chile elecciones
Una funcionaria de la mesa electoral muestra un voto al final de las elecciones presidenciales chilenas, el 21 de noviembre de 2021 en Santiago. MARCELO HERNÁNDEZ. GETTY

Chile: incertidumbre, abstención y polarización

Inmersa en una crisis de representación, la ciudadanía chilena se mantiene alejada de las urnas, propiciando la fragmentación y, sobre todo, una polarización asimétrica donde la extrema derecha, con Kast a la cabeza, cosecha votos con la promesa de orden.
Julieta Suárez Cao
 |  23 de noviembre de 2021

El 21 de noviembre tuvieron lugar en Chile las primeras elecciones generales tras el estallido social de 2019. La crisis ocasionada por la ola de protestas y manifestaciones gatillada por el aumento del precio del metro desembocó en un proceso de cambio constitucional que se abrió con un plebiscito en octubre de 2020. En 2021, el electorado chileno volvió a votar en numerosas ocasiones. En mayo se eligieron los y las convencionales constituyentes, con un fuerte apoyo a listas de independientes y una mayoría ideológica cercana a la izquierda, en detrimento de las candidaturas de centro y de derecha. Algo similar ocurrió con las elecciones de las gobernaciones regionales, donde la derecha solo triunfó en una de las 17 regiones del país. En noviembre, la primera vuelta presidencial ha dejado a dos candidatos, José Antonio Kast, del Frente Social Cristiano, y Gabriel Boric, de Apruebo Dignidad, en un balotaje sin haber superado ninguno el 30% de los votos y con dos puntos de distancia entre ellos. Resulta así un escenario muy fragmentado, en el que se desploman –en las presidenciales– las coaliciones que han gobernado Chile desde la democratización.

Es posible entender estas elecciones y sus resultados a la luz de la tensión entre representación y participación. Una de las causas que llevó a las protestas masivas es la profunda crisis de representación de los partidos políticos y las instituciones de gobierno. El aumento de la participación a través de movimientos sociales que se observaba desde comienzos de siglo encontraba su correlato inverso en la disminución de la participación electoral. Las últimas elecciones generales muestran aún un fuerte rechazo de la población a volver a las urnas. Con una participación baja (47%), la ciudadanía se mantiene alejada de las urnas. Sin embargo, el problema no es solo de magnitud, sino de sesgos. El sistema de voto voluntario en Chile tuvo como efecto una votación baja y sesgada, siendo las personas mayores y de más alto poder adquisitivo quienes tienden a emitir sufragio. Por el contrario, según un estudio de Loreto Cox, Ricardo González y Carmen Le Foulon, las personas que protestaron en octubre 2019 son en promedio jóvenes que perciben niveles más altos de desigualdad.

 

«Es difícil pretender que cambie el comportamiento electoral sin haber transformado las reglas que ayudan a mantenerlo en niveles bajos»

 

Parece sorprendente que no se haya visto un aumento de la participación para unas elecciones presidenciales competitivas, de resultado incierto y donde las candidaturas presentaban claras diferencias de programas. Todas estas características generan expectativas teóricas de fomento a la participación popular. No obstante, es difícil pretender que cambie el comportamiento electoral sin haber transformado las reglas que ayudan a mantenerlo en niveles bajos. Desde la sociedad civil se propusieron diversos mecanismos para bajar los costos de sufragar. Sin embargo, casi ninguna iniciativa prosperó y la que se reguló –una ley que obligaba a tener los locales de votación cercanos al domicilio de residencia de los y las electores– no se implementó para estas elecciones. En este contexto, el resultado de Kast, imponiéndose por muy poco a Boric, no es sorprendente.

Finalmente, la baja participación, en la cual se movilizan y participan más las minorías intensas, parece dar cauce al peligro de la polarización. Ahora, esta polarización en realidad no es tal cual la conocemos habitualmente. En el caso de Chile, se da una polarización asimétrica parecida a lo que se vive en Estados Unidos desde la derechización extrema del Partido Republicano. En Chile, la extrema izquierda no supera el 2% de apoyo. Es la extrema derecha, con Kast a la cabeza, la que crece más y tensa el sistema a costa de las expresiones más moderadas del sector. Su programa incluye desde la negación de la crisis climática hasta la eliminación del Instituto Nacional de Derechos Humanos. Esto no significa que todos sus votantes comulguen con la totalidad de sus ideas, pero es cierto que la promesa de orden puede cautivar a personas con otras sensibilidades políticas. De hecho, el centro-derecha había dado señales de moderación en cuestiones de derechos y del papel del Estado en la economía, como muestra Stephanie Alenda en su Anatomía de la derecha chilena (FCE, 2020). Sin embargo, la mala elección de su abanderado puede abrir opciones estratégicas de radicalización.

Más allá del resultado de la segunda vuelta en diciembre, el nuevo gobierno no lo tendrá fácil. Va a tener que convivir con una Asamblea Constituyente en marcha y con un Congreso fragmentado que hará difícil la aprobación de políticas sustantivas bajo la Constitución vigente. Así, en el marco hiperpresidencial chileno, en diciembre se elegirá a un presidente con muchos poderes formales y con un mandato de reformas, cuyo signo será muy diferente según quién resulte ganador. Sea Kast o Boric, este o aquel se enfrentarán con dificultades para conseguir las supermayorías necesarias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *