deuda pandemia
Un manifestante sostiene una pancarta a las puertas del Banco Central de Argentina, durante una protesta contra el FMI, el 22 de diciembre de 2021. MATÍAS BAGLIETTO. GETTY

La pandemia tiende nuevas trampas de deuda

La pandemia deja un mundo endeudado, financiera y medioambientalmente. Las grandes inversiones que exige de la transición energética contrastan con la fragilidad de unos mercados financieros exhaustos.
Luis Esteban G. Manrique
 |  11 de enero de 2022

Aunque el legado de la pandemia –político, económico, sanitario…– va a tardar años en dilucidarse, una de sus consecuencias inmediatas ha quedado clara: la deuda. La financiera es una de ellas, pero no la única, aunque sí la que más urge resolver antes de que su peso se haga insostenible. Según el Institute of International Finance, en el tercer trimestre de 2021 el endeudamiento global alcanzó proporciones sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial: 350% del PIB global. En los últimos 20 años, los países con niveles de deuda superiores al 300% del PIB han aumentado de media docena a dos docenas, incluyendo a Estados Unidos.

En total, la cifra bruta total de la deuda ronda los 226 billones de dólares si se incluye la pública, la corporativa y la de los hogares. La OCDE estima que en las economías desarrolladas la deuda pública subió del 70% del PIB en 2007 al 124% en 2020 debido, entre otras cosas, a los estímulos fiscales y programas sociales lanzados por los gobiernos para preservar el empleo, comprar vacunas y evitar sucesivas oleadas de quiebras.

En los momentos álgidos de la crisis, la Reserva Federal estuvo comprando el 41% de las nuevas emisiones de bonos del Tesoro. En el mundo emergente, la situación es aún peor. En los tres primeros trimestres, su deuda superó los 92,5 billones de dólares, 5,7 billones más que en el mismo periodo de 2020. Si se toma en cuenta solo la deuda pública, el aumento fue del 18,5%.

Durante la pandemia, la deuda de los países de bajos ingresos aumentó un 12% en medio de la crisis sanitaria y el deterioro de las cadenas de suministro. La realidad, como escribe Ruchir Sharma en Financial Times, es que la pandemia ha exacerbado problemas arrastrados desde hace décadas. En los últimos 40 años, la deuda mundial total se ha más que triplicado, recuerda el jefe de estrategia de Morgan Stanley.

Sharma cree que los mercados están intuyendo que, suceda los que suceda, con las actuales tasas de inflación y crecimiento la Fed, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y del Banco de Inglaterra no se atreverán a subir muchos sus tipos. El mundo está demasiado endeudado para soportarlo.

 

Plomo en las alas

El problema es que a medida que sube la deuda en relación al PIB, los mercados financieros se hacen más frágiles. Y vulnerables. En pasados ciclos de ajuste fiscal, para contener las presiones inflacionarias los grandes bancos centrales aumentaban sus tipos entre 400 y 700 puntos. En las actuales condiciones, aumentos de esa escala podrían poner a muchos países al borde de la iliquidez y hasta de la insolvencia sin rescates masivos del Fondo Monetario Internacional. América Latina es un caso ilustrativo. Según la CEPAL, la comisión económica para la región de la ONU, la deuda bruta de los gobiernos promedia el 77,7% del PIB. El pago de sus intereses absorbe ya el 59% de los ingresos por exportaciones, lo que va a significar menos gasto en sanidad, educación e inversiones en la transición energética.

 

«El pago de los intereses de la deuda absorbe ya el 59% de los ingresos por exportaciones de los gobiernos latinoamericanos»

 

Gran parte de esa deuda se contrajo colocando bonos –soberanos y corporativos– en los mercados de capitales. Los grandes bancos y fondos de inversión de Wall Street se hicieron con la parte del león de ese papel. Según Fitch, casi un tercio de las calificaciones soberanas de los países de la región están hoy en perspectiva negativa. En 2021, Panamá, Perú, Surinam y Colombia perdieron el ansiado grado de inversión, que garantiza tipos de interés más bajos.

China es el acreedor de dos terceras partes de los créditos contraídos por los países de menores ingresos. En esas condiciones, a nadie extrañó que en la cumbre del G20 en Roma, David Malpass, presidente del Banco Mundial, advirtiera sobre los riesgos de la complacencia y la pasividad ante la explosión global de la deuda.

Según el FMI, el crecimiento de los países de ingresos medios y bajos permanecerá un 5,5% por debajo de los niveles anteriores a la pandemia al menos hasta 2024.

 

La deuda climática

La deuda financiera palidece frente a la medioambiental, que es, de lejos, la más injusta y la menos sostenible, según escribe Mohamed Adow en Foreign Affairs. Desde comienzos de la revolución industrial, la atmósfera ha recibido unos 1,5 billones de toneladas métricas de dióxido de carbono de origen antrópico. Entre 1990 y 2020, las emisiones de gases de carbono aumentaron un 58%. Adow recuerda que las mayores emisiones acumuladas han provenido, en este orden, de EEUU, Europa, China y Rusia, países que pueden financiar una transición energética que les permita alcanzar la neutralidad de carbono (emisiones netas cero) hacia mediados de siglo. Desde 2015, la economía mundial ha crecido un 23%, pero las emisiones solo un 3%.

Actualmente, China emite más gases de efecto invernadero que ningún otro país: unos 10.000 millones de toneladas métricas anuales, si bien sus emisiones per cápita (7,4 toneladas) son menos de la mitad de las de EEUU (16,2), donde un ciudadano medio emite más CO2 al año que 581 habitantes de Burundi, 52 mozambiqueños y 35 bangladesíes. En 2017, el último año sobre el que la ONU tiene cifras consolidadas, las emisiones de EEUU fueron de 5.300 millones de toneladas métricas. Las de la UE, de 3.600 millones (7,0 toneladas per cápita).

 

pacto verde europeo

 

En contraste, la de los países de ingresos medios y bajos –lo que incluye a Brasil, China, India, Nigeria y Suráfrica– fue de 3,5 toneladas anuales per cápita. India emite 2.300 millones de toneladas, es decir, una emisión per cápita de 1,7 toneladas. El resto de países en desarrollo emite mucho menos. Los 1.000 millones de subsaharianos, por ejemplo, que representan el 15% de la población mundial y el 2% de las emisiones de gases de carbono, emiten 823 millones de toneladas anuales (0,8 toneladas per cápita), una 20ª parte de las de EEUU.

James Hansen, excientífico de la NASA, calcula que entre 1751 y 2006, los países industrializados del hemisferio norte fueron responsables del 77% de las emisiones. Solo EEUU representó el 28%. Entre 1850 y 2016, los países ricos emitieron el 68% del total.

En 2008, un informe de la National Academy of Sciences de EEUU ofreció un dato revelador: entre 1961 y 2000, las emisiones de países en desarrollo causaron daños medioambientales–inundaciones, tormentas, sequías…– a países ricos por valor de 740.000 millones de dólares. En sentido contrario, los perjuicios superaron los 2,3 billones de dólares. Por ofrecer un último dato, el cambio climático ha reducido más de un 20% el PIB per cápita de Burkina Fasso, Níger y Sudán.

 

Las metas de París

Si se mantienen las actuales tendencias, las metas del Acuerdo de París son inalcanzables. En las próximas décadas, los mayores emisores serán países como Brasil, Indonesia, India y Suráfrica, que tendrán que sacar de la pobreza a cientos de millones de sus habitantes y al mismo tiempo adaptarse al cambio climático, que amenaza con exponer a 350 millones de personas a olas de calor extremo en ciudades como Karachi, El Cairo o Calcuta.

En Kenia y otros países subsaharianos, sequías cada vez más frecuentes han devastado los rebaños de todo tipo de ganado, forzando a cientos de miles de campesinos y pastores a abandonar su modo de vida tradicional y emigrar a las ciudades. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en 2020 los países en desarrollo solo generaron el 16% de su energía a partir de fuentes renovables. Si no aceleran su transición hacia fuentes renovables, podrían emitir quizá tantos gases como los que produjo China en las primeras dos décadas de este siglo: 195.000 millones de toneladas métricas.

En la Cumbre de Glasgow (COP26), Indonesia y Arabia Saudí se comprometieron a alcanzar emisiones cero en 2060 e India en 2070. Ninguno de ellos presentó, sin embargo, una hoja de ruta sobre cómo pretenden lograrlo. Y no es por falta de medios. Según McKinsey, en Vietnam las energías renovables ya son más baratas que el carbón.

 

«Rusia ha bloqueado en el Consejo de Seguridad una resolución copatrocinada por Irlanda y Níger que proponía considerar el cambio climático como una amenaza para la paz»

 

Nada va a ser fácil. En diciembre, Rusia bloqueó en el Consejo de Seguridad una resolución copatrocinada por Irlanda y Níger que proponía considerar el cambio climático como una amenaza para la paz. Aunque 12 de sus 15 miembros votaron a favor, India lo hizo en contra, China se abstuvo y Rusia impuso su veto, argumentando que la resolución iba a “politizar” un asunto económico y científico.

Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, dijo que era “inaceptable” que países que habían dañado el clima con su desarrollo industrial quisieran imponer ahora restricciones al desarrollo ajeno, contradiciendo un estudio de una red de bancos centrales mundiales que encontró que la mayoría de países podría registrar pérdidas de entre el 15% y el 25% de su PIB si no toman medidas adicionales para mitigar el cambio climático.

La AIE estima que se van a necesitar inversiones por valor de cuatro billones de dólares anuales de aquí a 2050 para “descarbonizar” el sistema energético mundial. Hoy esas inversiones no superan los 600.000 millones anuales, el 15% de lo que se necesita. Un problema adicional es que esa cifra se distribuye de modo muy desigual. En África subsahariana apenas se alcanzan los 20.000 millones. Asia oriental supera los 292.000 millones.

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