Esta semana en Informe Semanal de Política Exterior

 |  22 de febrero de 2010

Dos años de Medvedev en el Kremlin.


El 2 de marzo se cumplen dos años de las elecciones que llevaron a Dmitri Medvedev a la presidencia rusa. No existe aún certeza sobre el margen de autonomía del líder ruso con respecto al primer ministro y ex presidente, Vladimir Putin, que sigue manteniendo importantes cuotas de poder. El balance del bienio es contradictorio.
Junto a claras dinámicas de confrontación –guerra en el Cáucaso, crisis del gas, desacuerdos sobre la amenaza nuclear, conflictos bilaterales con varios Estados de Europa central y oriental– existe una línea de fondo conciliadora que incluye la propuesta de una nueva arquitectura de seguridad con Occidente, negociaciones para un nuevo tratado estratégico con la ue que renueve el Acuerdo de Colaboración y Cooperación de 1994 y un intermitente interés en asuntos de derechos humanos.
La ONG norteamericana Freedom House considera que Rusia es un país “no libre” e incluye en esa baja consideración la elección sin observadores internacionales (oficialmente, con más del 70% de los votos) de Medvedev en 2008. Los ejemplos de la baja intensidad de la democracia rusa abundan: casi 20 periodistas murieron asesinados durante los años de Putin; la situación de excepcionalidad en Chechenia se ha convertido en represión; Rusia ocupa el puesto 147 de 180 en el índice de corrupción de Transparencia Internacional; más de la tercera parte de los casos que llegan al Tribunal de Estrasburgo por violaciones de los derechos humanos viene de Rusia.
Lo que más preocupa en la UE son las actitudes hegemónicas de Rusia desde la llegada al poder de Putin, y que apenas se han reducido con su sucesor. La agresividad frente al mundo occidental se explica por el excepcional aumento de los precios del gas y del petróleo en los últimos 10 años.
Rusia forma parte junto a China, Brasil e India de las potencias emergentes comocidas como BRIC. Ese nuevo estatus llevó a Moscú a reivindicar su derecho a un área de influencia en el antiguo espacio soviético. Pero esa actitud chocó en Washington con una administración republicana empeñada en demostrar a Rusia lo contrario, y en Bruselas con una UE más desconfiada tras la entrada en 2004 de países que habían estado en la órbita de Moscú.
En los últimos meses, sin embargo, se ha abierto una línea de distensión. El anuncio de Barack Obama de no instalar el escudo antimisiles en Polonia y República Checa, o la actitud conciliadora del primer ministro polaco, Donald Tusk, han sido recibidas por el Kremlin con satisfacción y han tenido cierto reflejo en la colaboración rusa en Afganistán, una actitud más exigente hacia Irán y más constructiva en el abastecimiento de gas a Europa.
Con todo, Rusia aprovechará las divisiones de la UE. La fragmentación debilita a los europeos en su intento de definir una relación estratégica con Moscú, que debería evitar una nueva carrera armamentística, cooperar en la vecindad, luchar contra el crimen organizado y colaborar en cuestiones energéticas.

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