La Comunidad Iberoamericana y sus cumbres

 |  8 de diciembre de 2014

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que las Cumbres Iberoamericanas se transforman en bienales, los más críticos han insinuado que sería mejor que desaparecieran. Señalan que es un modelo agotado e ineficiente generando políticas públicas. Es evidente que hay desgaste y que se debe, en buena medida, a una “burbuja” de cumbres multilaterales que congregan a los presidentes americanos, o a estos con los de otras regiones o continentes. A esto se suma el “síndrome Bolívar” desarrollado por algunos presidentes, que les lleva a plantear nuevos modelos de integración o la creación de comunidades político-culturales, lo que ha saturado las agendas y debilitado los sistemas ya existentes, propiciando que los Jefes de Estado y de gobierno racionen su asistencia.

Cuando las Cumbres Iberoamericanas se inician en 1991, prácticamente no tenían competencia y la agenda de intereses multilaterales era rica y movilizadora. Se trata de una situación distinta de la actual, en la que el continente está dividido por ideologías y egolatrías, y los países del sur de Europa atraviesan un pésimo momento económico y político. Visto así, parece obvio que se dé preferencia a una cumbre en la que estén, por ejemplo, representantes de China que, en muchos lados, son bienvenidos como un “míster Marshall”. A esto se suman las falencias del propio modelo iberoamericano, centrado durante mucho tiempo en la firma de declaraciones condenadas desde el principio a la insulsez: resultaba imposible que gobiernos de más de 20 países, con intereses diversos, se pusieran de acuerdo en temas sustanciales. O peor, hubo momentos en los que las declaraciones sirvieron para dejar en evidencia y tratar de meter en cintura a un presidente díscolo. ¿De qué le sirve a un presidente asistir a una cumbre en la que no se acordará nada relevante o en la que se le puede atacar?

Uno de los errores ha sido dejar que las Cumbres se hayan convertido para los medios en un híbrido de “feria de las vanidades” y “photo call”. Así, la medida de su éxito se cifraba en el número de asistentes VIP. Recuerdo el nerviosismo de los organizadores en Salamanca 2005 ante la posibilidad de que Hugo Chávez decidiera no aparecer; para ellos, gran parte del éxito estaba en su presencia. Así, la noticia de los primeros momentos de esta cumbre no se centró en el éxito de haber reunido a 18 Jefes de Estado y de gobierno, ni en los acuerdos alcanzados en las reuniones multisectoriales previas, ni en los millones de dólares negociados por los empresarios que acompañaban a las delegaciones oficiales. Ante situaciones de este tipo, es normal que algunos presidentes renuncien a ser coristas de una prima donna y prefieran bajar el perfil de la representación de su país. Al jugarse poco en las cumbres, otros han aprovechado para ajustar cuentas, como el presidente Flores (quien envió tropas salvadoreñas para combatir a Sadam Husein) al encararse con Fidel Castro o el famoso “¿por qué no te callas?” de Juan Carlos I al presidente Chávez cuando acusaba de fascista a José María Aznar.

Con este diagnóstico pesimista podría parecer que tienen razón los críticos que abogan por eliminar las cumbres. Pero no es así. Para América Latina sería una gran pérdida, pues con ellas desaparecería la Secretaría General Iberoamericana (Segib) y todo el trabajo que está realizando.

En este sentido, cabe recordar que la Segib ofrece cobijo a la Organización Iberoamericana para la Educación la Ciencia y la Cultura (OEI), la Organización Iberoamericana para la Seguridad Social (OISS), la Organización Iberoamericana de la Juventud (OIJ) y la Conferencia de Ministros de Justicia de los Países Iberoamericanos (COMJIB), por no hablar del espaldarazo que ha supuesto para la cooperación Sur-Sur. Si la atención sobre las cumbres estuviera centrada en esos y otros resultados, y no en la vedette de turno, es posible que la opinión pública fuese más favorable.

Se dirá que ese trabajo podría seguir realizándose en otro marco, pero no es así. La idea de que la Segib es un instrumento español ha contribuido a debilitar el proyecto. Sin embargo, esta circunstancia ha resultado una fortaleza al constituirse un espacio neutral donde los representantes de los países se reúnan y se pongan de acuerdo, sin tener que marcar línea de adscripción política, algo improbable de mantener si estuviesen cobijados por otra institución. Las cumbres han sido y son una herramienta de política exterior de algunos países, sobre todo pequeños, donde desarrollar sus múltiples agendas sin tener que entrar en la dinámica de bloques políticos.

Por último, no olvidemos que las cumbres integran a países que tienen un elemento cultural común: usan el español o el portugués como idioma. Es precisamente en la cultura donde está una de sus potencialidades y su futuro. Muchas veces olvidamos el valor de poder entendernos, porque el problema está en no querer hacerlo entendiendo lo que se dice.

Francisco Sánchez es subdirector de FLACSO-España y profesor de la Universidad de Salamanca. @FlacsoESP

 

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