Entendiendo a Trump

Carlos Alonso Zaldívar
 |  19 de enero de 2017

Tanto el éxito electoral de Donald Trump como las políticas que apunta no pueden ser explicables en términos personales. Muy al contrario, son expresión de dos hechos profundos. Uno es que la sociedad de Estados Unidos está radicalmente dividida, lo que bloquea su sistema político. Y el otro es que la pretensión occidental de encajar a China y Rusia en un sistema mundial de posguerra fría dominado por Occidente ha fracasado.

Los liberales de Hillary Clinton y la socialdemocracia europea se resisten numantinamente a ver y asumir estos hechos. Sueñan con imposibles, como que la economía retorne a una situación precrisis 2007 o que Rusia acepte la expansión de la Unión Europea y de la OTAN hasta sus fronteras. No saben qué hacer con una China más fuerte económicamente de lo que pensaron que llegaría ser y que está asegurando sus vías marítimas de importación y exportación para que no puedan ser bloqueadas por la flota de EEUU en el Pacífico.

La socialdemocracia europea creyó en su día que la UE potenciaría el crecimiento y reduciría las desigualdades, haciendo converger a los Estados miembros. Y así ocurrió durante un tiempo, pero ahora ve que lleva varios años funcionando en sentido inverso (crecimiento escaso, más desigualdad y divergencia entre los países miembros). Luego llegó el Brexit y llegará lo que le siga. Los votos dicen que los electores se han dado cuenta de ello y los partidos socialdemócratas rezan para que se abra otro periodo prolongado de alto crecimiento. ¿Quién va a hacer ese milagro?

Con una actitud muy distinta, asumiendo que ya no se trata de reparar lo irreparable sino de avanzar hacia algo nuevo, Trump ha llegado a un par de conclusiones tan obvias como serias. Primera, para mejor conformar a su interés el nuevo sistema mundial que irá emergiendo, a EEUU le interesa tener las manos libres (deshacerse de compromisos que ya son poco rentables). Nada nuevo bajo el Sol; todas las grandes potencias lo hicieron a medida que dejaban de serlo. Segunda, para poder gobernar una sociedad estadounidense dividida ha decidido invocar los sentimientos profundos de los americanos enfadados. ¿Quiénes son estos? Poblaciones con recursos bajos dañadas por la globalización y las nuevas tecnologías (el 85% del aumento de la renta creada entre 2009 y 2013 se lo apropió el 1% más rico de la población, y la renta mediana de las familias, la que divide a la población en una mitad que gana más y otra menos, era 57.423 dólares en 2007 y en 2015 había disminuido a 56.516). Los americanos que sienten que su país es más suyo que de los recién llegados. Los supremacistas blancos de un país que nunca ha dejado de tenerlos. Ciudadanos que no soportan el feminismo. Habitantes de zonas rurales que se sienten despreciados por los urbanitas y desprecian a los políticamente correctos. Y, con todos estos, también magnates de industrias amenazadas por las medidas contra el cambio climático, la protección del medio ambiente o por la competencia de China, así como financieros que se resisten a una mayor regulación. Los deseos de estos enfadados son variopintos y contradictorios, pero todos dicen amén cuando oyen Make America Great Again, America first, America second to none… porque han vivido toda su vida cuando esa idea era bastante real. Se sabe que las ideas nacen después de las realidades, pero hay que recordar que también mueren después de ellas.

La primera de esas dos conclusiones deja a los europeístas-americanistas (los atlantistas) con el culo al aire, aunque ya lo tenían así desde hace tiempo, solo que ahora, invirtiendo el cuento, el emperador lo ha dicho en voz alta. Y a los europeístas-europeístas (entre los que me cuento) con una tarea difícil donde las haya. La segunda conclusión sitúa a la parte de la sociedad estadounidense que ha progresado con la globalización, los que dominan tecnologías de vanguardia, quienes fabrican y exportan productos mediante cadenas de valor muy prolongadas, la gente joven y bien formada que extrapola su experiencia satisfactoria de los últimos años, los que se han vuelto cosmopolitas por convicción o interés y los que predican urbi et orbi sobre derechos humanos aunque no se movieron contra la guerra de Irak, a todos esos les plantea una disyuntiva difícil. ¿Se opondrán al discurso de Make America Great Again? Creo que no y, si lo hacen, tanto mejor para Trump pues, a fin de cuentas, el nacionalismo, aunque lo llamen de otra forma, es la única ideología transversal en EEUU.

De momento, parece que muchos se refugian en que los servicios de inteligencia rusos han influido en el resultado electoral. Es una afirmación sin fundamento (ver Masha Gessen, aquí). Además de una queja ridícula. Todos los servicios de inteligencia intentan influir en las elecciones de otro país cuando eso va en el interés del suyo y cuentan con medios para hacerlo. Finalmente, es un argumento cínico. Nadie ha injerido tantas veces como los servicios de inteligencia de EEUU en elecciones de otros países; un ejemplo que viene a cuento fueron las elecciones parlamentarias de Rusia de 2011. Junto a la queja, los liberales desnortados también alimentan la esperanza de que Trump fracase, algo que tiene algo más de fundamento… pero, ¡ojo!, depende a qué plazo lo fíen. Entretanto, ¿qué va a pasar por el mundo?

 

EEUU versus China, Rusia, Europa…

¿Va a declarar Trump una guerra comercial a China? China depende más de las importaciones de EEUU que EEUU de las importaciones de China, pero eso no significa que EEUU tuviera esa guerra ganada en caso de producirse, solo significa que perdería menos que China. Ahora bien, ¿quién aguantaría mejor las pérdidas? ¿Los perdedores de EEUU que llevan decenios haciéndolo o los chinos que llevan decenios con un PIB que crece al 10% y todavía lo hace por encima del 6%? Además, si esa guerra se produce, muchas naciones del Sureste Asiático se situarán con China porque es el país al que más venden y el que les ofrecerá nuevas oportunidades. No creo que Trump quiera una guerra con China; lo que me parece que quiere es corregir algo que nadie había previsto y que se ha convertido en una realidad fantástica: China es el país que más se ha beneficiado de la globalización.

¿Eliminará Trump sanciones a Rusia? No le interesa enfrentarse con China y Rusia a la vez empujándolas a unirse. A cambio de que Trump ponga fin a las sanciones, Vladimir Putin puede negociar con EEUU sobre Siria y los asuntos nucleares (algo que conviene a ambos y al mundo). Si Trump promete poner fin a la intrusión de la OTAN en el territorio de la antigua Unión Soviética (eso fue lo que en su día se le prometió a Mijail Gorbachov), Putin puede aceptar más cosas pero no hará ninguna concesión territorial en Ucrania (porque la promesa a Gorbachov no fue cumplida).

¿Y qué pasará con la UE? Trump parece considerar que eso es mucho más un problema de Europa que suyo. Aún así, se ofrecerá a ayudar a Reino Unido en su Brexit, y negociará con Alemania mientras observa si la división de la UE entre Norte y Sur se profundiza aún más tras las elecciones que se celebran en Holanda, Francia, ¿Italia? y Alemania este año.

Y en Oriente Próximo, ¿qué hará Trump? Sobre este punto estoy en blanco. El anuncio de trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén significa que Washington rechaza la fórmula de los dos Estados, uno palestino y otro israelí. Esto puede dar lugar a una nueva intifada desesperada que radicalizará a muchos más musulmanes en todo el mundo. Además, dañará las relaciones entre EEUU y los países árabes, algo que para Washington es importante evitar. Trump es un constructor y seguro que piensa que “una piedra es una piedra”, pero cuando se trata de las piedras de Jerusalén no es así, por la dramática razón de que hay millones de personas dispuestas a matar y a morir por ellas. ¿Y México, América Latina? ¿Y España?

 

‘Business as usual’

Dejémoslo para más adelante, porque probablemente Trump arrancará concediendo prioridad a la política doméstica. Dejará claro que el TTP y el TTIP están muertos, así satisfará a muchos que le han apoyado; a los que protesten, les ofrecerá negociar como ya ha hecho con Japón. ¿Qué efectos tendrá la política industrial de EEUU? Oscilará entre favorecer a algunos sectores y acosar a otros; algo que siempre se ha hecho en EEUU a la chita callando, aunque Trump lo hará en voz alta buscando rentabilidad política.

Los liberales critican a Trump por formar un gobierno con militares, financieros y petroleros. Cierto que no es lo habitual, pero también era y es cierto que en esos tres pilares se apoya el poder de EEUU. “¡No están las tecnológicas que hoy son un activo estratégico vital de EEUU!”, gritan los fans de Apple (entre los que me cuento, aunque no grito). También cierto, son tan estratégicas como sus fuerzas armadas, pero las empresas tecnológicas ya han pasado por la Torre Trump sin rasgarse las vestiduras al salir, del mismo modo que cuando Edward Snowden puso al descubierto las vergüenzas de su colaboración con la NSA tampoco se enfadaron con la Casa Blanca. Eso sí, le pedirán a Trump que no entorpezca su comercio con China, pues es su primer mercado.

De entrada Trump recibe una economía que crece y con paro bajo. EEUU tiene hoy seis millones más puestos de trabajo que antes de la crisis de 2007, si bien la tasa de empleo (la relación entre las personas empleadas y la población en edad de trabajar) ha descendido desde el 72% al 68,7% en 2015, lo que significa que esos trabajadores no han aceptado los salarios que les ofrecen o han renunciado a buscar empleo y debilita el crecimiento potencial. El nuevo presidente potenciará el crecimiento con inversión en infraestructuras y reducciones de impuestos. Eso generará más déficit e inflación, pero antes ayudará a los republicanos a mantener sus mayorías en las elecciones midterm de noviembre de 2018 (si pierden tres senadores, los demócratas podrían bloquear muchas cosas) y Trump seguirá gobernando.

Resulta difícil hacerlo pero conviene dejar de especular sobre Trump. Los líderes expresan las fuerzas que les han llevado al poder y son estas las que van conformando sus acciones y limitan lo que pueden hacer. Trump sabe que tiene un gran margen de maniobra para corregir la ruta si empieza a perder los apoyos que le han alzado. Son los acostumbrados a situarse en el centro del sistema que se creó tras la Segunda Guerra mundial quienes deberían pensar en reconvertirse porque ese sistema declina manifiestamente. Claro que quienes se sienten acomodados tienden a olvidar las realidades desagradables que les rodean y a predicar ideas dulces, pero deben tener presente que cuando esas duras realidades alcanzan cierto nivel son los instintos de supervivencia quienes guían los comportamientos. Trump ha demostrado que entiende eso, mientras que la derecha y la izquierda acomodadas de EEUU y Europa todavía no se han enterado.

Barack Obama ha sido el mejor presidente de EEUU del que tengo memoria vivida. A mi juicio, erró en un par de cosas serias, pero heredó dos guerras descontroladas y la mayor crisis financiera desde el inicio del siglo XX. Ha sido el presidente menos hipotecado por Wall Street y, al concluir sus mandatos, EEUU está moral, social y económicamente mejor de como lo recibió. Entendió que EEUU no puede conformar el mundo a su imagen y semejanza y reparó su imagen internacional. Tomar su relevo exigía decir sin medias tintas: voy a llevar más lejos la obra de Obama. Clinton no lo hizo. Trump ganó. Eso es lo primero que hay que entender de la victoria de Trump.

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