Catar: relevo en la cúpula del pequeño gran país

 |  27 de junio de 2013

 

Tras 18 años en el trono, el emir de Catar, el jeque Hamad Bin Khalifa al Thani, de 61 años, ha abdicado a favor de uno de sus hijos, Tamim Bin Hamad al Thani. Hamad y Tamim suman, entre ambos, 94 años, solo cinco más que el rey y primer ministro saudí, Abdullah ibn Abdulaziz al Faysal al Saud. Comparados con la gerontocracia saudí, los modos cataríes resultan un soplo de aire fresco en una región marcada por la inmovilidad.

Desde que derrocó a su padre mediante un golpe de Estado en 1995, Hamad no ha parado de moverse, políticamente hablando. Tras ejecutar el golpe palaciego –su padre había hecho lo mismo con su primo, lúdico y derrochador– el nuevo emir se enfrentó al rechazo de saudíes y egipcios. Como explica Khaled Hroub en este artículo para Afkar/Ideas, las élites de ambos países despreciaron al nuevo gobernante, joven y ambicioso, y se pusieron de parte de su viejo y tímido padre, quien siempre había estado del lado de los saudíes. Un año después se organizó un golpe militar en Catar y Hamid acusó a Egipto y Arabia Saudí de orquestarlo. Desde entonces, Hamid ha adoptado políticas hostiles contra ambos, lo que no le impidió resolver viejas disputas fronterizas con Arabia Saudí y Bahréin. Y, de paso, convertir a Qatar –apoyado en sus enormes reservas de gas y petróleo– en un líder regional.

Con una población de apenas dos millones de habitantes, Catar era un improbable candidato a potencia regional. Sin embargo, una ambiciosa actividad diplomática ha permitido al pequeño emirato mediar en los principales conflictos en Oriente Próximo. Doha ha promovido la paz entre el gobierno sudanés y los rebeldes en Darfur; ha convencido al gobierno yemení y a los rebeldes hutíes de participar en conversaciones de paz; impidió, en 2008, que Líbano se precipitara en una nueva guerra civil; y en 2012 consiguió persuadir al presidente palestino, Mahmud Abbas, y al líder de Hamás, Jaled Mashaal, de que firmasen un acuerdo sobre un gobierno de unidad nacional.

El mérito de esta diplomacia de frenesí y alcance bismarckianos es atribuible a Hamad. Como explica Hroub, el emir saliente siempre ha pensado que existía un vacío de liderazgo regional que él podía llenar, a pesar de su frágil punto de partida. Su hijo Tamim parte desde una posición sin duda más ventajosa. Los analistas no esperan, sin embargo, cambios significativos. “Tamim se sentará al volante del coche de su padre, con el destino ya programado”, afirma Mustafa Alani, del Gulf Research Center.

Con la “primavera árabe” en marcha, los Al Thani, que gobiernan Catar desde hace 130 años, vieron una gran oportunidad para afirmar su liderazgo. De inmediato desplegaron su arsenal de medios de comunicación, con Al Yazira a la cabeza, brindaron apoyo económico a numerosos actores y, en caso necesario, respaldo militar, como en Libia. Su defensa de la democracia, del pluralismo y de elecciones libres ha sido vista, sin embargo, con recelo. Catar no es una democracia. A pesar de ello, Doha ha apoyado las revueltas árabes y respalda a los rebeldes sirios. En las últimas semanas, ha permitido a los talibán afganos abrir una oficina en Doha.

Esta diplomacia muy por encima de su peso nacional, e incoherente con su sistema doméstico, autoritario y ultraconservador, conlleva numerosos riesgos. En estos momentos, en Túnez, Egipto y Libia se extiende cierto sentimiento anti-catarí, al percibir la población local una intromisión de Catar en sus asuntos nacionales. Doha es criticada, además, por apoyar a una sola fuerza, los islamistas, frente a las demás.

 

Para más información:

Khaled Hroub, «Catar: apostar por el liderazgo regional». Afkar/Ideas 33, primavera 2012.

Rod Nordland, «New Hope for Democracy in a Dynastic Land». The New york Times, junio 2013.

Regan Doherty, «Qatar’s outgoing emir, a visionary for tiny Gulf state». Reuters, junio 2013.

 

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