Los pies en el camino y la vista en la frontera

Aida Albertos Goyos
 |  18 de mayo de 2017

“Tomé la decisión de salir de mi país porque sentía miedo y no sabía a dónde ir. (…) Sentí que el mundo se me venía encima.” Extracto del informe de MSF.

 

El movimiento masivo de personas es una constante en las relaciones internacionales. Hay periodos con más actividad, motivados por catástrofes naturales o conflictos bélicos, y periodos de menos, pero lo que más ven las fronteras es gente cruzándolas. El llamado Triángulo Norte de Centroamérica es un hervidero de migraciones, que se enmarca y se explica en la conocida paradoja de “América Latina, guerra inexistente, violencia diaria”.

La región del Triángulo Norte lleva años lidiando con guerras domésticas sui géneris. En los países que lo componen (El Salvador, Guatemala y Honduras) hay unos niveles de violencia interna que convierten el día a día de sus ciudadanos en una batalla por la supervivencia. Muchos de ellos deciden emprender un peligroso viaje hacia México y finalmente, Estados Unidos. Sin embargo, las condiciones (tanto la asistencia informativa como humanitaria) que se ofrece a los refugiados y migrantes durante el trayecto es insuficiente. Si bien México tiene una proyección internacional como férreo defensor de los derechos del refugiado y el migrante, la realidad es que existe un miedo real a la hora de pedir ayuda o dejarse ver por las autoridades.

Cada año llegan 500.000 personas a México, mayormente procedentes del Triángulo Norte de Centroamérica. Muchos de ellos, huyendo de episodios directa o parcialmente relacionados con la violencia. Máxime en el caso de las mujeres y niñas, que añaden a la experiencia las consecuencias psicológicas de los abusos y degradaciones a las que son sometidas, tanto por las maras y grupos pandilleros en sus países de origen, como de otros migrantes e incluso miembros de las fuerzas de seguridad durante el recorrido.

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Médicos Sin Fronteras es una de esas organizaciones sin las cuales sería imposible conocer la realidad de estos migrantes, sus motivaciones y experiencias personales. MSF trabaja desde 2012 en México, asistiendo médica y psicológicamente a los transeúntes que pasan por los refugios del país. De sus encuestas e informes podemos extraer pequeñas muestras de realidad, que reflejan los difíciles compañeros de viaje de estos hombres, mujeres y niños. A sus espaldas, estos migrantes van cargando experiencias terribles que dejan una cicatriz no solo física. Como ejemplo, un tercio de las mujeres encuestadas para el último informe de MSF sobre la región, “Forzados a huir”, fueron víctimas de abusos sexuales durante el trayecto.

La pregunta consecuente es, si los riesgos son tan elevados, ¿a qué se enfrentan estos ciudadanos en sus países de origen para tener la urgencia de abandonar todo por una posibilidad remota de lograr el estatus de refugiado? International Crisis Group lleva años analizando los factores sociales, políticos y económicos detrás de la red de criminalidad y violencia que articula las sociedades del TNCA. Desde los gobiernos, tanto el hecho de contemplar las maras solo como organizaciones criminales –clasificadas como terroristas en Honduras y El Salvador– como la respuesta meramente militar para erradicarlas, ha sido fuente de un error tras otro, arraigando su existencia. Por su parte, la representación mediática que se ha dado de las maras no ha ayudado a abrir posibles vías de diálogo, entrando en el juego de demonización y caracterización como “enemigo nacional”.

Sin embargo, ninguna de estas medidas, ni la “mano dura” en El Salvador ni la “super mano dura” que la sucedió, han logrado desmovilizar a las maras. De hecho, su fortaleza se agudizó en los años noventa, tras la deportación en masa de más de 60.000 migrantes desde Estados Unidos, casi la mitad nacionales de los países del Triángulo Norte. Ante la imposibilidad de progresar económica y socialmente, muchos de ellos se unieron a las organizaciones de maras que llenaban el vacío de poder de las autoridades estatales, abasteciendo y satisfaciendo las necesidades a nivel local.

Ese hecho histórico, que debería haber marcado un precedente tanto para EEUU como para el resto de países implicados, preocupa especialmente cuando la nueva administración estadounidense no parece dispuesta a escuchar las lecciones de la historia. Es este tipo de incertidumbre la que está detrás de la decisión, por parte de muchas familias centroamericanas, de mandar a sus menores por la ruta migratoria sin acompañantes. Según el informe de MSF, de los menores encuestados por la organización (4,7% del total) el 59% iban no acompañados, constituyendo un colectivo altamente vulnerable a los riesgos inherentes del viaje.

Los grupos de análisis y activismo en terreno como los mencionados se dejan la piel cada día, cada uno en sus respectivos campos, por solventar una situación que envuelve en violencia, muerte y criminalidad las vidas de miles de personas en la región del Triángulo Norte. Una escucha activa de sus diagnósticos y propuestas por parte de las autoridades debería ser urgente y previa a las decisiones políticas que se tomen en adelante. Sobre todo cuando el contexto regional da visos de un empeoramiento de la situación por una acogida en los países de destino más reducida y difícil.

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