POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 204

El primer ministro de Vietnam, Pham Minh Chinh, se conecta desde Hanói a la 39 cumbre de la ASEAN, celebrada en Brunéi. 26/10/2021. NHAC NGUYEN/AFP/GETTY

Vivir entre superpotencias

El Sureste Asiático está en el epicentro de la competencia entre EEUU y China. La creciente agresividad de Pekín ha convencido a los países de la ASEAN de que solo el equilibrio entre polos de poder garantizará la estabilidad de la región.
Bilahari Kausikan
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Hace algunos años, cuando todavía era un diplomático de Singapur en activo, pregunté a un amigo vietnamita qué auguraba el inminente cambio de liderazgo en Hanoi para las relaciones de su país con China. “Todo líder vietnamita –respondió– debe ser capaz de llevarse bien con China; todo líder vietnamita debe ser capaz de enfrentarse a China, y si crees que no puedes hacer ambas cosas al mismo tiempo, no mereces ser el líder”. Comienzo con esta anécdota porque la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China va a ser una característica estructural de las relaciones internacionales durante las próximas décadas.

Como bisagra entre los océanos Pacífico e Índico, a caballo entre líneas marítimas vitales de comunicación, el Sureste Asiático se encuentra en el epicentro de la competencia entre Washington y Pekín. Se trata de una región compleja y diversa que siempre ha estado en una encrucijada estratégica, en la que durante siglos los intereses de las grandes potencias se han cruzado y a veces han chocado. La competencia actual entre China y EEUU no es más que otro episodio de una dinámica antigua que ha imprimido en el ADN diplomático del Sureste Asiático rasgos como el instinto de cobertura, el equilibrio y el efecto de arrastre entre los países de la región.

Mi amigo vietnamita describió de manera sucinta el enfoque general del Sureste Asiático, no solo hacia China sino hacia todas las grandes potencias y la competencia entre ellas. A pesar de las incursiones europeas que a finales del siglo XIX habían dividido la región entre colonialistas británicos, holandeses, franceses, estadounidenses y portugueses –los españoles habían sido expulsados de Filipinas tras la guerra de 1898–, la estrategia de los países del Sureste Asiático ha sido, en general, muy exitosa. La región no ha estado nunca bajo el dominio de una sola potencia externa, salvo un breve periodo de ocupación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. La diversidad y complejidad de la región hacen que intentar abarcarla en su totalidad sea tan difícil como tratar de agarrar un puñado de agua. Una encrucijada estratégica es naturalmente multipolar, en el sentido de que casi siempre estarán presentes más de una o dos potencias externas. En la multipolaridad hay agencia –en el sentido de capacidad de actuar en el mundo– o al menos espacio de maniobra. La multipolaridad aumenta la oportunidad de elegir a los socios y no renunciar a la agencia por quedar atrapado en alguna dependencia en el camino.

El Sureste Asiático y su estilo diplomático no son bien comprendidos en Occidente. La Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) suele considerarse una especie de homólogo de la Unión Europea, lo que supone un malentendido fundamental de su naturaleza. Existe una fuerte tendencia a considerar la región en términos binarios simplistas, definidos externamente, como si los países de la región no tuvieran intereses propios o fueran demasiado débiles para entenderlos. El pensamiento binario supone que algo debe ser siempre una cosa u otra: si la región no es “libre”, es “roja”; si la democracia no avanza, debe estar en retroceso; si la ASEAN no abraza a EEUU, ha sido capturada por China o viceversa. Lo que me dijo mi amigo vietnamita es la antítesis del pensamiento binario.

Se precisa una forma diferente de pensar sobre la ASEAN y el Sureste Asiático. Mientras los países de todo el mundo lidian con las complejidades de posicionarse en medio de la competencia entre EEUU y China, la experiencia del Sureste Asiático puede tener un significado más amplio y contener lecciones de las que otros pueden beneficiarse.

 

 

La compleja naturaleza de la Asean

La relación de la ASEAN con el mundo puede resumirse en una sola frase: “indispensable pero incomprendida”. Para los países externos, la ASEAN es la única opción en el Sureste Asiático. La alternativa es tratar con la región solo de forma bilateral, pero esta limitación no suele ser la preferida. Casi todos los países quieren relacionarse con el Sureste Asiático tanto de forma bilateral, con países individuales, como regional, a través de la ASEAN. Sin embargo, esto no significa que entiendan a qué se enfrentan.

Las críticas a la ASEAN comenzaron en el momento de su formación y nunca han cesado. La mayoría de las críticas se centran en el proceso de toma de decisiones por consenso de la ASEAN y en su dificultad para abordar los problemas de la región, el más reciente el de Myanmar, pero también las disputas en el mar de China Meridional, el medio ambiente y la deforestación, entre otros. La respuesta de la ASEAN a estos problemas es, en el mejor de los casos, torpe, y en el peor, ineficaz. A menudo, no es óptima. Es innegable que el historial de la ASEAN a la hora de abordar los problemas regionales no es estelar. Pero su objetivo fundamental no fue tanto resolver los problemas como estabilizar la región gestionando la desconfianza de sus miembros entre sí.

Gestionar la desconfianza es un imperativo permanente y no es lo mismo que resolver los problemas. Lo último es solo un medio para lo primero e, incluso como medio, el proceso de resolución de problemas es tan importante como el resultado. De hecho, el proceso es a menudo más importante que el resultado.

 

«La característica más destacada del Sureste Asiático es la diversidad, basada en identidades definidas por la raza y la religión»

 

La ASEAN surgió en 1967 por la efervescencia del Sureste Asiático de la posguerra y por los enmarañados procesos de descolonización y construcción de naciones en el contexto de la guerra fría. La cuestión inmediata era cómo tratar con una Indonesia que acababa de terminar la Konfrontasi, una guerra de baja intensidad no declarada contra Malasia, entre 1963 y 1966. La cuestión más amplia de la ASEAN era evitar verse envuelto en los conflictos por delegación que se desarrollaban en Asia.

Las causas de la Konfrontasi radicaban en la política interna de Indonesia. Pero como el experto en el Sureste Asiático, George McTurnan Kahin, escribió en la revista Pacific Affairs en 1964, cuando el conflicto aún estaba en marcha, la “[razón] fundamental es el poderoso y santurrón empuje del nacionalismo indonesio”. McTurnan Kahin explicaba que “entre los indonesios se ha desarrollado la creencia generalizada de que, debido a su tamaño, a su poder armado y a que obtuvo su independencia mediante una revolución, tiene derecho moral al liderazgo en Asia”.

El tamaño de Indonesia y, en consecuencia, su presunción de que tiene derecho al liderazgo, es una condición permanente. Indonesia es más grande que todos los demás miembros de la ASEAN juntos. En este tiempo, además, Indonesia se ha hecho más fuerte. Lo que McTurnan Kahin escribió hace más de medio siglo sigue siendo una descripción exacta de las actitudes indonesias, aunque ahora se manifiesten de forma más discreta y con menos énfasis en sus orígenes revolucionarios.

La característica más destacada del Sureste Asiático es la diversidad, basada en identidades definidas por la raza y la religión. Su influencia se manifestó en muchos de los acontecimientos que condujeron a la formación de la ASEAN. Así, uno de los primeros intentos de regionalismo –el Maphilindo– se basaba de manera explícita en la raza. Por otra parte, el derramamiento de sangre que siguió al abortado golpe de Untung (también conocido como Acción Gestapu) de 1965 en Indonesia tuvo una clara dimensión antichina, tanto a nivel interno como en las relaciones de Indonesia con la República Popular. Hoy la raza y la religión siguen siendo fuerzas motrices fundamentales en la política y las relaciones internacionales del Sureste Asiático. Aunque la ASEAN ha logrado mantener la paz en la región aliviando las sospechas, complicaciones y tensiones innatas que surgen a causa de factores raciales y religiosos, no ha borrado su huella ni puede hacerlo. Son condiciones permanentes. Al igual que las enfermedades crónicas, pueden mejorarse y controlarse, pero nunca desaparecerán.

El tiempo y la experiencia acumulada han creado una mayor confianza mutua y han atenuado los bordes más afilados de estos factores. Sin embargo, vivimos en una época en la que la política de la identidad se impone en todo el mundo. A medida que lo que Micah F. Morton ha llamado “la creciente política del indigenismo en el Sureste Asiático” se hace más prominente, aumentará el riesgo de que las identidades primordiales resurjan de forma destructiva.

La toma de decisiones por consenso y su corolario –la no injerencia en los asuntos internos– son el único medio práctico de gestionar estas condiciones permanentes. Aunque se han modificado en la práctica –por ejemplo, con la decisión de excluir al líder del golpe de Estado en Myanmar de la Cumbre de la ASEAN de este año– no pueden abandonarse como principios. La toma de decisiones por consenso asegura a los países pequeños que los grandes no impondrán su voluntad sobre ellos; asegura a los grandes que los pequeños no se aliarán contra ellos. Cualquier otra forma de tomar decisiones no hará más que acentuar los recelos innatos en la región y arriesgarse a que incluso desacuerdos mínimos se conviertan en grandes conflictos. Así, en los asuntos en los que no se puede evitar el debate, el acuerdo fundamental de la ASEAN es tener siempre un consenso, aunque sea uno de forma y no de fondo. La ASEAN evita debatir cuestiones en las que es obvio que no habrá consenso y no trata de resolver todos los problemas, ni siquiera de tener una posición sobre todas las cuestiones. El consenso fundamental es siempre preservar la organización.

El fracaso de la reunión ministerial de la ASEAN en Phnom Penh, en julio de 2012, a la hora de acordar un comunicado conjunto porque Camboya se negó a aceptar cualquier compromiso sobre el lenguaje en relación al mar de China Meridional, fue una excepción y podría haber supuesto una crisis existencial para la organización. Afortunadamente, se trató de una situación excepcional debido a que el entonces ministro de Asuntos Exteriores de Camboya se encontraba en un estado de ánimo más obtuso de lo habitual, incitado irreflexivamente por un viceministro chino demasiado ambicioso.

 

«La idea de que el interés regional debe formar parte de la definición del interés nacional de cada país ha mantenido unida a la ASEAN»

 

El incidente de 2012 es bien conocido y se cita a menudo. Lo que se menciona con menos frecuencia es que apenas una semana después de la reunión de Phnom Penh, gracias a los incansables esfuerzos del entonces ministro de Asuntos Exteriores de Indonesia, Marty Natalegawa, se alcanzó un consenso sobre los seis principios del mar de China Meridional. El lenguaje de los seis principios se tomó en gran parte de los documentos previamente acordados y en ciertos aspectos era más contundente que algunos de los compromisos que ofrecieron a Camboya y que habían sido rechazados unos días antes. Se puso así de manifiesto que el intento de Camboya de ser útil a China fue torpe, si no insensato. En cualquier caso, fue excepcional. Desde entonces, los seis principios han constituido el núcleo del consenso sobre el mar de China Meridional. Camboya y Laos se han mostrado en ocasiones difíciles, pero no tan intransigentes como en 2012. Esa “experiencia cercana a la muerte” parece haber inculcado un mínimo de sentido común.

Un año después, el primer ministro Hun Sen dijo que apoyar a China era “la opción política de Camboya”, lo que delató su falta de comprensión sobre el funcionamiento de la asociación. La ASEAN es una organización interestatal sin pretensiones supraestatales. El derecho de Camboya a tomar sus propias políticas nunca se cuestionó. Pero como dijo Sinnathamby Rajaratnam, primer ministro de Asuntos Exteriores de Singapur, en la firma de la Declaración de Bangkok en 1967, en adelante habría que adoptar una “nueva forma de pensar” en la que el interés regional debía formar parte de la definición del interés nacional de cada miembro. Los demás ministros de Asuntos Exteriores se expresaron en el mismo sentido.

Los miembros originales de la ASEAN tenían diferencias de intereses más fundamentales que el apoyo de Camboya a China. Entre ellas, la reivindicación filipina del Estado de Sabah, que llevó a Malasia a boicotear algunas de las primeras reuniones de la ASEAN; el papel de las bases extranjeras en el Sureste Asiático, que estuvo a punto de llevar a Singapur a abandonar la reunión de ministros de Asuntos Exteriores en la que se redactó la Declaración de Bangkok; y, a finales de los años ochenta, durante el final de la ocupación vietnamita de Camboya, cuando Indonesia volvió a intentar imponer su voluntad como hegemón regional. Sin embargo, la idea de que el interés regional debía formar parte del interés nacional mantuvo unida a la ASEAN y se encontraron compromisos en este sentido, aunque este es menor en algunos de los miembros más recientes, en particular Laos y Camboya, cuya historia traumática explica quizá un cálculo de sus intereses en exceso transaccional. Tal vez fue un error que la ASEAN ampliara su número de integrantes en la década de los noventa sin una adecuada socialización de los nuevos miembros. No obstante, la socialización más poderosa y duradera es la que proviene de la presión de los acontecimientos.

 

Las grandes potencias compiten

Tras una combinación fatal de crisis política en Filipinas y desastre natural en 1990, el ejército estadounidense se vio obligado a abandonar la bahía de Subic y la base aérea de Clark. Singapur y EEUU firmaron entonces un memorando de entendimiento para el uso limitado de algunas de las instalaciones de Singapur. Yakarta y Kuala Lumpur reaccionaron con alarmismo; otros países del Sureste Asiático lo hicieron de forma menos ruidosa pero con cautela. Las reacciones fueron por el contrario silenciosas cuando en 2005 Singapur firmó un acuerdo estratégico con EEUU que permitía una cooperación mucho más amplia en materia de defensa y seguridad. En 2019, no hubo ni un susurro de protesta en la renovación del memorando de entendimiento de 1990. Malasia e Indonesia han establecido sus propios lazos de defensa con Washington, incluyendo escalas en puertos, uso de instalaciones y ejercicios conjuntos. Malasia permite incluso que los aviones de vigilancia estadounidenses realicen misiones sobre el mar de China Meridional desde sus bases aéreas.

Aunque no estén dispuestos a decirlo públicamente, la creciente agresividad de China en el mar de China Meridional y en otras cuestiones ha hecho comprender a los miembros de la ASEAN que solo el equilibrio entre las grandes potencias puede garantizar la estabilidad en el Sureste Asiático. El comportamiento de China también puso de relieve el papel insustituible de EEUU en cualquier equilibrio. Incluso Vietnam está reforzando sus vínculos de defensa con Washington y con su principal aliado en Asia Oriental, Japón. Filipinas, a pesar de la actitud antiestadounidense del presidente Rodrigo Duterte, ha renovado su acuerdo con EEUU y también ha reforzado sus relaciones de defensa con Japón.

No obstante, pese a reconocer el papel crucial de EEUU, el equilibrio que la ASEAN pretende promover no es uno binario, sino multidireccional con todas las grandes potencias. La creación del Foro Regional de la ASEAN, seguida de la Cumbre de Asia Oriental y la reunión anual de los ministros de Defensa de la organización con sus homólogos del Diálogo de la ASEAN, pretenden afianzar la multipolaridad natural del Sureste Asiático, proporcionando foros para que todas las grandes potencias se comprometan con la región.

 

«Ningún miembro de la ASEAN aceptará nunca una relación exclusiva con China, con EEUU o con cualquier otra potencia externa»

 

El Sureste Asiático no está exento de desafíos, pero teniendo en cuenta la evolución que podría haber tenido la región dada su situación en 1967, nuestros problemas son muy pequeños, y el mérito se puede atribuir en gran medida a la ASEAN. La organización no puede influir de manera significativa en la dinámica de la competencia entre EEUU y China; ningún país de ninguna región puede hacerlo. Pero estabilizar el Sureste Asiático limita el impacto de esta rivalidad al reducir las oportunidades de que tanto EEUU como China interfieran en la región. No he dicho que no haya oportunidades; siempre habrá alguna. Pero si se tiene en cuenta la trágica historia de Indochina durante un periodo anterior de competencia entre grandes potencias, se apreciará mejor el valor de establecer algunos límites.

Por supuesto, existen diferencias en la forma en que los miembros de la ASEAN calculan sus intereses con respecto a Washington y Pekín. De hecho, la hipótesis de funcionamiento de la ASEAN es que siempre existirán diferencias que habrá que gestionar, no solo en materia de geopolítica, sino en casi todas las cuestiones. De ahí la necesidad de una organización regional en primer lugar. Si fuéramos una banda feliz de hermanos cantando en perfecta armonía, no habría necesidad de la ASEAN. Así, casi lo único que tenemos en común es el deseo de autonomía soberana. Paradójicamente, este valor nacionalista fue la base sobre la que se erigió el regionalismo en el Sureste Asiático, y aún se mantiene.

Para todos sus miembros, la ASEAN no es ni será nunca el principal instrumento para gestionar la competencia entre EEUU y China, ya que es casi imposible alcanzar posiciones comunes en las relaciones con países grandes y complejos, salvo a un nivel muy superficial. El medio principal para hacerlo será siempre el nacional, con la ASEAN desempeñando diferentes papeles para cada miembro. Pero nunca se insistirá demasiado en que la gestión de la competencia EEUU-China –a nivel nacional o de la organización– no es ni será nunca binaria. Ningún miembro de la ASEAN –ni siquiera los que tienen una gran dependencia económica de Pekín– aceptará nunca una relación exclusiva con China o alinear todos sus intereses con este país, con EEUU o con cualquier otra potencia externa. Esto es lo que realmente se quiere decir cuando la ASEAN y sus miembros afirman “no queremos elegir”.

Como potencia grande, económicamente creciente y contigua, China siempre disfrutará de una influencia significativa en el Sureste Asiático. Pero justo por esas mismas razones, siempre suscitará inquietudes en la región. Inquietudes que Pekín no solo no ha conseguido aplacar, sino que ha acentuado con sus acciones en el mar de China Meridional, en el curso superior del río Mekong, y debido a sus políticas económicas mercantilistas.

Uno de los grandes errores de la reciente política exterior china fue el abandono prematuro del sabio enfoque de Deng Xiaoping de “ocultar la fuerza y esperar el momento”. La existencia de una incipiente coalición mundial de ­países preocupados por China es consecuencia de ese error. El presidente chino, Xi Jinping, ha dado recientes instrucciones a sus funcionarios para que China sea más “amable” y amplíe su círculo de amigos, una admisión tácita de que su política exterior no ha sido del todo exitosa.

Hoy en el Sureste Asiático se asume que las relaciones fuertes con EEUU no son una alternativa a las relaciones fuertes con China, sino una condición necesaria para mantener relaciones fuertes con ambos sin perder autonomía. La creciente influencia china en la región no se ha traducido en una disminución de la influencia estadounidense. Por el contrario, lo que ha sucedido es que tanto la presencia como la influencia china y estadounidense han crecido a la par.

Lo que todavía no ha entendido la ASEAN –ni muchos otros países– es que EEUU ya no está dispuesto a soportar ninguna carga ni a pagar ningún precio para mantener el orden. Desde el final de la guerra de Vietnam, en lugar de intervenir directamente, EEUU ha desempeñado el papel de equilibrador externo en Asia Oriental. Los estadounidenses están asumiendo un papel similar en Oriente Próximo y en Europa. Un equilibrador off-shore exige más de sus aliados, amigos y socios para compartir la carga de mantener el orden, y las expectativas han ido aumentando en todas las administraciones estadounidenses posteriores a la guerra fría.

El énfasis del presidente, Joe Biden, en “las consultas” es muy bienvenido, pero tiene implicaciones. El objetivo es garantizar la cooperación, en particular en lo que respecta a China; es una forma más educada del transaccionalismo de Donald Trump. Para los que están dispuestos a cooperar, Biden parece dispuesto a ir más allá que cualquiera de sus predecesores en la provisión de herramientas para hacer frente a los desafíos comunes. Esto se ha visto con claridad en el acuerdo con Reino Unido para proporcionar tecnología de submarinos nucleares a Australia (el denominado AUKUS).

La ASEAN, como cualquier otra organización regional, tendrá que demostrar cada vez más su relevancia para las prioridades estratégicas de EEUU con algo más que la convocatoria de reuniones. De lo contrario, será tratada con educación, pero no con seriedad. Para evitar este destino, la ASEAN debe decidir los parámetros de lo que está dispuesta a hacer y lo que no está dispuesta a hacer, tanto con EEUU como con China.

Llama la atención que Tailandia, un aliado formal de EEUU, no haya definido aún tales parámetros y haya sido obviada en dos ocasiones por el secretario de Defensa, Lloyd Austin, y la vicepresidenta, Kamala Harris, durante sus recientes visitas al Sureste Asiático. Por el contrario, Singapur y Vietnam, ninguno de ellos aliado formal de Washington, fueron visitados por los dos.

En todo esto hay también una lección para Europa. La canciller alemana, Angela Merkel, regresó de su primera reunión con Trump para decir a los líderes europeos, con un aire de sorpresa, que Europa tendría que confiar más en sí misma. No era más que una constatación muy tardía de lo que todos los presidentes estadounidenses desde Bill Clinton habían dicho a los europeos: asumid más responsabilidad en vuestra propia defensa.

En las nuevas condiciones globales, maximizar la autonomía es un imperativo. Ningún país debería pensar que es prudente o deseable alinear todos sus intereses con EEUU, China o cualquier otra potencia. En la actualidad, existe una mayor fluidez en las relaciones mundiales.

En este sentido, ningún país del Sureste Asiático va a rehuir a China, pero tampoco aceptará mantener una relación estrecha con Pekín que exija renunciar a todas las demás relaciones. La diplomacia del Sureste Asiático es por naturaleza promiscua, nunca monógama. Y como la región es multipolar y se encuentra en una encrucijada estratégica, siempre habrá más de una potencia presente para asociarse. La multipolaridad aumenta la oportunidad de ejercer la agencia al elegir a los socios en función de su utilidad.

 

La política interior también cuenta

La política interna es la variable crucial que determina la forma en que los países del Sureste Asiático –o de cualquier región– navegarán por las complejidades y aprovecharán las oportunidades del nuevo entorno estratégico. Los 10 miembros de la ASEAN tienen sistemas políticos muy diferentes. No me ocuparé de cada uno de los países, sino que me centraré en la interacción de tres amplios factores, comunes a casi todos ellos y que configuran la política interior de todos: la naturaleza de sus economías políticas, la creciente idea del “indigenismo” y el nacionalismo.

A excepción de Singapur, todas las economías del Sureste Asiático son rentistas: el éxito empresarial depende en última instancia de las conexiones políticas, del apoyo de la élite política. Esto no significa que no sea importante tener un buen modelo de negocio, hacer números con precisión y ofrecer un buen producto o servicio. Pero ninguno de estos factores es la clave del éxito o del fracaso. El modelo de negocio puede ser brillante, los números pueden cuadrar perfectamente y el producto puede ser superior a cualquier otro disponible en el mercado, aunque no servirá de nada si la empresa entra en conflicto con la élite política. Y más aún en el caso de los chinos de ultramar, cuya posición en el Sureste Asiático siempre ha sido endeble.

La política en las economías rentistas es inevitablemente política de dinero y esta es política de mecenazgo. En EEUU, el dinero es uno de los factores clave del éxito político; en China, las conexiones y las relaciones (guanxi) desempeñan un papel crucial. Ninguna empresa puede tener éxito en la República Popular sin conexiones con el Partido Comunista de China (PCCh) o en contra de su voluntad. Las medidas recientes de Xi han recordado a las empresas esta realidad.

En Occidente, el dinero y el mecenazgo están subordinados al Estado de Derecho y atenuados por él. En China, sin embargo, el interés del PCCh es primordial; si acabas en el punto de mira del PCCh, no te salvará ninguna cantidad de dinero o de conexiones. Ningún partido político del Sureste Asiático puede ejercer un control semejante al del PCCh bajo Xi, ni siquiera Vietnam o Laos que, al igual que China, son sistemas comunistas. Por otra parte, exceptuando de nuevo Singapur, el Estado de Derecho es considerablemente más laxo en el Sureste Asiático que en Occidente.

 

«La tradicional comprensión y práctica sincrética y abierta del islam en el Sureste Asiático está siendo desplazada por corrientes más rigoristas de Oriente Próximo»

 

Existe una estrecha correlación entre la política de las economías rentistas y la corrupción, ya que el entorno de estas economías fomenta comportamientos corruptos. En China, las empresas pueden ser dirigidas para que actúen como instrumentos de la política estatal y están menos limitadas por consideraciones de gobernanza legal que las empresas occidentales. En los países muy dependientes de China –no solo en el Sureste Asiático– se producen anualmente multitud de quejas en relación a empresas chinas que promueven la corrupción y se dedican a prácticas dudosas. Con esto no pretendo sugerir que la corrupción sea la principal razón de las inversiones chinas en el Sureste Asiático, pues los países de la región aceptan inversiones de China, de EEUU, de Japón, de Europa o de cualquier país por diversas razones –principalmente, porque necesitan las inversiones–. Sin embargo, no podemos apartar la vista de consideraciones como las que se derivan del carácter rentista de la mayoría de las economías del Sureste Asiático. No obstante, tampoco debemos exagerar su efecto. Muchos observadores occidentales asumen con demasiada frecuencia que los gobiernos de la región son todos tan irremediablemente corruptos que venderían sus intereses nacionales por un plato de comida. No hay que olvidar que incluso en las economías rentistas, los corruptos pueden ser nacionalistas.

Aunque los imperativos de las economías rentistas no deben descartarse del todo, no es el único factor y, desde luego, no es el más importante. La creciente política de indigenismo y nacionalismo podría ser más decisiva a largo plazo en la región.

Todos los países del Sureste Asiático son, en cierto grado, sociedades plurales: multiétnicas y multirreligiosas. Además, todos –siendo Singapur de nuevo una llamativa excepción– se organizan sobre la base de una jerarquía etnorreligiosa formal o informal. El efecto de la creciente política de indigenismo –que insiste en la mayor autenticidad de un grupo étnico o religioso– ha sido endurecer y agudizar estas jerarquías y dar un mayor tinte etnorreligioso al nacionalismo, principalmente en los países de mayoría musulmana, pero también en los budistas. En Estados como Vietnam y Laos, la religión no es tan prominente y la jerarquía es etnopolítica, con el partido comunista en su cúspide.

Dos aspectos de esta tendencia merecen una atención especial en el contexto de la competencia entre las grandes potencias: el islam y la posición de los chinos de ultramar. Por una parte, la tradicional comprensión y práctica sincrética y abierta del islam en el Sureste Asiático está siendo desplazada por corrientes más rigoristas de Oriente Próximo. Entre otros efectos, esto ha inyectado una mayor tensión antioccidental en la identidad musulmana del Sureste Asiático y ha aumentado las tensiones internas en los países de mayoría musulmana, lo que se traduce en la reducción del espacio político para los no musulmanes, sobre todo para los chinos de ultramar, cuya posición siempre fue ambivalente a los ojos de las mayorías autóctonas.

La situación de los chinos de ultramar ha empeorado al difuminarse la distinción entre huaren (chinos étnicos) y huaqiao (chinos étnicos con ciudadanía de la República Popular) llevada a cabo bajo mandato de Xi, quien espera que “todos los chinos” –término deliberadamente ambiguo– apoyen su versión del “Sueño de China”. Desde el punto de vista organizativo, esto se reflejó en la fusión en 2018 de los Asuntos de los Chinos de Ultramar en el departamento de Trabajo del Frente Unido del PCCh. La medida no benefició a los chinos del Sureste Asiático y ha sorprendido a la mayoría de los miembros de la ASEAN.

La democracia es un término proteico, pero es justo decir que el espacio político en la mayoría de los países de la región se ha ampliado de forma constante, con más posibilidades para la interacción de diferentes corrientes de opinión. La política interna se ha vuelto más complicada, lo que ha dificultado, a corto plazo, la consecución y el mantenimiento de un consenso interno en muchas cuestiones, incluida la gestión de las relaciones con EEUU y China.

 

Regionalismo y nacionalismo sin contradicciones

Habrá que observar con atención y a largo plazo las actitudes de los países del Sureste Asiático respecto a Pekín y Whasington. Diversos factores llevan la política en diferentes direcciones, y podrían surgir pasivos y activos potenciales tanto para una potencia como para otra. La política de indigenismo y las actitudes hacia los chinos de ultramar ya han hecho que las cuestiones sobre el alcance y la naturaleza de las relaciones con China sean un trasfondo en la política interna de algunos países de la región, incluso cuando sus gobiernos buscan la inversión china. Al mismo tiempo, la expansión de corrientes del islam de Oriente Próximo ha generado un mayor sentimiento antioccidental o al menos más escepticismo hacia Occidente. El equilibrio que se alcance entre estas tendencias sigue siendo una incógnita.

Indonesia será la clave. Donde vaya Indonesia, acabará yendo el resto del Sureste Asiático. Ninguna potencia exterior podrá “capturar” la región sin Indonesia. Al mismo tiempo, Indonesia es el mejor ejemplo de la elusividad del Sureste Asiático. Desde la década de los cincuenta, la Unión Soviética, la China maoísta y, después de 1965, Occidente y Japón, han invertido grandes cantidades de ayuda en Indonesia, pero Yakarta ha defraudado sus expectativas y sigue su propio camino.

En la larga trayectoria moderna del Sureste Asiático, el nacionalismo ha demostrado ser la fuerza política más potente. Ha superado el colonialismo de diversas variantes, el comunismo y la democracia definida por Occidente. El nacionalismo étnico-religioso, con su mayor énfasis en lo “indígena” que vemos hoy en el Sureste Asiático, tendrá sus mayores consecuencias en Indonesia.

Aunque el regionalismo basado en el nacionalismo es una contradicción ­teórica, funciona en la práctica. A menudo es desordenado; a veces hace caso omiso a sus propios principios y procedimientos declarados; a menudo da lugar a resultados que no son óptimos; y sus ambiciones son limitadas. Pero la ASEAN ha demostrado ser resistente y duradera precisamente por todas estas razones. ●