Autor: Bruno Maçães
Editorial: Hurst Publishers
Fecha: 2018
Páginas: 224
Lugar: Londres

El plan de China para cambiar el mundo

Javier Borràs Arumí
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En su ensayo y libro de viajes The Dawn of Eurasia, el intelectual portugués Bruno Maçães argumentó que nos encontramos en un momento de construcción euroasiática en el que diferentes proyectos de modernidad —el estadounidense, el chino, el europeo o el ruso, entre otros— pugnan por extender su idea de cómo debe funcionar el continente euroasiático. Por tanto, en cierta manera, están chocando por cómo debe regirse el mundo. Mientras que algunos autores defienden la inevitabilidad del modelo occidental y otros auguran un dominio imparable de China, Maçães nos plantea un escenario abierto, en el que se están gestando grandes cambios y el combate entre diferentes visiones del mundo creará una Eurasia que aún desconocemos.

Leyendo The Dawn of Eurasia se podía intuir que, para Maçães, el proyecto que tenía una mayor conciencia euroasiática, un mayor empuje y una planificación más sólida era el chino, la llamada Belt and Road Initiative (BRI: más conocida, en español, como Nueva Ruta de la Seda). A este gran plan de Pekín ha dedicado Maçães su segundo ensayo, Belt and Road: A Chinese World Order, que ofrece una perspectiva original y muy sólida sobre qué supone este proyecto. El libro está escrito de manera clara y rigurosa, iluminando aspectos de este plan que resuenan habitualmente en los medios de comunicación y, a la vez, descubriendo otros nuevos. Su aportación más importante, quizás, es hacernos entender por qué China considera la BRI imprescindible para su futuro y, a la vez, qué grandes dilemas y preguntas está generando este proyecto en todo el globo.

Para comprender la BRI, apunta el autor, no debemos entenderla como un conjunto de trenes que unen Eurasia, ni tampoco como un montón de infraestructuras dispersadas por este continente, sino como una integración económica que incluirá desde construir ciudades, parques industriales o puertos (terrestres y marítimos) desde cero, hasta influenciar política o culturalmente a naciones de todo el planeta. Si vemos la iniciativa como un mero (pero enorme) proyecto de infraestructuras, corremos el riesgo de perdernos buena parte de la película. Maçães considera que un buen equivalente para entender la BRI sería el concepto de Occidente, muy claro en nuestras mentes pero difuso en cuanto a las fronteras que le imponemos.

La cosmovisión del Partido Comunista chino de la que parte la BRI sostiene que, mientras que en la etapa de modernización y apertura de Deng Xiaoping China tuvo que adaptarse al mundo para crecer y conseguir su poderío actual, el momento presente demanda una estrategia distinta. Xi Jinping ya no busca “encajar” en un mundo construido por Estados Unidos, sino cambiarlo para situar a China en la escala más alta de la economía mundial. Llegar a ser una economía de alto valor y puntera en tecnología, ahora que ya no puede seguir como país manufacturero de bajo coste. Si no lo consigue, puede quedar estancada en la llamada trampa de los ingresos medios, sin posibilidad de ascender.

Para lograr este ascenso a la cumbre, explica Maçães, China debe conseguir situarse en la cima de diversas cadenas de valor globales, formadas por múltiples países, pero con China como núcleo y productora de la parte con mayor valor añadido. Por ejemplo: para fabricar cierto producto tecnológico, se puede crear una cadena que empiece con la extracción de minerales en un país de África, construya componentes y los ensamble en una república de Asia Central, obtenga su energía del Golfo Pérsico y, finalmente, tenga su creación, innovación y mayores beneficios en unas oficinas de Shenzhen (China). La BRI, entonces, sirve para desarrollar condiciones materiales e inmateriales que consoliden estas cadenas de valor, mediante inversiones, conexiones, pactos económicos e influencia política y cultural.

Esta “política industrial transnacional” tiene sus problemas. Por un lado, si por ejemplo un país como Pakistán es visto por China como un productor agroalimentario y de tecnología barata, y las inversiones económicas e influencia política reman para que vaya en esa dirección, ¿qué margen de maniobra tiene para tomar su propio rumbo económico, en detrimento de las cadenas impulsadas por China? Existe un problema en este esquema que nos toca todavía más de cerca: si China aspira a dominar los sectores más altos de la economía mundial, ¿en qué situación quedarán la Unión Europea o EEUU, que actualmente ocupan esa franja? ¿Tienen algún papel en este nuevo mundo?

A pesar de desgranar la potencia y ambición de la BRI, Maçães no la presenta como inevitable y todopoderosa —ni tampoco como pura propaganda, o a China como un gigante con pies de barro, como hacen otros analistas. Hay factores internos que la pueden paralizar, como la impaciencia a la hora de extenderla, que puede generar resistencias locales o contratiempos económicos, además de problemas de endeudamiento, tanto chino como de los países en los que Pekín invierte. Por otro lado, Maçães señala un gran obstáculo para la universalidad de la BRI: la India. Si Nueva Delhi sigue rechazando el proyecto, se puede crear un bloque opuesto al de Pekín, liderado por un país con una población más joven, abierta a influencias externas y con atractivo “poder blando”. El concepto de un área “indo-pacífica” es clave para entender este gran campo en el que podrían chocar Pekín y Nueva Delhi, junto a actores como Japón o EEUU. La UE, por su parte, parece retraerse frente a este esquema euroasiático, sin energía ni disposición para participar en la construcción de una nueva realidad.

El ensayo de Maçães sirve para analizar el presente, pero también para imaginar el futuro. El autor cree que, si la influencia china se expande, el mundo que nacerá de ella no será una mera copia de Europa situada en Asia. Este incipiente mundo tendrá “nuevos modos de vida, nuevas ideas, nuevas aventuras” que todavía no imaginamos. Las ciudades que China está creando desde cero dentro y fuera de su territorio son solo un atisbo de probables e intrigantes devenires.

El campo de los valores tampoco estará al margen de estos cambios. La retórica moralista del “tianxia”, mediante la que China está fundamentando su proyecto mundial, tendrá efectos en las relaciones entre países, que pasarán a ser más informales y opacas. Para Maçães, Pekín está creando su propio relato del “fin de la historia”. Esto, por la propia potencia y proyección mundial de China, afectará a los valores que rigen las políticas internas de otros países. Nadie puede ser inmune a los cambios externos, a pesar de lo que abanderen nuestros defensores de una Europa “fortaleza”, ajena al devenir euroasiático. Porque quien renuncia a influir en el mundo solo puede acabar arrastrado por él.