Esta semana en Informe Semanal de Política Exterior

 |  22 de junio de 2010

Un paso hacia la confederación.

El 13 de junio se celebraron elecciones generales en Bélgica, un año antes de lo previsto porque el primer ministro, el democristiano Yves Leterme, decidió disolver el Parlamento ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre la organización electoral del distrito Bruselas-Halle-Villborde, que incluye la bilingüe Bruselas y las flamenco-parlantes Halle-Villborde. El resultado electoral fue una catástrofe para los democristianos, que perdieron seis escaños y se quedaron en 17, con lo que pasaron a un cuarto lugar tras los liberales valones, que bajaron de 23 a 18 escaños.
Con 27 escaños, los ganadores fueron sorprendentemente los independentistas flamencos de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), que se presentaban por primera vez a unas elecciones federales. Los socialistas valones obtuvieron, por su parte, 26 escaños, frente a los 20 de hace tres años. La irrupción en el escenario político de los independentistas flamencos ha dejado perplejos y algo asustados a los valones, que temen que el triunfo electoral sea el principio del fin de un país que ellos inventaron a principios del siglo XIX.
Por entonces, la rica e industrializada Valonia predominaba sobre un Flandes más poblado, pero también más pobre y agrícola. Más de un siglo después, la industria pesada del sur se hundió y el norte prosperó con el comercio y las finanzas. En 1970 se logró un acuerdo para convertir Bélgica en un Estado federal. El Parlamento se dividió en grupos étnicos y se estableció que el consejo de ministros tuviera siete ministros flamencos y siete valones, además del primer ministro, que debía ser obligatoriamente bilingüe, un requisito que muy pocas veces cumplen los políticos valones.
Sin embargo, el país se mantuvo unido porque el nacionalismo flamenco era un movimiento muy radical y lastrado políticamente por su colaboracionismo con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra mundial. Las últimas elecciones han aportado a ese conflictivo escenario un hecho novedoso: la aparición en Flandes de un partido independentista y conservador liderado por un carismático político, Bart de Weber, que en 2004 se convirtió en miembro del Parlamento y del gobierno flamencos tras ganar las elecciones aliado con los democristianos. Weber es uno de los políticos más populares de Flandes por su papel en las negociaciones que en 2007 permitieron que Leterme se convirtiera en primer ministro. Su decisión de abandonar el gobierno flamenco una vez formado el gabinete le hizo subir muchos puntos.
Su gran momento llegó en junio de 2009, cuando en las elecciones regionales desplazó a sus más directos rivales en el movimiento flamenco. Aunque más moderado, Weber no ha abandonado unos objetivos soberanistas que podrían transformar Bélgica en un Estado confederado. El 14 de junio, De Weber fue el primer líder político a quien recibió el rey Alberto II al iniciar las consultas para la formación de un nuevo gobierno. Los analistas creen que De Weber estaría dispuesto a ceder al líder socialista valón Elio Di Rupo la tarea de formar gobierno con el fin de no alarmar a los francófonos.

Ignacio Molina A. de Cienfuegos, «Integración y desintegración europea. Bélgica en la encrucijada«, Política Exterior Nº120 – 2007
Willy Claes, «Un nuevo punto de partida para Europa«, Política Exterior Nº36 – 1994
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