Evo vs Evo: el 21-F, el peso de una derrota

María Reneé Barrientos Garrido
 |  29 de febrero de 2016

Evo Morales se enfrentó el pasado 21 de febrero a una de sus primeras derrotas en las urnas. Un tímido “No” (51,2% frente al 48% de votos por el “Sí”) frenó la habilitación para la reelección presidencial del binomio Evo Morales-Álvaro García Linera por tercera vez consecutiva, desde la aprobación de la Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia en 2009.

Para esta consulta popular, Morales y el Movimiento Al Socialismo (MAS) se presentaron en un contexto socio-político si no del todo adverso, sí convulso desde mediados del año pasado. En el plano electoral, se sucedieron algunas de las primeras derrotas del MAS en las elecciones municipales, con pérdidas de alcaldías estratégicas y simbólicas como las de El Alto y Cochabamba, bastiones históricos del partido. Por esas mismas fechas, la aparición de una serie de denuncias de corrupción sobre la mala utilización del Fondo Indígena –partida presupuestaria para financiar proyectos de desarrollo de organizaciones sindicales y campesinas–, en la que se vieron inmiscuidos líderes del MAS y ministros que hoy día siguen siendo investigados, minó la credibilidad de las bases del partido y puso en jaque la realidad del discurso indígena que en 2005 le había hecho llegar al poder.

En el plano social, dos conflictos fragmentaron las lealtades del MAS, reflejándose de nuevo en los resultados del referendo. El primero fue el surgido con el Comité Cívico de Potosí. En una manifestación masiva, los cívicos llegaron a la sede de gobierno para reclamar una mayor atención a uno de los departamentos más pobres del país y que mayor apoyo le dio a Morales durante la última década. No solo no lograron ningún tipo de acuerdo, sino que la confrontación y represión gubernamental ejercida contra las manifestaciones lograron apartar del “proceso de cambio” a uno de los grandes semilleros de votos del partido. En el oriente, las confrontaciones con los movimientos indígenas de tierras bajas no cesaron después del Tipnis, con claros ejemplos de represión policial como la sufrida por la comunidad de Takovo Mora, lo cual puso nuevamente de manifiesto el carácter extractivista de este gobierno en pugna frente al respeto de los derechos y territorios de los pueblos indígenas.

No obstante, pese a todos estos factores de descrédito e inestabilidad social, la popularidad de Morales se mantenía previa a la consulta por encima del 50%, uno de los líderes mejor valorados de la región. Por eso los movimientos sociales afines al MAS apostaron por la convocatoria de la consulta popular, convencidos de su triunfo, a pesar de la poca confianza que la ciudadanía venía mostrando hacia el Tribunal Supremo Electoral, que durante la última década descendió, según datos de Lapop, hasta casi 45%, y que quedó manifiesta en las dudas sembradas por el desarrollo del proceso y los resultados electorales de las últimas elecciones generales de 2014.

 

Evo Morales, Bolivia

 

La estrategia oficialista hizo que el voto por el “Sí” girara de nuevo alrededor de la figura del líder del MAS, convirtiéndolo en elemento insustituible dentro de su discurso político, y dejando de lado a la figura del vicepresidente, García Linera, en un alejado segundo plano. Sin embargo, a diferencia de otros procesos electorales y de consulta, en esta ocasión Morales no contaba con un antagonista real contra quien dirigir su discurso. La defensa del “No” fue asumida y conformada de manera dinámica y autónoma por diferentes sectores sociales de lo más variopinto, unidos tan solo en el descontento con las políticas y la gestión del MAS. Fue un “No” heterogéneo y coyuntural que reunió a los disidentes del partido, a los movimientos indígenas que se alejaron de este proyecto, a diferentes organizaciones sociales, estudiantiles y movimientos ciudadanos y, por último, en un plano secundario, alejado y poco visible, a los partidos de la oposición. Un “No” que se terminó por afianzar tras las últimas denuncias de tráfico de influencias en las que el propio presidente se vio involucrado, a partir de la aparición de la otorgación de una serie de millonarios contratos a una de sus exparejas.

 

¿El “proceso de cambio” sin Evo?

El caso de la consulta popular de febrero de 2016 supone un ruptura en el ciclo político boliviano de la última década, situándose como una las primeras derrotas visibles después de un largo periodo en el que el MAS creció y se consolidó electoralmente alrededor y en función de la imagen de su líder indiscutible. Hasta ese momento, los resultados habían sido inapelables: en las elecciones generales de 2005, Morales obtuvo el 54% de los votos válidos. En el referéndum revocatorio de 2008, fue ratificado en su cargo junto con su vicepresidente con el 67% de aprobación. En los comicios de 2009 obtuvo el 64% de los votos y en 2014, el 61%.

Sumadas las victorias, el partido del gobierno supo durante todo este tiempo capitalizar la imagen de su líder a nivel nacional e internacional. La construcción en el imaginario social de un indígena con gran carisma y cercanía con las clases más pobres y populares, legitimaron a Morales como un líder prácticamente irremplazable dentro del aparato del partido y del también conocido como “proceso de cambio”. Lejos de evitar la confusión entre líder y partido, ese vínculo fue uno de los más explotados en la estrategia electoral del MAS: la imagen de Morales no solo acompañó a todos los candidatos a legisladores, gobernadores y alcaldes a lo largo de los procesos electorales desde la victoria de 2005; también muchos de los proyectos y programas sociales viraron y asociaron su credibilidad en torno a su nombre. Es el caso de uno de los principales y ya conocidos: “Bolivia cambia, Evo cumple”. Similar situación se vivió en esta consulta popular.

 

 

Pero más allá de la imagen social y el carisma de su líder, la realidad es que el MAS nunca pensó en un sustituto. De hecho, el fuerte personalismo de su liderazgo no solo provocó el blindaje para evitar la posible emergencia de nuevos liderazgos políticos, sino que incluso durante este tiempo, fueron expulsados de las filas partidistas figuras que podían vislumbrase como los futuros sucesores –caso del actual gobernador de La Paz, Félix Patzy–. Todos estos procesos ayudaron a construir la sensación de que desde dentro de las filas del MAS no se concibe un “proceso de cambio” sin Morales. Los discursos de sus ministros de Estado y el Vicepresidente inciden en esta dirección. Sin embargo, el resultado de la última consulta certifica que el desgaste de la imagen de Morales comienza a ser visible y a convertirse en un verdadero problema de cara al futuro político del proceso y del partido.

 

¿Vacío de poder?

La derrota del “Sí” pone en evidencia que el proyecto del MAS tiene una gran debilidad: su falta de consolidación partidista, a la que tanto se niegan los fundadores de este “instrumento”. El riesgo de que Morales sea el único articulador de las múltiples organizaciones que lo conforman provocan la sensación de que sin él liderando el partido, sus componentes podrían acabar por fragmentarse y comenzar una lucha interna por la pugna del poder. El hecho de que ni siquiera se haya contemplado la posibilidad del reemplazo parcial a semejanza de lo sucedido con el liderazgo de Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores en Brasil, denota que el MAS se encuentra en una situación de difícil solución una vez invalidada la posibilidad de Morales de ser reelecto. El panorama tampoco mejora, hoy día, en los partidos de la oposición. La derrota de Morales vuelve a hacer evidente la ausencia de liderazgos en la oposición nacional enfrentada a la maquinaria del MAS: al igual que sucede en el propio MAS, los partidos de la oposición son víctimas de su propio caudillismo interno, que impide la emergencia de nuevos liderazgos.

El vacío de poder que surge tras la consulta será una de las grandes incógnitas hasta el fin del mandato de Morales en 2020. De cómo logren resolver la construcción de nuevos liderazgos desde el partido de gobierno o de cómo la oposición logre construir una alternativa de ilusión al proceso político iniciado en 2006, surgirá la posibilidad de cerrar el ciclo que la derrota en la consulta inició el 21 de febrero. Si el problema de Evo fue la ingente carga de su propio poder, más allá de Evo habrá de encontrarse la solución.

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