Varios productos de la marca Huawei en una tienda de Beijing, China/FRED DUFOUR/GETTY

Huawei como síntoma

Javier Borràs Arumí
 |  20 de mayo de 2019

Estos pasados días hemos conocido dos noticias que profundizan el choque entre Estados Unidos y China. Las dos están vinculadas con la tecnología y, concretamente, con la compañía de telecomunicaciones más importante de China: Huawei.

La primera es que EEUU prohibirá que cualquier empresa estadounidense utilice equipo de Huawei. Donald Trump lo ha justificado diciendo que el país vive una “emergencia nacional” por el peligro que Huawei representa. En EEUU ya había empresas que no podían usar equipo de esta compañía china: las vinculadas a la administración pública. Ahora el veto se extiende a todo el sector privado.

La segunda noticia se conoció poco después. Trump anunció que pondría a Huawei en una “lista negra” de exportaciones, lo que significa que las empresas estadounidenses podrían tener prohibido vender sus productos a esta tecnológica china. El impacto de esta medida (que Trump no ha aclarado del todo) podría ser de gran magnitud, ya que Huawei depende en gran medida de los semiconductores fabricados por empresas americanas como Qualcomm, Intel o Microsoft. Si estar en la “lista negra” acaba implicando no poder comprar estos semiconductores, la cadena de suministro de Huawei podría romperse de manera dramática. En el campo del software, parece que Google va a dejar de proveer partes claves de Android a los móviles de esta marca china.

Aunque Huawei ha dicho que llevará estas medidas a los tribunales y que tiene varios “planes B” para suplir al mercado estadounidense, ambas decisiones de Trump implican un duro mensaje, más allá de los efectos concretos que al final puedan tener estas medidas. Lo que Washington está dejando claro es que quiere hundir al gran buque insignia de la tecnología china, llevando a cabo las medidas que sean necesarias. Usando el argumento de la “seguridad nacional”, la administración Trump parece tener barra libre para aplicar todo tipo de medidas proteccionistas e intervencionistas. No olvidemos, también, que —ya hace unos meses— Canadá detuvo a petición de EEUU a la directora financiera de Huawei, Meng Wanzhou, por haberse saltado, presuntamente, las sanciones de Washington a Irán (motivo por el que, en anteriores casos, nunca se había detenido a un ejecutivo). El objetivo de todas estas acciones —reforzado por los nuevos vetos— parece claro: aplastar a Huawei y dar una lección a Pekín, mostrándole las consecuencias de querer ponerse al nivel de EEUU como líder tecnológico y superpotencia.

Aunque se ha querido mostrar las negociaciones por la guerra comercial y esta ofensiva contra Huawei como asuntos separados, ambos forman parte de un mismo planteamiento. Puede parecer contradictorio y cínico que Trump esté forzando —a través de la subida de aranceles— que China modifique su economía hacia un libre mercado “más abierto”, cuando, al mismo tiempo, EEUU está llevando a cabo medidas plenamente intervencionistas para evitar el acceso “libre” de Huawei en territorio estadounidense.

Pero ambas medidas cobran sentido y coherencia si entendemos el objetivo último de Trump: detener el ascenso de China y mantener, así, a Estados Unidos como la primera potencia a nivel mundial. El silencio casi generalizado del Partido Demócrata y de las élites empresariales estadounidenses respecto a estas medidas demuestra que se trata de un deseo casi transversal de mantener la supremacía global. Todo apunta a que este choque contra China no es una “idea loca” de Trump, sino algo que veremos en las próximas décadas con presidentes estadounidenses tanto de izquierdas como de derechas.

 

 

Entender que esto no va de “libre mercado” o de “valores mundiales”, pero tampoco de una “excepcionalidad” trumpiana, es clave para comprender el giro que está dando la política mundial. Como afirmaba en una columna reciente el analista del Financial Times Gideon Rachman, nos encontramos en una situación curiosa, en la que EEUU es la potencia “revisionista” que quiere cambiar el sistema económico de la globalización, mientras que China se erige como su gran defensora, dado el enorme crecimiento que ha conseguido gracias a este modelo. “Xi quiere cambiar el orden estratégico mundial, y para conseguirlo necesita mantener el orden económico [actual]. Trump quiere mantener el orden estratégico, y para ello necesita cambiar el orden económico. (…) América es la potencia del status quo geopolítico, y por eso se ha transformado en la potencia revisionista en economía. China es la potencia revisionista en geopolítica, y por eso se ha vuelto la potencia del status quo comercial”, señala Rachman.

 

Rivalidad tecnológica

La importancia de la tecnología no sólo incide en la economía, sino también en el poder y en el prestigio. Después de que EEUU derrotara a la Unión Soviética en este campo, no ha existido un competidor que le pudiera hacer frente hasta ahora. La irrupción tecnológica china ha puesto en duda discursos que habían servido al “poder blando” de Estados Unidos durante décadas, como, por ejemplo, que la creatividad y la innovación tecnológica y científica sólo podían florecer plenamente en un modelo liberal político y económico al estilo americano. Por eso los emprendedores y científicos, fueran de donde fueran —se argumentaba— podían aprender y crear en EEUU como en ningún otro lugar.

Las recientes restricciones de visados a estudiantes chinos de ciencias y tecnología, otra vez bajo el argumento de la seguridad nacional, muestra una inseguridad ideológica creciente. En relación a ello pero en otro ámbito —las ciencias sociales— también se ha vetado hace poco la llegada de varios académicos chinos a EEUU, argumentando peligro de “espionaje”.

Para Trump, llevar a cabo prácticas restrictivas “al estilo chino” no parece un problema si permite minar el poder de Pekín. En la economía y en la tecnología, dos campos plenamente globales, es donde podemos observar con más detalle esta evolución estadounidense. Cuanto más vea EEUU en peligro su hegemonía, menos estarán guiadas sus acciones por los “valores” liberales de los que ha hecho tanta gala y más se regirán por crudos cálculos de poder.

China, por su parte, está intentando cambiar la globalización y el mundo a su manera, mediante la Nueva Ruta de la Seda. Tanto este megaproyecto como Huawei son dos caras de una misma meta: capitanear la globalización, por un lado, y comandar el salto tecnológico, por otro. Resumiendo: ser el nuevo “líder” del mundo.

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