La nueva fuerza del feminismo

Aida Albertos Goyos
 |  28 de febrero de 2017

Las mujeres y los inmigrantes se movilizan sin fronteras desde la elección de Donald Trump. Sus comentarios y políticas, definidos por principios de misoginia, xenofobia y racismo han despertado a una población adormecida, pero preparada conceptual y cognitivamente para enfrentarse a la ola actual de rechazo al otro y discriminación que afecta también a Europa.

Desde la gran convocatoria en Washington D.C. el 21 de enero, las marchas multitudinarias se han sucedido. Primero fueron las mujeres polacas para combatir el endurecimiento de la ley antiaborto propuesto por el gobierno del conservador Ley y Justicia (PiS) que gobierna Polonia desde 2015. Les siguieron las mujeres francesas e islandesas, para denunciar una inequidad salarial que supuso en 2016 que las mujeres europeas trabajasen “gratis” 52 días. Las surcoreanas e irlandesas se manifestaron en defensa de los derechos reproductivos, las argentinas para condenar la impunidad ante la violencia patriarcal. Pero este movimiento no se produce solo en la calle: la causa feminista se difunde través de cantantes, actrices y directoras de cine que se han pronunciado con vehemencia sobre los distintos tipos de discriminación que padecen personal y profesionalmente.

El feminismo está en boga. A principios de esta década parecía que el tirón del kyriarchy había sido importante, pero hoy la autodefinición como “feminista” nunca ha estado tan arraigada en la sociedad global. La acogida por grupos locales e internacionales de este impulso está siendo efectiva, y puede ser profundamente positiva para el movimiento mientras no se pierda el horizonte político del mismo. Un feminismo extendido pero meramente dialéctico no va a cambiar la realidad heteropatriarcal y sus efectos sobre las vidas de todas las personas en él inscritas.

¿Qué está ocurriendo con el torrente de activismo social que rodea el feminismo de hoy? La clave es que ha adoptado un carácter interseccional que, bien encaminado, le puede dotar de la fuerza necesaria para generar cambios verdaderos. La interseccionalidad es una herramienta heurística del feminismo para entender el solapamiento y la retroalimentación de distintas estructuras de opresión sobre una persona. Nace con la profesora y activista Kimberlé Crenshaw en 1989 a través de su estudio sobre las dificultades que encontraron unas trabajadoras de color de la empresa estadounidense General Motors, que sufrieron una doble discriminación, por ser negras y por ser mujeres, en el proceso de contratación. Con su trabajo, Crenshaw puso nombre a una realidad existente y creó un marco de acción para que pudiese operar el cambio. Eso es activismo académico.

La noción de interseccionalidad ha recibido críticas, algunas por considerarla mera habladuría sin capacidad de acción, otras por dudas razonables acerca de su papel dentro del feminismo. La lucha de las mujeres por la igualdad económica, social y política esta necesariamente destinada a su extinción, una vez que sus objetivos hayan sido alcanzados globalmente. Con el avance de las décadas, distintos colectivos han ido manifestando su indignación por la falta de representación dentro del movimiento feminista: las lesbianas, las afroamericanas, las inmigrantes, las transexuales y, finalmente, las personas no binarias. Con todo este flujo de estímulos, el feminismo original se quedó corto. Ya en los años noventa autoras como Judith Butler empezaron a cuestionarse si la propia identificación como “mujer” para entrar a formar parte del movimiento no sería un elemento contraproducente, anclando la acción a la política de representación o de identidad. Cuando se abre la puerta a la libertad de “ser” aparece la diversidad. ¿Son las personas no binarias capaces de encontrar su lugar en un movimiento creado por y para “mujeres”? Una vez que hemos roto gran parte de los estereotipos que rodean lo femenino, ¿a quién define ya el término “mujer”?

Con la interseccionalidad, mujeres blancas, negras, latinas, asiáticas, comenzaron a dialogar y compartir los distintos factores de discriminación que sufrían: la clase social, la nacionalidad, la religión, la raza, etcétera. La interseccionalidad es un factor explicativo de la fuerza que han logrado las marchas feministas de 2017, ya que estos colectivos han impedido que el reconocimiento de las diferencias internas imposibilite la acción conjunta. Dado que no solo lo patriarcal forma parte de la lista de cosas a resolver en la sociedad, se ha permitido una mayor cooperación entre grupos exclusivamente dedicados a la lucha feminista, y otros dedicados al antiracismo o al anticapitalismo.

Como explica un grupo de autoras en The Guardian, “lo más chocante acerca de estas movilizaciones es que varias de ellas combinaron lucha contra la violencia masculina con oposición a la precariedad laboral y equidad salarial, así como el rechazo a las políticas migratorias homófobas, transfóbicas y xenófobas. Juntas, anuncian un nuevo movimiento internacional feminista con una agenda expandida, simultáneamente antiracista, antiimperialista, antiheterosexista y antineoliberal.”

El colectivo Women’s March apoyaba en su comunicado de llamada a huelga la movilización convocada por Strike4Democracy para el 17 de febrero. Women’s March está intentando aprovechar la ola de solidaridad y movilización para engrosar las filas de personas activas con la causa. El Día de la Mujer, 8 de marzo, se había convertido en un mero recordatorio de que las mujeres siguen existiendo, con marchas más o menos multitudinarias en todo el mundo. Pero la agresividad latente en algunos nuevos gobiernos en diferentes países ha desempolvado las mecánicas de protesta social más propias del siglo XIX-XX, como la huelga, adaptando su organización a la inmediatez e interconexión del mundo actual globalizado.

Este colectivo ha iniciado un conjunto de medidas, desde la concienciación colectiva (awareness huddles) en pequeños círculos locales, hasta la movilización masiva en puntos y fechas estratégicos, llamando a la huelga en un comunicado difundido por Twitter el 14 de febrero. Organizaciones feministas de hasta 30 Estados se han adherido a la convocatoria. Además de las marchas y los huddles, las protestas se apoyan en boicoteos económicos como #GrabYourWallet para con las empresas vinculadas a la “marca Trump” en cualquiera de sus variantes comerciales.

La inspiración tiene aires islandeses. El 24 de octubre de 1975 el 90% de las mujeres islandesas abandonaron sus puestos de trabajo, formales e informales, bloqueando el país. Esta movilización fue el punto de arranque de un cambio de mentalidad que llevaría a Vigdis Finnbogadottir a la presidencia, convirtiéndose en la primera mujer que alcanzaba ese rango político en todo el mundo. Las más de 20 marchas que se organizaron por todo Islandia abrieron “los ojos de muchos hombres”, en palabras de la propia Vigdis. Quizá los ojos y las mentes de los hombres islandeses se abrieron dentro de las posibilidades de la época, y debido a la necesidad de tener una mujer en las labores del hogar. Hoy los colectivos feministas buscan un compromiso más global con sus demandas.

Es un momento emocionante, no solo por ver cuántas personas dejan su puesto de trabajo el 8 de marzo próximo para recordar a mandatarios y empresarios la naturaleza de esta lucha, sino también para presenciar el posible giro de la teoría feminista. Algo se está moviendo, y es algo internacional, abierto a todos.

 

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