Los ministros de exteriores en la XXVI Cumbre Iberoamericana celebrada en Guatemala. XXVI CUMBRE IBEROAMERICANA.

En la cumbre de la disrupción iberoamericana

Luis A. Fretes Carreras
 |  16 de noviembre de 2018

Tiene lugar en Guatemala la 26ª Cumbre entre jefes de Estados Iberoamericanos en un contexto de revisión y fragmentación de los procesos de integración económicos y políticos, con disputas arancelarias entre las principales economías globales y las interrogantes sobre el desenlace de la crisis venezolana, el rumbo que adoptaran los nuevos gobiernos de México o Brasil, las debilidades de los gobernantes de España, Perú y Argentina y las crecientes protestas sociales en Nicaragua, Paraguay u Honduras. Este espectro obliga a reflexionar sobre la existencia misma de Iberoamérica, su significado actual y su capacidad para enfrentar desafíos tan diversos como complejos.

Asistimos a cambios en las sociedades que no comprendemos. Se instalan como teléfonos portátiles en la mano de los individuos y modifican intensamente sus ideas e interpretaciones de la realidad. Ya Manuel Castells demostraba que vivimos en sociedades en redes desde hace varias décadas, pero Fernando Henrique Cardoso complementaba en la inauguración del Foro Iberoamérica que aún no tenemos las respuestas.

Ahora las demandas sociales presentan rasgos contrapuestos de modernidad, tradición y posmodernidad que alteran y promueven conductas impredecibles casi esquizofrénicas. Iberoamérica es un espacio privilegiado para estas contradicciones.

Por una parte, continúan los problemas de antiguo diagnóstico, millones de personas que carecen de alimentación, servicios básicos de salud, educación, vivienda, etcétera, mientras conviven con la inseguridad más extrema. Las sociedades iberoamericanas no son iguales entre sí, pero se identifican como la región más violenta y desigual del mundo, como también con los mayores índices de corrupción a nivel global.

Por otra parte, se expanden las tecnologías más sofisticadas de información, que aumentan en velocidad y público con la comunicación por internet, las redes sociales, al tiempo que se transforma el mundo laboral sin puestos, horarios ni salarios de trabajo fijos tras la irrupción de la robótica. El comercio internacional ha ubicado a la mayoría de los Estados iberoamericanos como productores de minerales, agropecuarios y de servicios basados en la explotación de sus recursos naturales. La tecnología está de moda, pero Iberoamérica es más consumidor que productor.

Asistimos a cámara rápida a la ruptura de diferentes órdenes sin un orden; esto es, a la disrupción del espacio iberoamericano.

 

¿Existe un espacio iberoamericano?

Existe justificada duda de que, en la santificada firma de los Tratados de Tordesillas, el rey Don Juan II de Portugal y sus consuegros los Reyes Católicos tuvieran la convicción de que estaban dando origen a un espacio iberoamericano entre las márgenes del océano Atlántico. También existen sospechas de que, en el día de su coronación como rey de Portugal y España, Felipe de Habsburgo y Avis no había comprendido que su imperio mundial era tan amplio en geografías como diverso en pueblos, idiomas, religiones, tradiciones y culturas que a su vez resultaban de compleja gobernanza.

Tampoco existen certezas que los constituyentes de Cádiz tuvieran la capacidad para formar un único Estado basado en la heterogénea comunidad hispanoamericana, así como tampoco los exiliados de la corte de Don Joao VI en Rio de Janeiro tuvieran la fuerza suficiente para mantener el Reino Unido de Portugal, Brasil e Algarves.

Estos eventos se desarrollaron en un tiempo donde el océano Atlántico se consolidó como la “autopista central” de circulación de personas, riquezas, productos y conocimientos de Occidente. Y que con la intervención de los Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe, así como en las dos grandes guerras europeas del siglo XX, convirtió al espacio Atlántico en el eje económico y político más poderoso a nivel global.

A pesar de estas incertezas y dudas, lo cierto es que desde los inicios de la modernidad existen ideas y esfuerzos para constituir, fortalecer y dar sentido a una entidad política que aglutine la margen ibérica de Europa con el continente americano.

Estas acciones, y muchas más, demuestran de manera absoluta y comprobable que por más de 500 años el espacio iberoamericano existe y resiste, se crea y recrea, por veces en la imaginación, por veces en normas comunes y también en organizaciones e instituciones concretas.

 

¿Cuál es este espacio iberoamericano?

El espacio iberoamericano se identifica de muchas maneras, a veces por los límites de una geografía asociada al mestizaje y sus valores compartidos otras veces por la capacidad de entendimiento lingüístico y la fácil intercomprensión entre regiones distantes. Sin embargo, lo que mejor identifica el espacio iberoamericano es la idea de que existe una comunidad, tal como una entelequia aristotélica. Comunidad que constituye el alma y fuerza vital de ese cuerpo material y orgánico que circunda el Océano Atlántico.

En el presente este es un espacio cada vez más compartido por más personas y en más regiones de ambas márgenes a través de eventos diplomáticos, congresos académicos, debates filosóficos, tertulias culturales, etc. ampliadas por la fuerza de los medios masivos de comunicación y la velocidad de las redes sociales. Sin embargo, la puesta en común de su formalización normativa e institucional y su proyección como una unidad que actúa en el escenario global es cada vez más restringida, menos visible y lo más importante menos unida.

En la globalización el espacio iberoamericano tiene identidad, pero aún no logra equilibrar el desarrollo económico con el bienestar social y carece de capacidad para intervenir como una unidad política con peso propio en el concierto internacional. Se puede observar que este espacio ha perdido protagonismo a escala global, desplazada la relevancia geopolítica hacia Asia-Pacífico, donde la economía y la población aumentan no solo en número sino también en desarrollo económico, tecnológico y mejora social. El 60,4 % de la población mundial vive en Asia y solo China representa el 18,2% del PIB global.

También se observa que los procesos exitosos, hasta ahora, de integración supranacional como la Unión Europea y Mercosur enfrentan graves conflictos internos que amenazan no solo su estabilidad y unidad de acción, sino también la continuidad de su futuro compartido. No solo las diferencias político-ideológicas dificultan la coordinación de los gobiernos; también el aumento del comercio bilateral extra-zona. China, por ejemplo, ya es el primer socio comercial de casi todas las naciones iberoamericanas.

Quizá los cambios abruptos que el mundo soporta exigen de manera perentoria a las naciones iberoamericanas redefinirse y actuar como un conjunto para enfrentar antiguas demandas internas de bienestar y seguridad, así como también nuevos desafíos externos como la inserción en las cadenas de producción y el comercio global.

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