Partidarios de Ibrahim Traore organizan una manifestación frente a la embajada francesa para protestar contra Francia. Algunos manifestantes portaban la bandera rusa. El 2 de octubre de 2022 en Uagadugú, Burkina Faso. (STRINGER/GETTY)

Burkina Faso, al borde del precipicio

Burkina Faso se enfrenta a la inestabilidad política y a la amenaza del terrorismo yihadista, un contexto que favorece que se vea a Moscú cada vez con mejores ojos. Sobre todo a raíz de la experiencia del vecino Malí, donde se cree, sin datos, que la presencia del Grupo Wagner ha jugado un papel clave en el control de insurgencias rebeldes.
Antoni Castel
 |  24 de octubre de 2022

Burkina Faso ha sufrido dos golpes de Estado en menos de un año, propiciados por la desestabilización causada por las frecuentes incursiones de los grupos yihadistas transnacionales. Al mismo tiempo, crece el sentimiento antifrancés, en un país que había mantenido excelentes relaciones con Francia. Además se incrementan en redes sociales –y por parte de políticos– las llamadas a la ayuda de Rusia, presente en el vecino Mali mediante los mercenarios de la compañía Wagner.

Encabezado por el capitán Ibrahim Traoré, de 34 años, el golpe contra los golpistas del pasado 30 de septiembre confirmaba el fracaso de la gestión de la crisis de seguridad, causada por los cada vez más atrevidos ataques de los yihadistas. En siete años, desde la primera acción de octubre de 2015, el gobierno ha perdido el control del 40% de su territorio, sobre todo en el norte y el este. Durante este tiempo, han muerto unas 2.000 personas y se han cerrado centenares de escuelas. Miles de personas han abandonado sus hogares.

Traoré, fue elegido presidente de transición en octubre en una conferencia nacional en la que participaron unas 300 personas (militares, sindicalistas, autoridades tradicionales y religiosas, entre otros). Ahora debe definir la estrategia para enfrentarse al yihadismo, agrupado en dos organizaciones, el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM, por sus siglas en árabe), afiliado a Al Qaeda, y el Estado Islámico en el Gran Sahara (ISGS, por sus siglas en inglés). Vista la debilidad del Ejército, incapaz de llevar la iniciativa frente a los yihadistas, Traoré debe decidir si recurre a Rusia, tal como reclaman no solo centenares de manifestantes, que enarbolaron banderas rusas tras el golpe, sino influyentes políticos, como Isaac Zida, un militar residente en Canadá que fue presidente durante unos meses tras un golpe de Estado en noviembre de 2014. Menos explícita que Zida, Mariam Sankara, viuda del presidente Thomas Sankara, reclamó acercarse a otros aliados, “honestos y creíbles”.

Asesinado por sus compañeros de revolución en octubre 1987, Sankara es venerado en Burkina Faso, “la patria de los hombres íntegros” en lengua mooré, nombre que sustituyó al colonial Alto Volta. Un cambio con mensaje incorporado, porque se discutía la tradicional servidumbre ante Francia desde la independencia en 1960.

A pesar del gesto, del cambio de nombre y de la retórica anticolonial, el país que encontró Sankara cuando tomó el poder en 1983 no estaba tan alejado de Francia como ahora. Hubieran sido impensables las manifestaciones del día del golpe ante la embajada francesa y el saqueo de los centros culturales franceses de Uagadugú y  Bobo-Dioulasso, la segunda ciudad del país. Unas protestas, alentadas por las redes sociales, que expresan el rechazo a una exmetrópoli que les niega visados y que consideran altiva y a la que responsabilizan del fracaso frente al yihadismo. Y miran a Rusia porque creen que la junta militar en el poder en Malí ha frenado los avances rebeldes gracias a los mercenarios de Wagner, una creencia no corroborada por los datos.

Anadolu Agency / GETTY

 

Relación con Moscú

Pese a la invasión de Ucrania, Rusia no es percibida en parte de África de una forma tan negativa como en Europa. Los estrechos vínculos económicos, la fascinación de las elites africanas por las capitales europeas, especialmente París y Londres, y la presencia de una importante diáspora en países europeos no son obstáculo para que sus dirigentes, en algunos casos, marquen distancias. Así se puso de manifiesto en las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre la guerra. En la primera, del 2 de marzo, en la que exige la retirada de las tropas rusas de territorio ucraniano, adoptada por 141 votos a favor, Eritrea votó en contra, lo mismo que hizo Corea del Norte, Siria, Bielorrusia y la propia Rusia. De las 35 abstenciones, casi la mitad fueron africanas: Argelia, Angola, Burundi, Centroáfrica, Congo, Guinea Ecuatorial, Madagascar, Malí, Mozambique, Namibia, Senegal, Suráfrica, Sudán del Sur, Sudán, Uganda, Tanzania y Zimbabue. Se ausentaron doce países, ocho africanos: Burkina Faso, Camerún, Esuatini (Suazilandia), Etiopía, Guinea, Guinea Bissau, Marruecos y Togo. La más reciente, del 12 de octubre, en la que se condena “los referendos ilegales” de las cuatro regiones ucranianas, votaron a favor 143 países, en contra 5 y se abstuvieron 35. El cambio más significativo fue el de Eritrea, que se abstuvo. Nicaragua votó en contra. Y Burkina Faso se ausentó de nuevo.

 

«La presencia de una importante diáspora en países europeos no son obstáculo para que sus dirigentes, en algunos casos, marquen distancias»

 

De los resultados, no sorprenden tanto el voto de Argelia, con sólidas relaciones con Moscú desde la época de la Unión Soviética; ni de Eritrea, un régimen aislado; ni de Malí, enfrentado ahora a Francia; sino de tradicionales aliados de los países occidentales, como Senegal, Camerún, Congo, Namibia y Uganda. Que las diplomacia estadounidense y europea fueran incapaces de convencerles de votar una resolución de condena de una agresión es indicativo de su pérdida de influencia. En el caso de Suráfrica, el presidente Cyril Ramaphosa trata de reivindicar el papel de potencia regional, que se mantiene equidistante en un conflicto que se libra en Europa.

 

El reto del yihadismo

En Burkina Faso, el reto al que se enfrenta Traoré es enorme. El yihadismo se extiende por el África occidental sin que se pueda frenar su avance. International Crisis Group, en su observatorio Crisis Watch, identificaba en septiembre ataques yihadistas en Benín, Burkina Faso, Camerún, Malí, Níger, Nigeria y Togo. En la costa oriental, en Mozambique y Somalia.

La presencia yihadista no solo perturba las relaciones sociales y económicas y se engulle los escasos recursos en el esfuerzo de guerra, sino que también desestabiliza unos estados, que ya son débiles. En Burkina Faso, el cansancio de la población ante los avances yihadistas propició el golpe de Estado de enero contra el presidente Roch Marc Christian Kaboré, depuesto por el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba. Elegido en 2015, Kaboré había intentado, tras el fracaso de la opción militar, dialogar con grupos yihadistas y había impulsado la creación de autodefensas. Aprobados por el Parlamento en enero de 2020, los Voluntarios de Defensa de la Patria (VDP) reciben armas del Gobierno y apoyo logístico.

 

«El cansancio de la población ante los avances yihadistas propició el golpe de Estado de enero contra el presidente Roch Marc Christian Kaboré»

 

El Ejército y las autodefensas se enfrentan a unos grupos que se financian, entre otras actividades ilícitas, gracias la extracción de oro y el contrabando de cigarrillos procedentes de Dubái, según destaca un documento de la Fundación Konrad Adenauer. Aunque existen diferencias entre el JNIM y el ISGS, coinciden en ejercer la violencia, más indiscriminada en el segundo grupo, y en buscar el control social mediante las alianzas o la coacción y en practicar una gestión alternativa de las zonas bajo su influencia, menos burocrática, de acuerdo con un estudio académico de Natasja Rupesinghe y Mikael Hiberg Naghizadeh, publicado en The Conversation.

Además, Burkina Faso también se enfrenta a retos de convivencia interna. La implantación de Ansarul Islam entre los peuls (miembros de un pueblo saheliano dedicado al pastoreo que también conocidos como fulanis o fulbes) amenaza la coexistencia comunitaria, en un país ejemplo de convivencia religiosa y étnica. No en la prensa burkinabé, bastante responsable, pero sí en las redes sociales, en las que se asocia con frecuencia a peul con yihadismo. Anssarul Islam fue fundado hace unos seis años por un predicador, Malam Ibrahim Dicko, que contestaba el poder de las autoridades tradicionales y religiosas. Lo hizo con un discurso que cuajó sobre todo entre los jóvenes, en una región, Soum, fronteriza con Mali, habitada mayoritariamente por peuls. A la muerte de Malam, en 2017, le sucedió su hijo Jafar, conocido como Yéro. Finalmente Ansarul Islam se integró en el JNIM.

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