POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 172

#PolExt172: Desorientados

El 23 de junio de 2016 es ya una fecha para la historia de la Unión Euro­pea. Los británicos votaron abandonar el proyecto de integración puesto en marcha hace casi 60 años.
Editorial
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El 23 de junio de 2016 es ya una fecha para la historia de la Unión Euro­pea. Los británicos votaron abandonar el proyecto de integración puesto en marcha hace casi 60 años. Las consecuencias de la decisión son todavía desconocidas y van más allá de lo que establece el procedimiento de salida recogido en el artículo 50 del Tratado de Lisboa. El desconcierto de los “vencidos”, pero también el de los “vencedores”, lleva a preguntarse tanto por las causas como por los efectos.

La campaña ha sido, como afirma Isabella Thomas en este número de Política Exterior, “desabrida, divisiva, de una desinformación pasmosa, por no decir falaz”. Mensajes nacionalistas y xenófobos han circulado con naturalidad en los actos de campaña de los partidarios de la salida y, sobre todo, por las redes sociales. “Los únicos que celebran sin reservas el final de la pertenencia de Gran Breta­ña a la UE son las diferentes variantes de populismo que cobran fuerza dentro y fuera de las fronteras de la Unión (…) ¿Es ese el futuro que nos espera?”, se pregunta Joaquín Almunia también en estas páginas.

Con el Brexit ha triunfado una democracia digital que se parece menos de lo imaginado a la democracia representativa que nos gobierna. Además de elecciones competitivas y voto libre y secreto, para ser verdaderamente representativas, nuestras democracias requieren un debate público informado. Nada de esto ha habido en la campaña del referéndum británico. Como señala el investigador de Brookings India, Dhruva Jaishankar, la democracia digital que hace posible emitir y recibir información al instante y que las opiniones circulen por las redes sociales, ha contribuido a la polarización y la desinformación. Es el mismo fenómeno observado en la campaña de las primarias de Donald Trump en Estados Unidos. Las promesas asociadas a Internet como motor de una globalización que redundará en ciudadanos más informados, mayor democratización en la toma de decisiones y un creciente cosmopolitismo empiezan a ser cuestionadas.

Sobre la incapacidad que están demostrando las tecnologías de la información y los nuevos medios de comunicación digitales para crear espacios públicos de discernimiento escribe Diego Beas, que reseña el libro de Michael P. Lynch, The Internet of Us. La advertencia es clara: la información parcial, fragmentada, de fácil acceso que caracteriza hoy la web (…) y la atomización ideológica del espacio de discusión pública están creando una nueva forma de saber que erosiona los propios “hechos” en favor de opiniones mayoritariamente sin fundamento racional.

Las consecuencias de la digitalización de la economía, la educación, la sanidad, la información y de todos los ámbitos de la política y la administración no están determinadas. Política Exterior se plantea en este número los efectos económicos, sociales y políticos del mundo digital que ya está aquí. Hemos reunido a un conjunto de expertos para analizar el progreso social o la creciente desigualdad igualmente plausibles en nuestras sociedades.

Europa tiene un papel que desempeñar a la hora de lograr que la digitalización tenga un impacto lo más positivo posible. También en el diseño del Internet del futuro y de las normas que tarde o temprano lo gobernarán para que sea una red abierta, inclusiva y segura.

Ningún proceso digital solucionará asuntos como la llegada de refugiados a las fronteras de Europa, la proliferación nuclear, el hambre o la pobreza. Detrás de ellos habrá decisiones tomadas por personas. Está por ver, sin embargo, que las personas estemos decidiendo hoy mejor que lo que un día cada vez más cercano podrían hacerlo inteligencias artificiales.