Desde los primeros días de la comunicación inalámbrica hasta la promesa del 6G, cada generación de tecnología móvil ha ampliado los límites de la conectividad. El 4G trajo la banda ancha móvil ubicua y el consumo masivo de contenidos; el 5G promete comunicaciones ultrafiables y de baja latencia para sistemas autónomos y el Internet industrial de las cosas. Sin embargo, la etapa que se avecina –a la que denomino la Era de las Redes Cognitivas– no se limita a una cuestión de velocidad o fiabilidad. Supone un cambio más profundo: la evolución de las redes hacia infraestructuras cognitivas que se integran con sistemas humanos y maquínicos, hasta convertirse, en la práctica, en el sistema nervioso de la civilización.
La Era de las Redes Cognitivas se presenta como un marco conceptual para describir este nuevo paradigma. En él, las redes dejan de ser meros canales de transmisión para convertirse en redes cognitivas, capaces de percibir lo que ocurre a su alrededor, aprender de los datos, adaptarse a las condiciones cambiantes y anticipar demandas en tiempo real. La conectividad ya no será algo a lo que accedemos puntualmente; impregnará entornos y sistemas. En la práctica, esto se traducirá en espacios que se autoconfiguran, dispositivos que actúan de forma proactiva –por ejemplo, un wearable que solicita recursos sin intervención humana– y transiciones fluidas entre contextos como el hogar, la ciudad o el transporte, sin fricción perceptible para el usuario.
Ya observamos los primeros indicios de esta evolución. Los proveedores de telecomunicaciones despliegan redes autooptimizadas que gestionan automáticamente la carga de las celdas, detectan anomalías y ajustan el enrutamiento sin intervención manual. Sistemas de gestión de red impulsados por inteligencia artificial supervisan el rendimiento y redirigen el tráfico ante congestiones o fallos. Se trata aún de formas limitadas de “conciencia” de red, pero anticipan un comportamiento progresivamente más autónomo.
Para que este paradigma se consolide será necesaria la convergencia de varias fronteras tecnológicas. Una de ellas es la gestión del espectro radioeléctrico, es decir, el conjunto de frecuencias por las que viajan las comunicaciones inalámbricas. Tradicionalmente, el espectro se ha asignado de forma rígida mediante licencias y subastas, con usos predefinidos y escasa flexibilidad. En la Era de las Redes Cognitivas, el espectro tenderá a convertirse en un recurso dinámico, gestionado mediante inteligencia artificial, capaz de adaptarse en tiempo real a la demanda, la geografía o situaciones críticas. En el horizonte posterior al 6G, algunos investigadores proponen incluso el uso de frecuencias de terahercios (0,1–10 THz) para enlaces de capacidad ultraalta, aunque su despliegue sigue siendo, por ahora, incierto.
Las propias redes serán nativamente inteligentes y orquestarán de forma integrada la computación, el almacenamiento y la seguridad, con una supervisión humana mínima. En este contexto cobra especial relevancia la computación en el borde, que consiste en procesar los datos cerca de donde se generan –en dispositivos, vehículos o nodos locales– en lugar de enviarlos a centros de datos lejanos. Este enfoque reduce la latencia y permite decisiones casi instantáneas, algo imprescindible para aplicaciones como vehículos autónomos, infraestructuras críticas o sistemas financieros en tiempo real. A ello se suman avances como la comunicación cuántica, que promete nuevas garantías criptográficas, y la progresiva integración de redes terrestres y satelitales en una única malla global.
Paralelamente, tecnologías biodigitales como las interfaces cerebro-computadora, desarrolladas por empresas como Neuralink o Synchron, o los dispositivos no invasivos basados en electroencefalografía –por ejemplo, wearables o gafas de realidad extendida con sensores neuronales– comienzan a tender puentes entre la biología humana y los sistemas digitales. Estos desarrollos perfilan la interfaz entre los sistemas vivos y el sustrato en red sobre el que se apoyará la sociedad futura.
«En esta nueva era, la humanidad deja de ser un conjunto de “usuarios” y “dispositivos”. Pasamos a ser nodos cognitivos dentro de un organismo interconectado»
Las implicaciones sociales y políticas de esta transformación son profundas. La conectividad evolucionará desde una mera utilidad hacia una infraestructura civilizatoria. En el ámbito de la gobernanza, los gemelos digitales desempeñarán un papel central. Un gemelo digital es una réplica virtual de un sistema real –una ciudad, una red de transporte, un ecosistema o incluso la economía– que se actualiza de forma continua mediante datos procedentes de sensores y sistemas conectados. Estos modelos permiten simular decisiones antes de aplicarlas en el mundo físico, anticipar riesgos y gestionar sistemas complejos en tiempo real. Aunque ya existen gemelos digitales en ciudades inteligentes y entornos industriales, como Helsinki o Singapur, el salto cualitativo consiste en integrarlos a escala planetaria, alimentados por redes globales de datos.
El ámbito financiero será otro espacio clave donde las redes cognitivas desempeñarán un papel determinante. A medida que la creación de valor, el intercambio, la identidad y la regulación se digitalizan, toda la arquitectura financiera dependerá de la capacidad de respuesta y la inteligencia de las redes. Las infraestructuras basadas en blockchain, por ejemplo, están incorporando soluciones de capa dos, que permiten procesar grandes volúmenes de transacciones fuera de la cadena principal y liquidarlas posteriormente de forma agregada. Este enfoque reduce costes, mejora la velocidad y hace viable el uso masivo de pagos digitales, monedas digitales de bancos centrales y contratos inteligentes. En este contexto, la red deja de ser un simple canal de transmisión para convertirse en parte del propio mecanismo de creación y circulación del valor.
Ya existen señales claras de esta transición. El trading de alta frecuencia exige latencias inferiores al milisegundo; las redes blockchain exploran fragmentación, capas adicionales y mensajería entre cadenas para aumentar su capacidad; y la segmentación de redes permite asignar rutas específicas a flujos financieros sensibles. Sin embargo, en la Era de las Redes Cognitivas el cambio no será incremental: la red pasa a formar parte del medio mismo del valor, y no solo del conducto que lo transporta.
En consecuencia, el diseño y la gobernanza de las redes se convierten en una cuestión central de política económica y monetaria. La asignación del espectro, la orquestación de infraestructuras mediante inteligencia artificial, los flujos transfronterizos de datos y los marcos de privacidad influirán directamente en la soberanía monetaria, el riesgo sistémico y la inclusión financiera. Las autoridades financieras y los reguladores de telecomunicaciones deberán coordinarse estrechamente: las redes ya no pueden tratarse como infraestructuras aisladas.
El camino hacia esta nueva era, sin embargo, está plagado de desafíos. Construir redes cognitivas omnipresentes exige avances disruptivos en infraestructura, políticas públicas, escalado computacional y marcos de confianza. Los costes de capital serán elevados y requerirán nuevos modelos de financiación y cooperación multilateral. Al mismo tiempo, los dilemas éticos se intensificarán, haciendo imprescindible proteger principios como la privacidad, la autonomía y la agencia individual, incluso a medida que las redes se integren de forma más profunda en la vida cotidiana. A ello se suma una dimensión geopolítica marcada por disputas en torno a estándares, control de infraestructuras y soberanía digital.
Aun así, la Era de las Redes Cognitivas no es solo una aspiración, sino una necesidad. Frente a crisis de escala planetaria –desde el cambio climático hasta las pandemias o el estrés de los recursos– la civilización necesita la capacidad de percibir, responder y actuar de forma coordinada. Las redes cognitivas podrían proporcionar esa capacidad, permitiendo formas de inteligencia colectiva a escala global.
Durante años hemos hablado de conectividad en términos generacionales, de la 1G a la 6G. La Era de las Redes Cognitivas no es simplemente un hipotético 7G, sino un cambio de paradigma. Es el momento en que humanidad y tecnología convergen en un sistema integrado, donde las redes dejan de limitarse a sostener la civilización y pasan a constituir su sistema nervioso.
La cuestión, por tanto, no es si entraremos en la Era de las Redes Cognitivas, sino cómo la configuraremos. Si se fundamenta en la inclusión, la confianza y una gobernanza compartida, puede sentar las bases de una nueva etapa de evolución humana y tecnológica. Si se deja sin control, corre el riesgo de amplificar desigualdades, erosionar la autonomía y concentrar el poder. La elección, en última instancia, será colectiva.
Artículo traducido del inglés, publicado originalmente en el Centre for International Governance Innovation (CIGI).



