¿Gana Snowden, o la NSA?

 |  21 de enero de 2014

 

Es la pregunta del mes. En junio de 2013 Edward Snowden reveló el alcance de los programas de espionaje que estaba empleando la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Doscientos millones de sms privados interceptados cada día. 100.000 computadoras infiltradas, al alcance de la inteligencia estadounidense incluso sin estar conectadas a ninguna red. Millones de llamadas telefónicas interceptadas: sólo en España se estiman 60, casi una y media por habitante. La respuesta fue clamorosa: no tanto de aliados espiados indiscriminadamente o de líderes mundiales cuyas comunicaciones fueron interceptadas, sino de ciudadanos corrientes dentro y fuera de Estados Unidos, preocupados con el modus operandi de la NSA. Basado en interminables recopilaciones de sets de datos, posteriormente clasificados a través de un proceso de minería informática, su programa estrella, PRISM, se ha convertido en el hermano mayor del Gran Hermano. Y el debate público generado en torno al espionaje de la NSA ha aumentado hasta hacer intervenir a Barack Obama. En un discurso el pasado 17 de enero, el presidente americano se pronunció sobre las actividades de la NSA, comprometiéndose a reformar sus prácticas.

La actividad de la NSA permaneció en secreto hasta la intervención de Snowden en junio de 2013. El objetivo de sus revelaciones era generar un debate público sobre dicha actividad. Ese debate está teniendo lugar, y ya ha logrado la comparecencia del presidente de Estados Unidos para anunciar propuestas de reforma. Todo parece indicar que Snowden ha logrado un triunfo arrollador.

El problema, sin embargo, es que no lo ha obtenido a costa de la NSA. Hostigado por las asociaciones de derechos civiles por un lado y las agencias de seguridad por el otro, Obama no ha dudado en escorarse hacia las segundas. Es por eso que el presidente no ha presentado a la NSA como una agencia díscola, sino una institución de patriotas volcados en defender su país. Incluso ha ignorado una de las reformas esenciales propuestas por el panel de expertos que analiza la cuestión: la reforma de la Sección 215 del Patriot Act, que permite al FBI requisar posesiones individuales sin necesidad de una orden judicial, y cuyo alcance el Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera ha extendido para incluir archivos informáticos.

De las palabras del presidente se desprende un regusto triunfalista. “Nadie espera”, ha anunciado, “que China tenga un debate abierto sobre sus programas de vigilancia, o que Rusia tenga en cuenta las preocupaciones sobre la privacidad de sus ciudadanos.” Tal vez sea cierto. En el primero Internet es rutinariamente censurado, mientras que en las Olimpiadas de Invierno de Sochi Moscú desplegará un sistema de espionaje digno de la NSA. Pero la acusación no viene al caso, y casa mal con la torpeza mayúscula que ha cometido el gobierno de Estados Unidos, al menos en el mundo de las relaciones internacionales. Todo indica que la Casa Blanca ha transformado a Obama: de profesor de derecho constitucional y senador consternado con el Estado de seguridad creado por su predecesor, a un defensor del mismo.

A pesar de todo, Obama ha limitado el radio de acción de la NSA. Entre los compromisos más notables figura el de no espiar directamente a jefes de gobierno o Estado, como Angela Merkel y Dilma Rousseff. Para la primera, cuyo gobierno ha intentado –sin éxito– obtener un trato más respetuoso por parte de los servicios de inteligencia americanos, la noticia es bienvenida. La Comisión Europea también ha valorado positivamente el discurso, pero ha pedido que se avance en la regulación de las actividades de la NSA. En este contexto, Alemania ha propuesto la creación un pacto de no espionaje mutuo en Europa. El acuerdo incluiría a Reino Unido, cuyos servicios de inteligencia colaboran activamente con la NSA. Los servicios franceses también muestran reservas ante la iniciativa.

Alcanzar un acuerdo se presenta difícil, pero resultaría ingenuo, a la luz del discurso de Obama, esperar que el cambio de rumbo parta de Washington. Y ante la indecisión de Europa, Snowden, supuesto vencedor, se ha visto obligado a pedir asilo en Brasil.

 

 

 

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