Fotograma de 'Dunquerke'.

‘Dunkerque’. Una alegoría

Recaredo Veredas
 |  28 de julio de 2017

I. La historia

Quien haya visto la última película de Christopher Nolan y no conozca el contexto bélico y político que rodeó a la evacuación de Dunkerque solo ha disfrutado de un brillante espectáculo cinematográfico. Aunque el episodio ocurriera en mayo de 1940 y la guerra comenzara en septiembre de 1939, la verdadera confrontación en el frente del Oeste acababa de empezar. En Polonia, la situación era bien distinta. Hitler y Stalin habían ejecutado su reparto y la devoraban con su crueldad habitual.

Los británicos y los franceses esperaron durante meses, con considerable pasmo, el ataque alemán. Hubo refriegas, incluso un intento de invasión de Alemania por Francia, la conocida como ofensiva del Saar, pero no llegaron a nada. Francia temía la repetición de la brutal guerra de trincheras desarrollada en su frontera con Alemania durante la Primera Guerra mundial. Por otro lado, Gran Bretaña seguía en manos de Neville Chamberlain, defensor del apaciguamiento hacia la Alemania nazi. Tampoco mostraron mayor interés por ayudar a la martirizada Polonia: quedaba muy lejos. En mayo de 1940, Hitler lanzó una ofensiva brutal, aprovechando los insólitos huecos de la “invulnerable” línea Maginot, y, en unos pocos días, el ejército francés se desmoronó.

Gracias a una maniobra envolvente, los alemanes rodearon a cerca de 400.000 soldados ingleses y franceses en la inmensa playa de Dunkerque, al norte de las arenas donde cuatro años después se produciría el desembarco de Normandía. Encerrados entre el mar y las tropas alemanas, los soldados no tenían escapatoria. Si hubieran sido aniquilados, el hundimiento militar y moral de los británicos habría asegurado una paz negociada con Gran Bretaña. Sin embargo, la actitud de Hitler y los suyos fue desconcertante. Tras las escaramuzas iniciales, el Führer negó el asalto terrestre y lo dejó todo en manos de la Luftwaffe. Sin embargo, la fuerza aérea alemana, cuyo comandante supremo era Hermann Goering, no quiso luchar contra el mal tiempo ni contra el excelente desempeño de la RAF, la Royal Air Force británica. La decisión alemana permitió que los británicos organizaran una evacuación en la que participaron decenas de buques de la British Army y cientos de pequeñas embarcaciones civiles y pesqueras que cruzaron, con insólito coraje, las escasas millas que separan Dunkerque de los acantilados de Dover.

¿Por qué Hitler permitió la evacuación? El debate continúa y las causas no se conocerán nunca. Todas las interpretaciones tienen cierto apoyo en la realidad: el ejército de tierra alemán estaba agotado y aún quedaban núcleos de resistencia en Francia, existían negociaciones entre Gran Bretaña y Alemania, Hitler tuvo vértigo ante una victoria tan temprana…

Como puede observarse en el tramo final de Dunquerke, Gran Bretaña recibe a los deprimidos soldados como auténticos héroes, convirtiendo una de las mayores humillaciones de la historia bélica británica en un auténtico éxito. En el resurgimiento del ánimo patriótico resultó decisiva la sustitución de Chamberlain por un obeso, fumador de puros y notable bebedor, marcado por desastres terribles como el de Gallipoli y por su desmesura, reconocida hasta por hagiógrafos como Boris Johnson. Fue Winston Churchill, uno de los mejores oradores de la historia, quien con su retórica elevó el orgullo británico en un mítico discurso sobre Dunkerque donde pronunció su famoso “We shall fight on the beaches”. Su afortunada gestión tanto de los ánimos como de los ejércitos permitió la victoria en la batalla de Inglaterra y la resistencia durante los 10 meses de soledad que precedieron a la entrada en guerra de Estados Unidos.

 

II. La manipulación (o no)

No es corriente que un creador tan personal como Christopher Nolan se sitúe en la cima de los directores más taquilleros de la historia del cine. Nolan, además, nunca ha abjurado de su estilo, lo que sí ha hecho Steven Spielberg, el maestro que comanda sin discusión la lista. Nolan no solo es capaz de entretener, sus películas (al menos desde que entró en el circuito de superproducciones) reflejan el zeitgeist apocalíptico de nuestros tiempos y, al mismo tiempo, regalan un espectáculo épico, protagonizado por oscuros héroes cuya voluntad supera a sus miedos o neurosis. Su sutileza política genera un debate incesante y ayuda a que el espectador se crea más brillante de lo que verdaderamente es.

Gracias a su éxito, Nolan es, sin haber explicitado sus teorías, uno de los pensadores más influyentes de nuestros tiempos. Sus obras son vistas por cientos de millones de espectadores, que absorben y asumen, salvo excepciones, su esquinado contenido. Cualquiera afirmaría que estrellas de la filosofía como Slavoj Zizek conforman con mayor fuerza el discurso hegemónico, pero no es cierto. El incomprensible, para la inmensa mayoría, discurso lacaniano de Nolan hace que sea un simple icono, a quien pueden atribuirse los valores que uno desee.

El mensaje de Dunkerque no es distinto del mostrado en, por ejemplo, la trilogía de Batman. Sí lo es la concreción: no solo filma su primera película bélica sino su primera película basada en hechos históricos. Su implicación en el presente hasta ahora había sido metafórica, incluso críptica. Nolan ha vivido entre Gran Bretaña y EEUU. Ambas naciones, su democracia y su estilo de vida, están amenazados.

La relación de Nolan con la verdad es digna de Maquiavelo. El Estado tiene la obligación de respetar al ciudadano y este de reclamarle, pero en situaciones críticas la defensa del Estado de Derecho se sitúa por encima de la verdad, por muy evidente que sea la mentira. Porque la alternativa es el horror, el caos, las utopías que tanto hemos sufrido durante el terrible siglo XX. Todo ello se combina con la de la distorsión inherente a la memoria. No hay otra opción que la negociación con una verdad que, irremediablemente, se nos escapa. Una negociación en la que no debe cederse ni un ápice a la oscuridad. Dos escenas ejemplifican lo expuesto: la primera es el final de la celebérrima The Dark Knight, cuando el valiente fiscal que lucha contra la corrupción es arrastrado por Joker hasta el mal y Batman se responsabiliza de sus crímenes para que la sociedad mantenga la fe en sus héroes, en sus símbolos. Porque somos incapaces de entender la complejidad de la verdad. La segunda ocurre en The Dark Knight Rises, la última película que, hasta la fecha, ha dedicado a Batman. El villano en esta ocasión es un líder ultrapopulista llamado Bane. Tal es el vigor de su discurso que el poliédrico Stephen Bannon lo utilizó en su escritura del discurso de investidura Donald Trump. Sin embargo, para Nolan, simboliza el mal, el caos.

Si en la trilogía de Batman Nolan se apoya en villanos y superhéroes para interpretar la actualidad, en Dunkerque realiza una auténtica alegoría. No se menciona en ningún momento la extraña decisión nazi. Ni siquiera aparecen los alemanes. Solo sus aviones, encarnaciones del mal, como ese último monstruo que es derribado, en un sacrificio supremo, por el piloto británico que lentamente aterriza en la playa. Dunkerque es salvado por los ciudadanos, al margen de las decisiones de los políticos, que prefieren prescindir de las tropas para la futura batalla de Inglaterra. Mark Rylance, tan magistral y lacónico como siempre, representa a esos cientos de navegantes solitarios que salvan a 300.000 soldados con sus embarcaciones. Y lo creemos, como creemos que Superman no es reconocido por Lois Lane cuando Clark Kent se quita las gafas. Es la eterna fuerza de la ficción, del sueño de un mundo sólido y justo en el que necesitamos creer, aunque, en el fondo, conozcamos su mentira. Pese a su condición de consumado manipulador, nuestro caótico mundo precisa creadores como Nolan.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *