«Mi biografía incluye tres residencias en la capital mexicana, que suman en total unos 23 años. Primero estuve de 1939 a 1957, estancia iniciada como refugiado político; la segunda residencia abarca de 1977 a 1979, como Consejero Cultural en la entonces recién inaugurada embajada; la tercera transcurre entre 1982 y 1985, ya como embajador».
NOTA PREVIA: escribo estas líneas desde Nueva York, ciudad aún pesarosa, a dos meses de la destrucción de las Torres Gemelas. Esto explica que las notas que siguen sean fundamentalmente viñetas y anécdotas, escasamente acotadas con fechas y cifras. Tengo conmigo muy pocos papeles, y la memoria no es tan precisa como solía. Pido perdón por los olvidos y por alguna –siempre involuntaria– confusión.
A poco más de cinco años de reanudadas las relaciones diplomáticas (28 de marzo de 1977) fui, desde 1982 a 1985, el tercer embajador de España en México. A los embajadores nos precedió Amaro González de Mesa, habilísimo diplomático asturiano, capaz de oír el “lenguaje silencioso” (expresión suya) de los mexicanos, y que a lo largo de 1976, con pasaporte diplomático de Costa Rica –país encargado de los intereses españoles– encauzó el proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos Mexicanos y España, cancelando con delicadeza, y con el mínimo coste para todos, las relaciones que México mantenía hasta entonces con la república española. Fue el consumado profesional que en el tira y afloja sobre si la reanudación debería producirse antes o después de las primeras elecciones españolas, consiguió convencer a Santiago Roel, secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de José López Portillo, que a todos nos convenía anticipar el restablecimiento de relaciones y no dejar que tomara cuerpo la apariencia de que el gobierno mexicano mantenía aún reservas sobre la calidad democrática del proceso de transición….

Viñetas de un (poco usual) embajador de España en México*