La urgencia de invertir mejor en la infancia

 |  21 de noviembre de 2014

Los niños de hoy serán quienes mañana produzcan riqueza y bienestar en una economía cada vez más avanzada tecnológicamente que exigirá sólidas destrezas cognitivas. Además, una decreciente población deberá sostener a una tercera edad cada vez más numerosa. La cuestión es, así pues, cómo garantizar que la sociedad contemporánea invierte óptimamente en su potencial futuro productivo.

Si prestamos atención a diversos indicadores clave, salta a la vista que algunas sociedades no están haciendo su trabajo correctamente en cuanto a la infancia. Entre ellas destaca España. La proporción de jóvenes que solo reciben la educación obligatoria lleva siendo desde hace tiempo de aproximadamente un tercio, cohorte tras cohorte. Ese porcentaje dobla al alemán y triplica al sueco y al británico. Si evaluamos de forma directa el potencial cognitivo de los niños, los datos ofrecidos por el informe PISA de la OCDE dejan claro que el 20% de los niños españoles de 15 años están por debajo del umbral de la disfunción cognitiva (incapacidad de comprender las advertencias expuestas en el prospecto de una caja de aspirinas), el doble que en Alemania y cuatro veces más que en Dinamarca. Este dato sugiere que una proporción alarmantemente elevada de la juventud española actual tendrá en el futuro problemas para encontrar empleo u obtener un salario adecuado. Asimismo, da a entender que la economía española de las próximas décadas rendirá por debajo de la media.

A menos que queramos creer que los españoles son genéticamente inferiores a los suecos, por ejemplo, es necesario identificar el problema. De las investigaciones realizadas sobre movilidad social intergeneracional se desprende una conclusión obvia: la influencia de la familia es mucho más importante que las condiciones del entorno social, como el sistema educativo. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de influencia familiar? Un gran número de estudios hacen hincapié en la importancia de los ingresos y se ha identificado la pobreza como principal factor de atraso y fracaso escolar. Por ejemplo, en Estados Unidos se han realizado estudios que demuestran que los niños que crecen en condiciones de pobreza recibirán de media dos años menos de educación que el resto. Además, tendrán el doble de posibilidades de que sus futuras familias vivan por debajo del umbral de la pobreza.

En este aspecto, como decíamos anteriormente, España no cumple con los objetivos mínimos. La tasa de pobreza infantil ha crecido del 16% al 20% en la última década. No obstante, ¿son realmente los ingresos bajos la causa de que esos niños tengan menores oportunidades de vida? Hay razones para el escepticismo. El problema quizá no tenga que ver directamente con el dinero sino con la “selección social”. A saber, las razones por las que los padres viven en la pobreza pueden ser las que expliquen el escaso rendimiento de los hijos. Por ejemplo, los padres pueden carecer de destrezas, sufrir dolencias o adicciones como el alcoholismo, o estar inmersos en la delincuencia. La economista Susan Mayer demuestra esta hipótesis en su libro What Money Can’t Buy. Dicho esto, resulta preocupante que las desigualdades en los ingresos y las tasas de pobreza aumenten –tanto en España como en otras economías avanzadas–, pues ambas cosas no harán sino empeorar el nivel de vida y los recursos a disposición de la infancia.

Sin duda, es imperativo exigir la redistribución de los recursos a favor de las familias con hijos a través de prestaciones más generosas. Aun así, lo que más eficazmente protege contra la pobreza infantil es que la madre tenga empleo, lo cual reduce el riesgo de pobreza en una cuarta parte. Una política que fomente el empleo de las madres es quizá, de los remedios posibles, el más sencillo y eficaz.

La demografía familiar, en permanente evolución, es también objeto de una potencial polarización. Esto se hace evidente particularmente en las cada vez mayores desigualdades educativas que implican el divorcio y la monoparentalidad. Si bien las parejas cuyos miembros han recibido una educación superior son cada vez más estables, en los estratos sociales inferiores se da el fenómeno contrario. Así pues, la inestabilidad familiar y la monoparentalidad aparece cada vez más frecuentemente entre los entornos más favorecidos, lo que refuerza la tendencia polarizadora con respecto a las oportunidades.

Además de los ingresos, un factor crucial en el desarrollo de las habilidades es el tiempo que los padres dedican a sus hijos, especialmente en los primeros años, antes de entrar en la escuela. También en este aspecto aparece la polarización. En primer lugar, existe una brecha cada vez mayor en términos cuantitativos: los padres con más formación (incluso cuando la madre tiene empleo) dedican usualmente más del doble de tiempo a sus hijos. Esta brecha se amplía cuando tenemos en cuenta también los aspectos cualitativos. Como han demostrado los psicólogos especialistas en desarrollo, los padres con menor formación suelen adoptar el modelo de “crecimiento natural”, frente a los mejor educados, que suelen aplicar un enfoque de “cultivo concertado” y hacen énfasis en actividades que estimulan las habilidades y capacidad de aprendizaje del niño, como la lectura. Annette Lareau ofrece una excelente visión sobre ello en Unequal childhoods (Infancias desiguales, 2003). Estos niños, así pues, estarán mejor preparados cuando alcancen la edad escolar.

Desde el punto de vista de la política, parecería casi imposible corregir tales diferencias en el estilo de crianza. Aun así, como demuestran estudios recientes, la inversión en educación preescolar de alta calidad puede ser un poderoso factor homogeneizador en lo que respecta al desarrollo cognitivo y conductual del niño y, más generalmente, con respecto a la preparación previa a la escuela. En este sentido, las aportaciones de James Heckman, ganador del premio Nobel, tienen particular importancia. Sus investigaciones concluyen que los niños que siguen un programa de preescolar de alta calidad a tiempo completo tienen un año de adelanto en la escuela en comparación con los demás. Y, lo que es más importante, dicho programa preescolar produce una positiva y duradera sinergia y ofrece al niño una posición aventajada a lo largo de toda su experiencia educativa.

Como reflejan tanto mis estudios como los de otros compañeros, los efectos de la educación infantil de alta calidad quizá no sean radicales entre los menos privilegiados. En otras palabras, la educación infantil puede ser una herramienta eficaz a la hora de homogeneizar la adquisición de destrezas entre los niños y, de manera más general, sus oportunidades ante la vida. Mis propias investigaciones (junto con los de Jane Waldfogel, de la Universidad Columbia) desvelaron, no obstante, un relevante condicionamiento. Una comparativa transnacional de los efectos de la educación infantil descubrió que su impacto positivo persistía a lo largo de toda la infancia en algunos países (Dinamarca) pero no en otros (EE UU). La principal explicación en el caso estadounidense es que los niños de ese país provenientes de familias con menos recursos terminaban en escuelas primarias de baja calidad, aunque hubiesen disfrutado previamente de una educación preescolar de calidad.

La inversión en educación infantil de alta calidad quizá sea la política más eficaz. A primera vista puede parecer prohibitivamente onerosa. En Dinamarca, donde la educación infantil es universal y de gran calidad, el coste al erario público equivale al 2% del PIB. Sin embargo, si se demuestran sus resultados positivos, ese gasto debería considerarse una inversión positiva. Y, en efecto, esos resultados positivos se dan, doblemente: en primer lugar, como ha demostrado Heckman, cada euro invertido en educación infantil de calidad para niños desfavorecidos produce 12 euros, gracias a los efectos sinérgicos mencionados anteriormente. En segundo lugar, la educación infantil es la medida más eficaz para la conciliación de maternidad y empleo. Dos análisis diferentes de costes y beneficios concluyen, de hecho, que el gasto inicial en educación infantil se amortiza completamente (con dividendos), debido a que las madres, al disponer de más tiempo, ganan más y pagan más impuestos. Recordemos, por fin, que el empleo materno es, a la vez, la mejor garantía contra la pobreza infantil.

Por Gøsta Esping-Andersen, sociólogo danés, profesor en la Universidad Pompeu Fabra y miembro del comité científico del Instituto Juan March.

Con motivo de los 25 años de la Convención de los Derechos del Niño, politicaexterior.com, en colaboración con Unicef Comité Español, publica esta semana el especial “Un mundo donde crecer”. A lo largo de una serie de artículos, vídeos, reseñas e infografías se analizará la situación de la infancia. Puedes seguir el especial a través del hashtag #CDN25años y #RecuerdaTuInfancia, etiqueta con la que interpelamos a los usuarios de RRSS a que comparen su niñez con la que se vive hoy en día en las diversas partes del mundo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *