Pero la mayor de las diferencias entre ambas dictaduras fue la Guerra Civil española. Salazar no necesitó una guerra para llegar al poder, le bastó su capacidad con los números y una profunda comprensión del alma portuguesa. Fue un hombre austero hasta el límite (Portugal fue el único país que devolvió todos los créditos del plan Marshall) y que murió tan humildemente como había nacido, enterrado en el cementerio de su pueblo, junto a sus padres y bajo una piedra sin nombre, según lo había dejado estipulado.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial acercó a los dos caudillos ibéricos, aunque ninguno de los dos era aficionado a los viajes. Las pocas veces (siete) que se encontraron fue para llegar a acuerdos que impidieran la entrada de cualquiera de sus países en la guerra y, a su vez, aseguraran la buena vecindad. Esa “amistad forzada”, como la define Ferrari, estaba rodeada de pocas palabras y de una cierta ambigüedad. Todo muy gallego. Cada uno tenía sus motivos para acabar firmando el Pacto Ibérico de 1942, “un tratado de no agresión y respeto entre ambas partes”.

En el lado español, Franco temía que Reino Unido utilizara Gibraltar, el Atlántico, y sus buenas relaciones históricas con Portugal para invadir la península. A Portugal le asustaba que un posible respaldo de Franco a Alemania pusiera en peligro sus más de mil kilómetros de fronteras terrestres con España. Por encima de nuestros países siempre flota, amenazante, el federalismo ibérico o los deseos de anexión.

 

«El estallido de la Segunda Guerra Mundial acercó a los dos caudillos ibéricos, aunque ninguno de los dos era aficionado a los viajes. Las pocas veces (siete) que se encontraron fue para llegar a acuerdos que impidieran la entrada de cualquiera de sus países en la guerra y, a su vez, aseguraran la buena vecindad»

 

A partir de 1961 —con el estallido de la contienda de liberación en Angola— creció el gasto militar en las colonias; los portugueses, sobre todo los más humildes, vieron cómo sus hijos eran llevados a la guerra. La mili obligatoria de cuatro años fue la guinda del pastel que, unos años después, levantó a los militares contra la dictadura. Para entonces, en ese 25 de Abril de la Revolución de 1974, Salazar ya había muerto dos veces.

La explicación detallada de ese doble fallecimiento es surrealismo luso. Salazar –que pasaba el verano en su estimado Fuerte de San Antonio da Barra, en Estoril–, esperaba a que su callista preparara los utensilios para curarle los juanetes cuando se sentó una silla plegable, que se dobló y le dejó caer. Se dio un fuerte golpe en la cabeza. Su fiel gobernanta Dona Maria acudió a rescatarlo. A pesar del constante dolor de cabeza, no quería ser ingresado en un hospital. Era julio de 1968 y el mandatario tenía 79 años. Cosas de la vida y de Portugal, acabó siendo operado de un hematoma intracraneal por un cirujano antisalazarista.

Empezó a perder la memoria y el Consejo de Estado, bajo la presidencia de Américo Tomás, planteó exonerar a Salazar de sus funciones. Seguía en coma, en la habitación 68 del hospital de la Cruz Roja, cuando se nombró a Marcelo Caetano para presidir el Consejo de Ministros. El dictador volvió en sí, pero nadie se atrevió a decirle que ya no gobernaba Portugal. Le dieron el alta en febrero de 1969 y volvió al fuerte, donde lo primero que hizo fue pedir los periódicos. Era una amante de la información y leía en distintas lenguas.

La censura funcionó hasta con el dictador. Cada noche, el propio director del Diario de Noticias se encargaba, acompañado del jefe de tipografía, de preparar un único ejemplar para el dictador. En él se tapaba con publicidad todas las noticias que mencionaban al nuevo primer ministro. Meses después, el diario francés L’Aurore, mandó a un periodista a investigar sobre el estado del líder portugués. Consiguió, sin problema alguno, entrevistar a Salazar. Y este fue el tituló: “Salazar cree que aún gobierna su país”. Los únicos tres ejemplares del diario que llegaron a Lisboa fueron destruidos.

El dictador dio su último suspiro en julio de 1970. Tras su segunda y última muerte, se celebró un funeral de jefe de Estado en el Monasterio de los Jerónimos. En España nadie se atrevió a destituir a Franco. Portugal y España tienen en común dos dictadores en el mismo tiempo, pero como expone Ferrari en su interesante libro, eran muy diferentes.