INFORME SEMANAL - #ISPE 1135: Turquía, en el aire
#ISPE 1135: Turquía, en el aire
Las relaciones entre Turquía y Estados Unidos acumulan agravios mutuos que podrían poner en riesgo la propia pertenencia turca a la Alianza Atlántica.
El último y más grave punto de fricción bilateral es el rechazo frontal de Washington a que Ankara adquiera el sistema de misiles antiaéreos ruso S-400, un contrato valorado en 2.500 millones de dólares.
Si el gobierno turco cierra la compra, algo que Moscú asegura se producirá a finales de julio, EEUU cancelará la venta a Turquía de un centenar de F-35 Lightning II, los cazas invisibles de quinta generación de Lockheed Martin y en cuyo desarrollo participan Reino Unido, Italia, Holanda, Australia, Canadá, Dinamarca y Noruega. En el programa, la industria aeroespacial turca fabrica un millar de piezas del fuselaje y el tren de aterrizaje.
Llueve sobre mojado. Washington no ha olvidado la negativa turca a poner sus bases militares al servicio de las campañas de Irak y Afganistán. Ankara, por su parte, no ha perdonado a la Casa Blanca su indiferencia a sus peticiones de extradición del clérigo islamista Fethullah Gülen, a quien acusa de haber instigado el golpe militar del verano de 2016, y su apoyo a las milicias kurdas sirias aliadas de los secesionistas kurdos turcos del PKK.
El conflicto sirio convenció a Turquía de que necesitaba dotarse de sistemas de defensa antiaéreos cuya tecnología pueda controlar, algo que los Patriot españoles y los SAMP/T italianos, en su suelo desde 2015, no le aseguran. Washington, París y Roma le ofrecieron varias opciones a los S-400 pero a precios mucho más elevados y sin transferencia alguna de tecnología, una condición a la que Moscú accedió desde el primer momento.
En septiembre de 2017, el presidente ruso Vladímir Putin y el turco Recep Tayyip Erdogan firmaron el acuerdo en Moscú. Ankara hizo un pago por adelantado, incluido el entrenamiento de militares turcos en el manejo de los S-400, que pueden interceptar aviones, misiles de crucero, drones y otros sistemas de vigilancia aérea. Si bien no han sido probados en conflictos reales, su despliegue en Siria ha bastado para imponer una eficaz zona de exclusión aérea en el norte del país.
Pero las dos baterías del S-400 le saldrán caras: la pérdida del F-35, que va a ser la principal arma aérea de la OTAN en las próximas décadas. El Pentágono prevé hacerse con unos 2.500 aparatos. Turquía ha invertido más de 1.000 millones de dólares en el programa del F-35, precisamente, el tipo de avión de combate para el que los misiles rusos están diseñados, lo que otorgaría a Moscú una oportunidad única para explorar sus vulnerabilidades.
Washington no podía quedarse de brazos cruzados. El secretario de Defensa en funciones, Patrick Shanahan, advirtió el 6 de junio a su homólogo turco, Hulusi Akar, que si Turquía no cejaba en su empeño, el 31 de julio los 42 pilotos turcos que actualmente se entrenan en bases de Arizona y Florida, deberán volver a su país sin concluir sus instrucciones de vuelo del F-35.
En la reunión del 12 de junio de directivos del consorcio ya no participaron los representantes turcos. Washington va a buscar otros suministradores para suplir las piezas que se habían encargado a Turquía. Si Ankara da marcha atrás, lo que no parece probable, se podría reactivar la oferta de los Patriot de Raytheon, valorados en unos 3.500 millones de dólares.
El problema es que Erdogan ya ha ido demasiado lejos. Si retrocede después de haberse implicado personalmente en el asunto, sus relaciones con Putin se deteriorarán en un momento en que Rusia tiene desplegada una potente fuerza expedicionaria en su frontera sur y una flota en el mar Negro, que ha disparado misiles de crucero contra los rebeldes sirios.
Erdogan sostiene que el de los S-400 es un contrato firme y que, en última instancia, puede demostrar que no hay peligro alguno en disponer simultáneamente de los S-400 rusos y los F-35, un argumento que probablemente ni él mismo cree y que el Pentágono considera insostenible.
Putin ha doblado sus apuestas, ofreciendo a Turquía no solo la cofabricación del S-400 sino también la del futuro S-500 Prometey, todavía en desarrollo, y negociar la venta de aviones Su-57 o Su-35 como sustitutos de los F-35.
A pesar de su histórica rivalidad en los Balcanes y el Cáucaso, Rusia y Turquía cooperan en la actualidad de forma estrecha en las negociaciones de Astaná sobre el conflicto sirio, la explotación petrolera en el mar Caspio y el apoyo a Catar en su enfrentamiento con Arabia Saudí y los emiratos del Golfo. ●
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