Bagdad cubierto por el humo tras un bombardeo (2 de abril de 2003). AFP/GETTY

Irak: vuelta a la casilla de salida

Javi López
 |  20 de marzo de 2018

Se cumplen 15 años de la invasión de Irak. Significó el inicio de todo en el país, de casi todo en la región y de mucho de lo que vemos en el orden internacional. El derribo de las Torres Gemelas y las posteriores operaciones estadounidenses en Oriente Próximo acabaron con el melancólico espejismo unipolar de los noventa y el trampantojo de seguridad y prosperidad que acompañaba a su célebre «fin de la Historia».

Aún resuena la estridente soflama: «Las principales operaciones militares en Irak han terminado». Con este mensaje, George W. Bush, desde el portaaviones Abraham Lincoln en el Pacífico, el 2 de mayo de 2003, anunció el fin de los combates en Irak. Dirigiéndose a sus soldados, Bush subrayó: «Gracias a vosotros el tirano ha caído e Irak es libre». Es difícil poner la vista atrás sin escandalizarse ante una frivolidad de tal magnitud. El comandante en jefe hacía esta declaración bajo una gran lona que decía al mundo «Mission Accomplished» (misión cumplida), cuando los tambores de guerra no habían hecho más que empezar su marcha fúnebre.

En el plano global, la invasión de Irak es el kilómetro cero de los daños perpetrados, algunos puede que irreparablemente, sobre el orden liberal internacional, exacerbados estos últimos años. La utopía kantiana de una paz cosmopolita basada en normas, diálogo y cooperación, que había visto su reflejo en la lenta vertebración de organismos multilaterales tras 1945, sufre un revés sin precedentes. En este sentido, cabe entender sus actuales amenazas como réplicas intensificadas de ese episodio: del unilateralismo militar al unilateralismo comercial.

Recapitulemos. La mala digestión de unos atentados que consternaron al mundo acabaron por poner en marcha los planes prefabricados que los neoconservadores, ya instalados en Washington, tenían para la región. Ideas cocinadas a fuego lento desde el think tank Project for the New American Century (disuelto en 2006) y que ya habían puesto a Irak en el punto de mira. El 11-S fue visto para varios de sus protagonistas como la oportunidad para ejecutar este grandioso proyecto y reactualizar la agenda de promoción democrática –establecida en la Doctrina Bush de 2002– en términos de lucha de civilizaciones. Una guerra de dimensiones casi bíblicas en la que se colocaba al mundo árabe-musulmán, con Oriente Próximo a la cabeza, como conglomerado disfuncional, foco endémico de terrorismo presidido por el fanatismo, la opresión y el atraso económico, cuya solución pasaba inexorablemente por abrir a martillazos sus puertas a la democracia y la modernidad.

Irak pasó a ser el primer movimiento de un quimérico plan de ingeniería social que acabaría por reconfigurar la región, desplegado, además, sin el concierto de la comunidad internacional. El resultado hoy es de sobra conocido: el mayor fracaso de la política exterior de Estados Unidos en su historia y la consiguiente pérdida de imagen, prestigio e influencia. Las consecuencias de este inmenso error de cálculo han sido 4.500 bajas militares, más de 30.000 heridos y un coste de más de dos billones de dólares. La lista no acaba aquí: visto con perspectiva los planes para la construcción de un nuevo siglo americano solo acabaron por acelerar la llegada del emergente mundo multipolar.

De igual forma, la retórica del Make America great again está consolidando el ascenso asiático, de manera que solo una verdadera estrategia de acoplamiento y honesto redimensionamiento hará a Occidente maximizar sus fuerzas en un siglo XXI en ciernes. Ya hemos visto los límites del idealismo post-Westfaliano.

 

División europea, caos en Oriente Próximo

En el plano europeo, la invasión de Irak comportó la primera gran fractura interna de la Unión Europea. Desde entonces, las grietas no han parado de sucederse: entre la nueva y vieja Europa, entre acreedores y deudores, o entre el este y oeste del continente. La foto de la Azores significó el preludio de los notables problemas de cohesión interna que el proceso de integración europea ha padecido durante la última década. Pero también fue sintomática del paulatino alejamiento británico del continente; esta vez de la mano de un teóricamente premier europeísta.

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Las debilidades estructurales europeas relacionadas con la política exterior y defensa habían quedado al descubierto en diferentes ocasiones, pero en Irak lo hicieron con su máxima crudeza. Es de celebrar que la Unión esté hoy francamente mejor equipada a este respecto y sea una de las áreas donde espera desplegar su coordinación los próximos años. Actualmente contamos con una sólida diplomacia europea y la Cooperación Reforzada en materia de Defensa acaba de empezar una prometedora andadura.

En el plano regional, la invasión de Irak produjo una inacabada reconfiguración de las fuerzas en Oriente Próximo y sacó de la botella al genio del sectarismo político-religioso. Un genio desbocado que ha visitado Siria, Yemen o Libia y marca a fuego las relaciones regionales. ¿Por qué fue tan relevante Irak? Porque con la invasión y la imposición de la regla de la mayoría demográfica para el reparto de poder, Bagdad entra en la órbita de Teherán: la caída del suní Sadam Husein desembocó en un gobierno chií.

De esta forma, las tensas relaciones irano-saudíes pierden un importante amortiguador regional. Los ayatolás entienden desde un primer momento –paradojas de la historia– que las acciones militares americanas les brindan una oportunidad inesperada para reforzar su influencia político-religiosa; mientras que en la casa de Saud se acrecienta la obstinada obsesión por el poder persa. Su rivalidad explica, en buena parte, los innumerables y destructivos conflictos que han poblado la región y que se han comparado con la guerra de los Treinta Años. Un difícil enclave ya de por sí plagado de fronteras mal diseñadas, sátrapas, ingentes recursos naturales y fuertes intereses económicos.

Pero quien se ha llevado la peor parte de la invasión de Irak han sido, sin duda, los iraquíes. La gestión de la efímera primera victoria militar vino acompañada de una alocada destrucción del cualquier atisbo del partido Baaz en la sociedad y la consecuente destrucción del propio Estado iraquí, una estrategia que sumió al país en el caos. Esto conformó un verdadero Estado de naturaleza hobbesiano: guerras, desplazamientos forzados, gobiernos sectarios, tribalismo y una cadena de odios mutuos que sirvieron de caldo de cultivo para uno de los más temibles extremismos, el Estado Islámico (EI).

 

Una nueva estrategia de la UE para Irak

Tras las fuertes disonancias internas en lo que hace referencia al despliegue militar en el país, la UE lleva años cooperando coordinadamente en el campo de la ayuda humanitaria, la estabilización, la seguridad y la agenda de reformas políticas en Irak. En respuesta a los desafíos a los que se enfrenta tras la derrota territorial de Daesh, incluidas las necesidades humanitarias, de estabilización, recuperación temprana, reforma y reconciliación, la UE adoptó el 22 de enero de 2018 una nueva estrategia para Irak con el objetivo de desplegar todas las herramientas del poder blando que el viejo continente atesora sobre el terreno.

En el 15 aniversario de la invasión, y tras la derrota territorial de Daesh, la UE lanza una nueva estrategia para el país

 

Irak ha estado sufriendo décadas de violencia y conflicto armado, pero la exitosa campaña para derrotar a Daesh territorialmente podría ser el detonante de un futuro pacífico del país. Ante la encrucijada en la que ahora se encuentra Irak, la UE está dispuesta a construir un futuro post-Daesh desde la necesidad de una gobernanza inclusiva y la consiguiente cohesión social. En este contexto, la Unión ha aumentado su trabajo diplomático y movilizado nuevos fondos en el marco de su estrategia. Y lo hace, además, buscando la máxima coordinación entre las instituciones comunitarias y las intervenciones de los Estados miembros.

La nueva Estrategia de la UE para Irak identifica los siguientes retos del país subrayando su contexto regional. En primer lugar, los desafíos en materia humanitaria, de gobernanza local y estabilización. Hay que recordar que los iraquíes afrontan masivas e inmediatas necesidades humanitarias tras años de conflicto, violaciones de derechos humanos, persecución de minorías y crímenes contra la humanidad. Las consecuencias ya son conocidas: tres millones de iraquíes son desplazados internos y el país ha padecido una sistemática destrucción de las infraestructuras civiles.

En segundo lugar, las amenazas en términos de seguridad. La mixtura entre fuerzas militares oficiales y civiles y su grave fragmentación, hace necesaria una efectiva y profunda reforma del sector de la seguridad si se quiere consolidar el control efectivo del territorio y recuperar la legitimidad de las estructuras estatales. En tercer lugar, la lucha entre bloques monolíticos etnosectarios hace que las reformas políticas y la reconciliación nacional deban estar en el corazón de la acción institucional: inclusividad política, respeto a las minorías y lucha contra la corrupción son los elementos que deben de acompañar esta estrategia de reconciliación nacional.

En cuarto lugar, nos encontramos con los retos en materia económica y financiera. Las constantes vulnerabilidades macroeconómicas deben ser dirigidas con un marco fiscal y monetario que aporte estabilidad al país. Por último, en el ámbito migratorio, Irak afronta la paradoja de ser un país receptor y emisor de refugiados derivado de su complicada vecindad. La gestión y digestión de esos flujos migratorios será otro de sus grandes campos de trabajo.

Junto con los retos, la estrategia establece los objetivos sobre los que deberá pivotar la acción de la UE: la preservación de la unidad, soberanía e integridad territorial de Irak, el establecimiento de un equilibrado fiscalizable y democrático sistema de gobierno, mientras se fortalece la identidad y reconciliación nacional así como la promoción de un sostenible e inclusivo crecimiento económico.

Por último, se clarifican y desarrollan las políticas y medidas que la UE extenderá para dar apoyo a sus objetivos y reforzar la frágil estatalidad iraquí. La Unión continúa comprometida con la entrega de ayuda humanitaria y una estabilización de las zonas liberadas que permita una vuelta segura, voluntaria y digna de los millones de desplazados. Destacan, a este respecto, el apoyo de las pendientes y siempre pospuestas reformas en el ámbito de la seguridad, la gobernanza política y la economía.

En otro orden de cosas, la UE está comprometido con promover un diálogo constructivo entre el gobierno federal y el gobierno regional del Kurdistán que permita encontrar soluciones constitucionales que den forma a una relación estable y satisfactoria para ambas partes. También encontramos medidas para apoyar a un sistema de justicia efectivo e independiente que establezca mecanismos de justicia transicional para rendir cuentas de los horrores del conflicto y el apoyo a una educación inclusiva, equitativa y de calidad para evitar más generaciones perdidas.

Con el objeto de que la nueva Estrategia de la UE para Irak tenga éxito, será necesario un apoyo constante y coordinado con la mirada puesta en el largo plazo más allá de las contingentes victorias militares; es decir, en las instituciones del país y su inclusividad. Pero la piedra de toque para superar los interminables conflictos es el establecimiento de una verdadera aproximación multilateral en un convulso contexto regional. Fuentes diplomáticas europeas señalan que la aparente implicación del Golfo en las soluciones para el país puede marcar, esta vez sí, la diferencia para lograr la paz y reconstrucción de Irak. De esta forma, también podría ser un nuevo inicio con esperanzadoras implicaciones regionales, europeas, y globales.

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