De Crimea al Caribe, las repercusiones del Euromaidán

 |  26 de marzo de 2014

Las tensiones generadas entre Washington y Moscú por la anexión rusa de Crimea llegan hasta el Caribe. El 26 de febrero, Sergei Shoigun, ministro de Defensa ruso, anunció la apertura de nuevas bases militares en Venezuela, Nicaragua y Cuba. El objetivo es injerir en América Latina en respuesta al apoyo prestado por Washington a las protestas del Euromaidán.

Nada nuevo bajo el sol. En noviembre de 2008, y tras haber impedido la entrada de Georgia en la OTAN mediante una intervención militar, la armada rusa y la venezolana realizaron maniobras conjuntas en el Caribe. Esta vez, sin embargo, Moscú ha doblado la jugada. El gobierno venezolano ha negado la existencia de planes para estrechar lazos militares, y lo mismo ha hecho el nicaragüense. Por resurgente que parezca, Rusia aún está lejos de recuperar el estatus de superpotencia del que gozaba la Unión Soviética.

El gesto, a pesar de todo, pone sobre la mesa tres cuestiones inquietantes para EE UU. La primera es el rearme militar que está llevando a cabo Vladimir Putin. Aunque Rusia no va adueñarse del Caribe y el PIB del país es similar al de Italia, las fuerzas armadas comenzaron un proceso de renovación tras la guerra de Georgia en 2008. Para 2020, Rusia espera haber adquirido 100 nuevos buques de guerra y ocho submarinos nucleares. El ejército ha ampliado su capacidad de proyección, y está abordando problemas como la obsolescencia de su equipamiento. Nada de esto es plato de gusto para una Unión Europea que mantiene un gasto en defensa mínimo, y que vive tensiones renovadas con Rusia. Tampoco lo es para un Pentágono que se ve obligado a realizar recortes presupuestarios a la vez que intenta contener a China y sancionar a Rusia.

La segunda es la pérdida de influencia americana en el Caribe y América Latina. En la actualidad, el primer socio de la mayoría de las economías latinoamericanas –incluyendo Brasil, principal potencia en la región– es China. Aliados estadounidenses, como Chile y Colombia, están pasando a ser la excepción y no la regla en la región. Por eso la reacción general en América Latina ante la crisis de Ucrania no ha sido excesivamente crítica con Rusia.

En último lugar, y frustrando los planes de la diplomacia occidental, la anexión de Crimea no ha hecho de Rusia el paria de la comunidad internacional. China mantiene una política exterior de no intervención y respeto de la soberanía nacional, pero ve en Rusia un aliado en potencia. Es por eso por lo que, aunque sin excesivo entusiasmo, ha apoyado la intervención militar. También lo ha hecho India, en el pasado socio de Moscú y que en la actualidad depende de Rusia para el 75% de sus importaciones de armamento (las mayores del mundo). La actitud de los dos países más poblados del planeta respecto a Rusia hace difícil hablar de “condena de la comunidad internacional”. Como ocurre con frecuencia, esa comunidad se refiere a EE UU y sus allegados.

El valor estratégico de Crimea es nulo para Washington y Europa. Aún así, una mala gestión de la crisis actual podría tener consecuencias graves. Putin aún considera la posibilidad de mantener con Occidente su relación de socio –en Afganistán, el océano Índico y la lucha contra el terrorismo islámico­– en vez de enemigo. Pero si las relaciones empeoran, Rusia podría terminar por sellar lo que hasta ahora no ha sido posible: una alianza de conveniencia con China. Con Pekín y Moscú trabajando para desplazar a Washington, los avances rusos en el Caribe adquirirían un matiz mucho más preocupante del que presentan ahora.

 

 

 

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