Marruecos: ¿resiliencia de quién?

Irene Fernández Molina
 |  13 de octubre de 2016

“Resiliencia” es el nuevo lugar común para el análisis. Como si estuviera inspirada en los libros de autoayuda, la flamante Estrategia Global de la Unión Europea, publicada en junio, señala como prioridad y consigna “invertir en la resiliencia de Estados y sociedades” en la vecindad oriental y meridional de la UE, tan convulsas ambas. Define esta palabra como capacidad de aguante y recuperación de crisis internas y externas. La sitúa vagamente en la encrucijada entre, por este orden, seguridad, desarrollo y democracia, entre Estados y sociedades, entre persistencia, resistencia y cambio ordenado, “sostenible”. ¿Resiliencia de quién y para qué entonces?

Las elecciones legislativas en Marruecos del 7 de octubre son la ilustración perfecta de esta encarecida resiliencia, con todas sus ambigüedades e implicaciones políticas dudosas. Resiliente ha sido y es sin duda el régimen, con su núcleo monárquico invariablemente hegemónico, que capeó como pocos en la zona el temporal de los levantamientos y protestas de 2011, el choque regional, la (relativa) presión doméstica y las volubles expectativas estadounidenses y europeas, anunciando a bombo y platillo reformas políticas y constitucionales no necesariamente destinadas a materializarse.

La ventana de oportunidad para una transformación democrática en Marruecos –si la hubo– se cerró hace tiempo. Hoy día, el régimen parece contar con las condiciones adecuadas para persistir en un autoritarismo relativamente reformista y liberalizado, como caña que se dobla pero no se quiebra. Tiene la suficiente aceptación interna, al menos por defecto y por silencio. Cuenta con el apoyo exterior de las potencias occidentales “liberales”, para las que la siempre cacareada idea de la “excepción marroquí” es cada vez menos cuestión de optimismo liberal y más de mal menor realista, de anhelado contrapunto de estabilidad en medio de un paisaje regional incendiado. De ahí que las autoridades de Rabat estén ahora mucho menos preocupadas que hace diez años por presentar a su país como “alumno modelo” de Bruselas en materia de democratización. Marruecos dispone también de la opción alternativa que supone jugar la carta anticolonial y tender la mano a potencias “iliberales” como Arabia Saudí y Rusia cuando hace falta.

Sin embargo, tan resiliente como la monarquía marroquí –y a pesar de esta– ha demostrado ser el islamista Partido Justicia y Desarrollo (PJD), catapultado al frente de un heterogéneo gobierno de coalición por su victoria (en minoría) en las elecciones legislativas de noviembre de 2011. El PJD no solo ha aguantado sorprendentemente bien el desgaste de liderar durante cinco años un gobierno que gobierna únicamente en asuntos de intendencia administrativa y, cuando toca, dar la cara por medidas económicas impopulares (la eliminación de los subsidios a los carburantes o la reforma del sistema de pensiones). También ha salido indemne de una campaña electoral adversa en la que la neutralidad de la administración del Estado ha brillado por su ausencia (incluyendo prohibiciones de encuestas y mítines, operaciones de difamación y manifestaciones orquestadas) y en la que el caballo ganador designado era el oficialista Partido Autenticidad y Modernidad (PAM), creado en 2008 por un amigo íntimo del rey, Mohamed VI, con ropajes de formación laica y “liberal” con objeto de hacer frente al PJD y a la “islamización” del Estado supuestamente emprendida por este.

Como anticipaban algunas estimaciones basadas en los datos de las elecciones a consejos regionales de septiembre de 2015, el PJD del primer ministro Abdelilah Benkirán ha mejorado los resultados logrados en 2011, pasando de 107 a 126 escaños (de un total de 395) en la Cámara de Representantes (cámara baja). Ha obtenido, además, una ventaja considerable sobre el PAM, que pese a su pujanza en las municipales de 2015 se ha quedado ahora en 102 diputados. La jugada del régimen no ha salido según los planes, ya que la bipolarización promovida durante la campaña parece haber reforzado a los islamistas en lugar de debilitarlos. La clave de lo sucedido, en palabras del historiador Maâti Monjib, es que Benkirán “ha logrado la proeza de mantenerse como jefe de la oposición siendo el jefe del gobierno”, entre otras cosas poniendo de moda en sus diatribas la palabra “attahakkum” (mando a distancia) como nuevo eufemismo del autoritarismo que pocos se atreven a denunciar con nombre y apellidos.

 

Dilema gubernamental, silencio social

El interrogante más inmediato ahora es qué coalición de gobierno será capaz de formar Benkirán. A excepción de un gobierno de unidad nacional con el PAM, todas las demás opciones parecen estar sobre la mesa. La paradoja es que, pese a haber reforzado su mayoría minoritaria, Benkirán tiene más complicada ahora la formación de gobierno que en 2011. La relativa bipolarización de la Cámara de Representantes y el desplome en número de escaños de partidos como el Partido del Istiqlal (PI, de 60 a 46 escaños), la Agrupación Nacional de Independientes (RNI, de 52 a 37), el Movimiento Popular (MP, de 32 a 27), Partido del Progreso y el Socialismo (PPS, de 18 a 12) y sobre todo la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP, de 39 a 20) puede hacer necesario poner de acuerdo a más socios y aún más dispares que en las dos coaliciones encabezadas por Benkirán desde principios de 2012 (PJD-PI-MP-PPS y PJD-RNI-MP-PPS). A medio plazo, la pregunta es qué será del PJD dentro de otros cinco años, si su resiliencia al frente de un gobierno subalterno y débil tendrá un límite, siguiendo el precedente de la otrora gobernante USFP, hoy desahuciada.

A más largo plazo, y por debajo de las aguas mansas de la superficie institucional y electoral, se mantiene la gran incógnita de la resiliencia y la insondable dirección política de la amplia mayoría de la sociedad marroquí que permanece ajena al juego política, como prueba el hecho de que menos del 24% de los 28 millones de personas en edad de voto acudieran a las urnas el 7 de octubre. Como en citas electorales anteriores, la letra pequeña de la engañosa tasa de participación oficial del 43% es que este porcentaje se calcula sobre el número de votantes inscritos en las censo electoral, que son poco más de la mitad (15,7 millones) de los que tienen derecho a voto.

En resumen y en respuesta a las esotéricas inquietudes europeas: el régimen autoritario marroquí resiste y persiste; el islamismo del PJD también; la sociedad, no lo sabemos.

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