Comercio en el Ártico: Groenlandia rompe el hielo

 |  6 de noviembre de 2013

El deshielo del Ártico progresa, y Groenlandia parece dispuesta a convertirse en su primera beneficiaria. O tal vez víctima. La región ártica obtuvo tras un referéndum en 2008 el derecho de autodeterminación de Dinamarca, país al que pertenece desde 1953. El año siguiente, una victoria electoral de la Comunidad Inuit de Kuupik Kleist confirmaba la deriva independentista de Groenlandia. Se trata de la isla más grande del mundo, con cuatro veces el tamaño de España, si bien en toda su superficie se cuentan dos semáforos, ambos en la capital, Nuuk.

Emanciparse conllevaría la pérdida de generosos subsidios daneses, que actualmente representan un 50% del PIB groenlandés. Y el calentamiento global amenaza a la industria pesquera, de gran relevancia en la isla. Ante esta tesitura, el gobierno izquierdista Kleist recurrió a la minería. El patrimonio natural de Groenlandia se plantean como una fuente de ingresos a explotar, en un momento en el que el deshielo de los casquetes polares afecta ya al 90% de la región. Oro, hierro, y aluminio se cuentan entre los abundantes recursos minerales de la isla. También existen yacimientos de uranio y minerales raros, ofreciendo a Groenlandia la posibilidad de arrebatar el monopolio comercial de estos últimos a China.

Los planes de Kleist, sin embargo, alarmaron a la población inuit, que constituye un 80% de los 57.000 habitantes de Groenlandia. Y el proyecto de London Mining para explotar yacimientos de hierro en Isua, importando con tal fin a 3.000 trabajadores chinos, fue la gota que colmó el vaso. En marzo de 2013, la socialdemócrata Aleqa Hammond derrotó a Kleist haciendo uso de un discurso crítico con la minería.

Medio año después, sin embargo, Hammond da marcha atrás. London Mining ha recibido una licencia de 30 años para explotar los yacimientos de Isua, y el gobierno groenlandés acaba de derogar su política de cero tolerancia respecto a la extracción de uranio. Con esta iniciativa, que aún debe ser ratificada por el parlamento danés, Groenlandia espera fomentar la inversión extranjera y viabilizar su independencia.

La iniciativa se plantea en un momento en que el calentamiento de los océanos crea expectativas de futuras rutas comerciales a través del Ártico. De establecerse, dichas rutas rebajarían en un tercio el tiempo de comercio entre Europa y Asia. Es por eso que China mantiene un perfil activo en el Ártico, inquietando con ello a la Unión Europea. A la futura presencia china en Groenlandia se añade la actual en la Estación Ártica del Río Amarillo de Svalbard.

Ante semejante rivalidad geopolítica y las reivindicaciones de inuits que ven su modo de vida amenazado, surge la tentación de ver en Groenlandia la Pandora de James Cameron, y un Ártico cada vez más ajetreado asemejándose al que describe Philip Pullman en sus novelas. La romantización, sin embargo, es prematura. El comienzo de las actividades mineras no se prevé a corto plazo, y en octubre Nils Andersen echó –valga al ironía– un jarro de agua fría sobre el futuro del comercio en el Ártico. El presidente de Maersk, líder mundial en logística, opina que aún faltan dos décadas para que el comercio a través del Ártico sea factible. En la actualidad las rutas requieren la presencia de rompehielos, y se ven fuertemente condicionadas por los ciclos estacionales. Maersk está en proceso de renovar su flota con veinte barcos Triple-E, que con 400 metros de eslora y capacidad de transportar 18.000 contenedores marinos representan los mayores buques comerciales construidos hasta la fecha. Están destinados al comercio entre Asia y Europa, pero continuarán realizando el trayecto a través del Canal de Suez.

Tal vez esto sea deseable. Las consecuencias del cambio climático son difíciles de predecir, y el optimismo con que se anticipa el deshielo de los casquetes polares tiene un tinte panglossiano que resulta inquietante. La riqueza mineral de Groenlandia puede convertirse en una fuente de riqueza y desarrollo para la isla, pero conviene que su explotación no se precipite y se lleve a cabo atendiendo a criterios de sostenibilidad social y ecológica.

 

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