Un hombre con el uniforme de húsar húngaro, durante el desfile por la fiesta nacional de Hungría en Targu Secuiesc (250 kilómetros al norte de Bucarest), que en 2013 reunió a miles de húngaros de Transilvania para celebrar la revolución húngara de 1848. GETTY

La caducidad de los mapas: el fin del imperio austro-húngaro

Alicia García Romero
 |  15 de febrero de 2018

El fin de la Primera Guerra Mundial alteró profundamente el mapa de Europa. Nada menos que cuatro imperios –alemán, austrohúngaro, ruso y otomano– firmaron su acta de defunción. Una vez acabado el conflicto, la Conferencia de Paz de París fue la encargada principal de redefinir los límites del continente. Se firmaron un total de cinco tratados de paz entre las potencias victoriosas y las derrotadas: el de Versalles con Alemania, el de Saint-Germain con Austria, el de Trianon con Hungría, Neuilly con Bulgaria y Sèvres con Turquía. En los contorsionismos geográficos, étnicos y culturales a que obligaron estos tratados están muchas de las semillas del malestar en una región, Europa Central y del Este, condenada a redibujar una y otra vez sus mapas.

Estos tratados nacieron al calor de los complicados sistemas de alianzas entre los distintos participantes del conflicto y sus respectivos intereses y ansias revanchistas, por lo que en general resultaron excesivamente duros. Despojaron a los vencidos de grandes territorios según los Catorce Puntos de Wilson y su apuesta por la autodeterminación de las nacionalidades, y se les impusieron compensaciones de guerra. Los vencidos no tuvieron mucho margen de negociación y se vieron obligados a aceptar las condiciones de paz.

Para las poblaciones de las potencias derrotadas los tratados de paz fueron un castigo desproporcionado e injusto. Sus gobiernos, ya fueran democráticos o autoritarios, trataron de que las disposiciones más duras fueran revisadas e hicieron de esto el foco de sus políticas exteriores, desestabilizando y afectando a la política internacional. Estos tratados de paz, más que cerrar el episodio de la Gran Guerra, pusieron los cimientos para futuras confrontaciones.

 

 

El imperio Austrohúngaro, crisol de nacionalidades, se desintegró dejando como Estado sucesor a Austria y reconociendo como nuevos Estados a Hungría, Yugoslavia y Checoslovaquia, según el tratado de Saint-Germain-en-Laye firmado el 10 de septiembre de 1919. Austria quedó formada por la mayoría de las regiones de habla alemana del imperio, si bien algunas comunidades germano parlantes quedaron fuera del territorio austriaco. Un importante punto del tratado impedía el Anschluss entre Austria y Alemania, objetivo deseado por los pangermanistas.

 

El puzzle húngaro

El tratado de Trianon, firmado el 4 de junio de 1920 entre Hungría y las potencias vencedoras, ultimaba el proceso de desmembramiento del antiguo imperio. El nuevo Estado húngaro cedió territorios a favor de Rumania, Yugoslavia y Checoslovaquia: Transilvania, parte de Banato y Bucovina a Rumanía; el Burgenland a Austria, y Eslovaquia pasaría a ser parte de Checoslovaquia. Italia y Polonia también obtuvieron su pedazo de territorio húngaro.

Este tratado no solo redujo a Hungría a un pequeño país centroeuropeo rodeado de regiones que le habían pertenecido anteriormente ahora en poder de otros países, y en las que residían importantes minorías húngaras, sino que desde entonces las relaciones de Hungría y sus vecinos estuvieron y están condicionadas por los conflictos de las minorías húngaras.

El tratado pretendía establecer fronteras políticas de acuerdo con las fronteras étnicas. Esto planteaba numerosos problemas, ya que en muchas zonas las poblaciones estaban y están mezcladas o había zonas donde una etnia era mayoritaria, rodeada de zonas donde era minoritaria (húngaros székely en la zona oriental de Transilvania, por ejemplo). En teoría, en las zonas más conflictivas se celebraría un referéndum para que la población local se expresara, pero en la práctica sólo en Sopron, ciudad en principio atribuida a Austria, se celebró: la población votó por seguir perteneciendo a Hungría.

La firma del tratado no fue sencilla. Tras la revolución de los Crisantemos hacia el final de la guerra, y la dimisión del nuevo gobierno húngaro surgido de esta debido a las reticencias a firmar los acuerdos de paz por las duras condiciones del tratado, se proclamó la república soviética de Hungría. El gobierno, formado por socialistas y comunistas, intentó sin éxito retomar parte de los territorios perdidos. Tras la derrota del ejército húngaro, el gobierno soviético fue apartado del poder y se restauró la monarquía bajo la regencia del almirante Horthy con el apoyo de las potencias aliadas.

 

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El almirante sin armada en un país sin salida al mar, regente en un reino sin rey, firmó el tratado de paz aceptando las duras condiciones. Las fronteras finales fijadas por este supusieron la pérdida de más de la mitad del territorio del país y que más de tres millones de personas de lengua magyar quedaran dentro de las fronteras de otros países.

Los intentos húngaros de conseguir una revisión de las fronteras establecidas por Trianon provocaron que Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia formaran la Pequeña Entente, pacto defensivo contra las aspiraciones húngaras. Las tensiones territoriales y de minorías entre estos países vecinos han generado, hasta la actualidad, unas relaciones nocivas.

Durante la época de entreguerras, la Hungría del almirante Horthy siguió la política de la Gran Hungría (Nagy-Magyarország). Con ella buscaba brindar apoyo a los húngaros fuera de la nación, aproximadamente unos 3,3 millones, y a aquellas poblaciones en ciudades divididas entre dos países. Gracias al entendimiento entre Hungría y la Alemania nazi, durante la Segunda Guerra Mundial esta política fue llevada a cabo a través de cambios territoriales decididos por la Alemania nazi, pero al finalizar la guerra las fronteras volvieron a lo estipulado por Trianon.

 

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Aquellos polvos, estos lodos

Para los húngaros, Trianon no era la solución justa para las minorías húngaras. Para los rumanos, eslovacos y serbios, sin embargo, el fin de la Gran Guerra trajo consigo la libertad política y cultural que les fue vetada durante la época de dominación austrohúngara. Trianon significó su liberación. Y a pesar de que hoy tres de aquellos países –Rumania, Eslovaquia y Hungría– pertecenen al mismo club, la Unión Europea, las tensiones continúan.

Tras la Segunda Guerra Mundial, comenzó una política de rumanización en los territorios con minorías húngaras. Entre 1952 y 1968 obtuvieron un territorio con relativa autonomía, la Región Autónoma Húngara. Con la caída de la Unión Soviética, Hungría y Rumania firmaron en 1995 un acuerdo por el cual Hungría reconocía la soberanía rumana de Transilvania, y a su vez Rumania respetaba y garantizaba los derechos de los húngaros dentro de sus fronteras. Después de la entrada de ambos en la UE, las relaciones entre ambos países se han normalizado relativamente.

En Eslovaquia, después de la Segunda Guerra Mundial un acuerdo entre ambos gobiernos obligó a gran cantidad de húngaros a marcharse del país hacia Hungría, y viceversa. También se inició un proceso de eslovaquización. En 1995 se firmaron acuerdos por los que Eslovaquia debía respetar las minorías húngaras como requisito para su ingreso en la OTAN y la UE. Sin embargo, las relaciones entre los gobiernos de ambos países siguen siendo tensas. Eslovaquia sigue aplicando medidas que complican la situación de las minorías húngaras, potenciando el nacionalismo eslovaco así como la lengua eslovaca en detrimento de la húngara. En 2010, cuando Hungría ofreció la doble nacionalidad a los húngaros de Eslovaquia, se generó una pequeña crisis entre ambos países. Eslovaquia respondió que retiraría la nacionalidad eslovaca a quien solicitara la doble nacionalidad.

En la actualidad, casi cien años después de la caída del imperio Austrohúngaro, las voces irredentistas en Hungría proliferan, así como las evocaciones a la Gran Hungría, alentadas por las veleidades nacionalistas del primer ministro, Viktor Orban. En los últimos siete años, Hungría ha expedido más de un millón de nuevas ciudadanías. Los extremistas del país usan la carta húngara y la de la situación de las minorías húngaras en los países de alrededor como arma en las elecciones. En noviembre, ante el Consejo de la Diáspora Húngara, Orban subrayó la filosofía básica de su gobierno, «que todos los individuos y comunidades húngaras, con independencia de la jurisdicción estatal a la que estén sujetos, son parte de una nación húngara unida».

Trianon sigue dando que hablar.

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