MAGA BLM
Un seguidor del entonces presidente de EEUU, Donald Trump, luce una gran gorra con el lema “Make America Great Again” durante un mitin en Manchester (New Hampshire), en febrero de 2020. GETTY

Movimientos antitéticos: MAGA y BLM en acción

Ambos movimientos sociales continuarán llevando al límite la tradicional capacidad de absorción de nuevas demandas de los partidos demócrata y republicano.
Pedro Ramos Josa
 |  18 de marzo de 2021

En Estados Unidos, la primera democracia moderna, el asociacionismo forma parte del ADN ciudadano, por eso no es extraño que los movimientos sociales hayan tenido tanta importancia a lo largo de su historia. Movimientos previos, como el obrero en los años treinta y el de derechos civiles en los sesenta, habían movilizado políticamente a sus integrantes. Lo que ha constituido una novedad en las pasadas elecciones presidenciales es que dos presuntos movimientos sociales antitéticos, situados a ambos lados del espectro político, Black Lives Matter (BLM) y Make America Great Again (MAGA), hayan sido trascendentales en la activación política de sus respectivos seguidores, convirtiendo a ambos candidatos en los más votados de historia de su respectivo partido: Joe Biden, por el Partido Demócrata, superó los 81 millones de votos y Donald Trump, por el Partido Republicano, sumó más de 74 millones, elevando la participación electoral por encima del 66%, un porcentaje que no se alcanzaba en el país desde hacía más de un siglo.

A pesar de sus diferencias, un primer rasgo en común es que ninguno de los dos movimientos es totalmente nuevo, sino que hunden sus raíces en la compleja historia de EEUU. Las protestas sociales en torno a cuestiones raciales han sido cruciales en la evolución política de la nación, y BLM cabe entenderlo como el último gran éxito en la movilización social de la causa afroamericana. BLM tiene a la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NCAAP) como antecedente y modelo: sus manifestaciones y uso de los medios de comunicación amplificaron la causa de la minoría afroamericana, culminando en la aprobación de la Ley de Derechos Civiles y de la Vigesimocuarta Enmienda, ambas en 1964, y en la aplicación de las políticas de acción afirmativa en la década de los setenta.

Fundado en 2013 en respuesta a la absolución del asesino del joven afroamericano Trayvon Martin, BLM tomó en 2020 un nuevo impulso tras la muerte de George Floyd a raíz de una controvertida acción policial. Sus fundadoras, Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi unieron su activismo a sus estudios en sociología y comunicación para crear un movimiento que, como se recoge en su página web, se ideó “para erradicar la supremacía blanca y construir un poder local que intervenga en la violencia infligida a la comunidad negra por el Estado”, incluyendo en su seno a todos aquellos marginados dentro de otros movimientos de liberación negra. De esa forma, han establecido un movimiento transversal para incluir cuestiones no solo raciales, sino también de género o de discapacidad, expandiendo su actividad incluso a Canadá y Reino Unido, e incorporando en su seno a numerosos simpatizantes blancos que poblaron sus manifestaciones del pasado verano, donde las estimaciones varían entre los 15 y los 26 millones de asistentes, una de las mayores protestas en la historia de EEUU.

 

«BLM ha establecido un movimiento transversal para incluir cuestiones no solo raciales, sino también de género o de discapacidad, expandiendo su actividad incluso a Canadá y Reino Unido»

 

Tampoco MAGA es un fenómeno enteramente novedoso, sino que responde a un malestar profundo de una parte significativa del electorado blanco de clase media-baja. Como los afroamericanos, la llamada despectivamente como white trash o basura blanca ha formado parte del paisaje social de EEUU mucho antes incluso de la independencia de la nación. Jugaron un papel destacado en la democratización del sistema político estadounidense con su apoyo a Andrew Jackson en 1828, y tras la guerra de Secesión en la creación de la cultura Dixie, que dominó por más de un siglo la política sureña. Más recientemente, formaron lo que Donald Warren describió en 1976 como el centro radical, de ahí su apelativo de Middle American Radicals (MAR). Pertenecientes a los extractos de ingresos medios y medios bajos, y con una ideología que escapa a la tradicional dicotomía conservador-progresista, los MAR piensan que la clase media se encuentra asediada por arriba y por abajo merced a unas medidas gubernamentales que únicamente favorecen a los ricos y a los más pobres, precisamente a través de los programas sociales destinados a la promoción de las minorías. Aunque poseen posturas conservadoras en cuestiones raciales, de minorías o inmigratorias, se aproximan más a los progresistas con su apoyo al Medicare o a la Seguridad Social. Como muchos otros estadounidenses, los MAR se acercan más al modelo de conservador ideológico pero progresista operativo.

En todo caso, su populismo difiere del progresista en que para los MAR lo fundamental es encontrar al líder que defienda sus intereses en Washington. George Wallace, Pat Buchanan o Ross Perot fueron sus apuestas pasadas, todas ellas fallidas, hasta que por fin hallaron en Trump al candidato con el que conquistarían la Casa Blanca, y que les confirió con su simple y pegadizo eslogan de campaña su actual denominación.

Junto a la obtención de un liderazgo con el que se puedan identificar, los MAR se han movilizado sobre todo en épocas en que ha existido una amplia sensación de declive nacional y cuando la desconfianza hacia Washington ha sido mayor, ambas circunstancias muy bien aprovechadas por Trump en 2016, que además heredó el trabajo previo realizado por el Partido del Té mediante la movilización de base, la creación de grupos de interés y la difusión de su mensaje por medios sociales conservadores.

 

«Para los MAR es fundamental encontrar al líder que defienda sus intereses en Washington: Wallace, Buchanan o Perot fueron sus apuestas pasadas, todas ellas fallidas, hasta que por fin hallaron en Trump al candidato ideal»

 

Un segundo rasgo que comparten es que están dirigidos a dos minorías poco movilizadas políticamente, pero que pueden resultar decisivas si participan en las elecciones. La importancia del voto afroamericano radica en que, a diferencia de otros grupos, continúa actuando electoralmente como un bloque, sin que importen los contrastes económicos o religiosos en su seno, favoreciendo así al Partido Demócrata. En las últimas elecciones presidenciales, Biden obtuvo en torno al 87% del voto afroamericano, por debajo del 95% logrado en 2008 por Barack Obama, pero muy por encima del 70% del voto obtenido entre los votantes latinos, que incluso en Estados clave como Florida o Texas se convirtieron en un apoyo vital en la victoria de su rival republicano. A diferencia del comportamiento electoral afroamericano, el voto de los MAR es más voluble, no en términos de apoyo partidista, pues se encuentra anclado en el bando republicano, sino en cuanto a su movilización, pues sin un candidato de su agrado es posible que no acudan a las urnas. En total, representan en torno al 20% del electorado nacional, si bien su influencia es declinante al aumentar el resto de minorías sus respectivos porcentajes, aunque elevan su proporción al 30% o 35% de los votantes republicanos, lo que puede mantener su influencia en las primarias del partido.

Para conseguir la movilización política de sus simpatizantes, ambos movimientos han recurrido a la movilización y socialización políticas a través de internet, que funciona mediante una doble vía: por un lado, los votantes, en especial los más jóvenes y nativos digitales, obtienen principalmente su información política a través de las redes sociales, mientras que cada vez más los candidatos políticos acuden a internet para lanzar sus mensajes dirigiéndose directamente a sus potenciales votantes.

En ambos partidos, la influencia de BLM y MAGA ha acabado por imponer en las primarias a candidatos más cercanos a estos movimientos que a la maquinaria partidista, alterando el equilibrio interno tradicional de dichos partidos. Es el caso de Cori A. Bush, primera activista de BLM en llegar al Congreso, que ya en las primarias demócratas del pasado verano derrotó a la congresista saliente, cuya familia había representado a su distrito durante más de 50 años. Por parte republicana, Marjorie T. Greene, representante del movimiento conspiranoico QAnon, en los márgenes más extremos de MAGA y considerado una amenaza de terrorismo nacional por parte del FBI, también alcanzó el Congreso gracias a su aplastante victoria en Georgia. Ambas representantes constituirán un desafío para sus respectivos partidos: Bush, porque se enmarcará en el ala más izquierdista de los demócratas, junto a la brigada de Alexandria Ocasio-Cortez, y Greene porque engrosará las filas trumpistas dentro de los republicanos, reforzando así el bando del expresidente frente al sector más oficial y moderado del partido.

 

«Tanto BLM como MAGA promueven la participación política no convencional mediante protestas, desobediencia civil e incluso la violencia»

 

Además, se ha podido comprobar, tanto en BLM como en MAGA, cómo los movimientos sociales promueven la participación política no convencional mediante protestas, desobediencia civil e incluso la violencia. Si bien no han abandonado la participación convencional al fomentar el registro de votantes (táctica muy empleada por BLM en las últimas elecciones durante sus manifestaciones), las peticiones a los candidatos o la asistencia a mítines (más propia de MAGA, al ser un movimiento más identificado con un líder político en particular que BLM).

En tercer lugar, ambos movimientos se separan de sus antecesores en la racionalización de la estratificación social. Como en la población afroamericana, donde las cuestiones raciales se mezclan con las económicas en la configuración de clases sociales, en MAGA encontramos reivindicaciones parecidas, si bien el componente cultural es el predominante en su caso y determina en gran medida su postura respecto a los derechos civiles. Como señala Thomas Frank, quienes componen MAGA han neutralizado el componente económico de la división de clases sociales, para centrarse en los valores y costumbres.

 

Mundos opuestos

Hasta aquí las semejanzas, pues BLM y MAGA cabe entenderlos como movimientos antitéticos, no solo por su adscripción política, demócrata y republicana, sino por sus medios y metas. Mientras BLM es el típico movimiento identitario progresista que impulsa una resocialización política de gran parte de la sociedad mediante su mensaje, con la meta de acabar con la discriminación de la minoría afroamericana; por contra, MAGA es un movimiento profundamente conservador (algunos lo tildan de extrema derecha) surgido en respuesta a la movilización de las minorías (homosexuales, afroamericanos…), al percibir que la satisfacción de sus demandas ha empeorado su propia situación, y en contraste con los movimientos progresistas, no apelan al conjunto de la sociedad, sino que se contentan con reforzar los principios ideológicos de sus integrantes. De ahí que mientras los movimientos sociales progresistas promuevan el multiculturalismo y la igualdad de género, los movimientos más conservadores tiendan a ser antifeministas, antiinmigración y homofóbicos.

Como queda reflejado en el anterior análisis, podemos afirmar que los movimientos sociales refuerzan el capital social descrito por el politólogo y sociólogo estadounidense Robert Putnam, revirtiendo el declive de la participación ciudadana al aumentar su percepción de eficacia política, es decir, de su capacidad de influencia en los resultados políticos, alentando de ese modo una ciudadanía políticamente comprometida y muy activa mediante la participación electoral, la actividad cívica y el desarrollo de una conciencia política.

En consecuencia, podemos establecer una relación directa entre los movimientos sociales y la socialización política (entendida como el proceso a través del cual cada individuo adquiere su propia orientación política), pues fomentan un aprendizaje informal, en contraste con el aprendizaje formal del sistema educativo, utilizando medios digitales para llegar a más público, llegando incluso a competir con la familia por el compromiso emocional. Es así en el caso de BLM, que sin duda pretende una resocialización política a gran escala, mientras que en MAGA simplemente se refuerza ese aprendizaje político primario.

 

«Ambos movimientos rompen con la tradicional relación entre nivel económico e interés por la política, pues ya no se puede afirmar con tanta rotundidad que a menor estatus socioeconómico menor participación política»

 

También movimientos como los descritos rompen con la tradicional relación entre nivel económico e interés por la política, pues ya no se puede afirmar con tanta rotundidad que a menor estatus socioeconómico menor participación política. Una situación que ha cambiado en ambos bandos gracias al activismo de estos movimientos, junto con otras iniciativas populares como la llevada a cabo por Poor People’s Campaign, y que ha conducido al aumento de participación de seis millones de votantes con ingresos por debajo de 50.000 dólares al año respecto a las elecciones de 2016, segmento de la población que se decantó por Biden con un 55% de votos, frente al 43% de Trump (aumentando en más de tres puntos porcentuales su giro demócrata respecto a los anteriores comicios).

De todos modos, también cabe señalar que la movilización social puede polarizar y radicalizar el debate político interno si los elementos más extremos de cada movimiento toman la iniciativa, como se percibió en numerosas manifestaciones de BLM el pasado verano, con un alto coste económico en destrozos y robos, y el 6 de enero con el asalto del Capitolio por los seguidores más acérrimos de Trump, dando un paso tan temerario como peligroso al asaltar la sede del poder popular estadounidense. Usando cauces más acordes con los principios democráticos, ambos movimientos mantendrán la presión política mediante la movilización social de sus simpatizantes, ya sea con manifestaciones o presionando directamente a sus candidatos, si perciben que sus demandas no son satisfechas.

En consecuencia, en ambos bandos se puede anticipar el mantenimiento de la influencia de los movimientos sociales sobre sus respectivos partidos políticos. En el caso de BLM es previsible que mantenga su presión en las calles y en las redes sociales para que su apoyo en las elecciones no sea traicionado por la nueva administración demócrata. Y en el caso de MAGA, porque Trump necesitará mantener movilizada a su base electoral si aspira a lograr una nueva nominación republicana en 2024 o si decide presentarse como independiente con un tercer partido.

De ese modo, tanto MAGA como BLM pondrán al límite la tradicional capacidad de absorción de nuevas demandas que ha caracterizado a lo largo de su historia a los partidos mayoritarios de la escena política estadounidense, no pudiéndose descartar un trasvase de votos a un tercer partido, sobre todo en el caso de MAGA.

En definitiva, la dificultad para encuadrar a MAGA y BLM en el seno de los movimientos sociales al uso nos conduce al concepto más dinámico y líquido de sociedad en movimiento, demostrando una vez más que una democracia que no sea capaz de adaptarse a los cambios que se producen en su sociedad puede acabar siendo víctima del populismo extremo, que, en cualquiera de sus manifestaciones, tendencias y colores, no es más que la antesala del totalitarismo.

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