Donetsk en el punto de mira

 |  22 de abril de 2014

“Justo cuando creía que estaba fuera, ¡me vuelven a meter!”. Las palabras de Vito Corleone parecen hechas a medida del último episodio de la crisis de Ucrania. A principios de abril aumentaron las revueltas antigubernamentales en el este del país, mayoritariamente rusófono y cercano a Moscú. Tras la ocupación de numerosos edificios públicos y la autoproclamación de una “República Popular de Donetsk”, el gobierno de Kiev realizó una intervención militar destinada a restaurar el orden. La operación, que comenzó el 14 de abril, hacía aguas dos días después, al capturar los rebeldes prorrusos varios blindados ucranianos. La tensión amenazaba con alcanzar un punto de no retorno.

El 18 de abril, el secretario de Estado americano, John Kerry, su homólogo ruso, Sergei Lavrov, y Catherine Ashton, máxima representante de la política exterior y de seguridad común de la Unión Europea, alcanzaron una solución de consenso para la crisis. Moscú acordó desmovilizar a las milicias a las que, según los servicios de seguridad ucraniano, armó en primer lugar. A cambio, Kiev ha accedido a convertir Ucrania en una república federal que consagre la autonomía del este y sur del país.

Este frágil acuerdo amenaza con saltar por los aires. La manzana de la discordia hizo su aparición el 20 de abril, cuando tres prorrusos murieron en un choque armado que tuvo lugar en Slaviansk, 100 kilómetros al norte de Donetsk. Moscú acusa al ultranacionalista Sector de Derechas ucraniano, pero el ministerio del Interior asegura que la autoría es incierta. Viacheslav Ponomariov, alcalde –autoproclamado­– de Slaviansk, ha pedido la intervención de pacificadores rusos. Todo esto supone un quebradero de cabeza para Christian Schoenenberger, enviado de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). El suizo informó recientemente de que los prorrusos aún se muestran reacios a abandonar los edificios que han logrado ocupar. Pero pocos esperan que los rebeldes mantengan su pulso contra Kiev si Moscú los desarma y desautoriza. Sorprende que continúen poniendo trabas a la tregua, porque la crisis se había resuelto de forma favorable a Rusia.

Este desenlace es resultado de los ases bajo la manga que guardaba Vladímir Putin. Como señala Stephen M. Walt, catedrático de relaciones internacionales en Harvard, existe una tendencia a exagerar el papel desempeñado por el presidente ruso en la crisis de Ucrania. Pero no por ello es menos cierto que la escalada de tensiones en el este del país obedece a un claro cálculo por parte del Kremlin. Antes que incorporar una región que no desea ser anexionada, Putin prefiere convertir Ucrania en una federación permeable a la influencia rusa. Cuando Washington y Bruselas negaron esta posibilidad, Putin tensó la cuerda armando e incitando a los rebeldes. Como observa Stefan Wagstyl en el Financial Times, Putin empleó otros medios a su alcance, incluyendo los económicos –Gazprom elevó recientemente el precio del gas en Ucrania de 268 a 485 dólares por mil metros cúbicos– e incluso los militares. La concentración de tropas rusas en la frontera oriental funcionó como un importante recordatorio del escaso margen de maniobra de Kiev. El presidente ruso incluso llegó a referirse al este de Ucrania como “nueva Rusia”, término con que se denominaba la región cuando pertenecía a la Rusia zarista. Tras semejante despliegue de poder duro y blando, no es de extrañar que Putin se haya salido con la suya. El precio a pagar es una Ucrania disfuncional, rasgada por diferencias irresolubles y al borde de una guerra civil.

Europa y Estados Unidos juegan con una mala mano, y tampoco han sabido emplearla hábilmente. Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, ha prometido reforzar la presencia de la Alianza en el este de Europa “por tierra, mar y aire”. En una reciente reunión entre el ministro de Defensa polaco y Chuck Hagel, el secretario de Defensa estadounidense prometió reforzar la presencia americana en la frontera entre la OTAN y Rusia. Pero la contribución actual, de 150 soldados, es insignificante en comparación con los 10.000 que pide Polonia.

Tampoco parece que los delfines y leones marinos que la marina americana pretende emplear en el mar Negro vayan a socavar la posición rusa. Para colmo de males, Rusia se ha apropiado de los delfines militares que mantenía Ucrania en Crimea. Los cetáceos han sido requisados y el pescado está vendido. En lo que concierne al pulso por Ucrania, Putin ya ha ganado.

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