Un seguidor de Donald Trump porta una pancarta de QAnon en un mitin celebrado en Florida en julio. JOE RAEDLE. GETTY

QAnon: el Covid-19 y los disturbios impulsan las conspiraciones

La teoría conspirativa cumple tres años ganando adeptos entre los seguidores de Donald Trump. Lo que en su momento parecía un ejercicio de troleo sin precedentes ha dejado de ser una excentricidad con tintes cómicos.
Jorge Tamames
 |  8 de octubre de 2020

El presidente de Estados Unidos y sus generales libran una guerra secreta. Muchos de sus enemigos en el “Estado profundo” –las élites políticas, económicas y mediáticas– ya están entre rejas, si bien la prensa tradicional continúa fingiendo que llevan vidas normales. Otros andan sueltos, practicando rituales satánicos, organizando redes de pedofilia y haciendo sacrificios de niños para obtener adrenocromo, un compuesto químico al que han desarrollado una adición insaciable.

Esta es la trama de QAnon, la teoría conspirativa que cumple tres años ganando adeptos entre los seguidores de Donald Trump. Lo que en su momento parecía un ejercicio de troleo sin precedentes –el usuario que promovió estos bulos en redes sociales adaptaba el guión de una novela publicada en 1999 por un colectivo anarco-comunista italiano– ha dejado de ser una excentricidad con tintes cómicos.

QAnon: The Great Awakening (“el gran despertar”), libro escrito a 24 manos anónimas, ha llegado a figurar entre los best-sellers de Amazon. Apple tuvo que retirar una aplicación diseñada para publicar actualizaciones de la conspiración (llamada QDrops, en honor a las “entregas Q” en las que se relatan los eventos más reciente de la trama) cuando alcanzó el décimo puesto de su App Store. Los seguidores de QAnon aparecen regularmente en los mítines de Trump, portando pancartas con forma de “Q” gigante. También se han apropiado del hashtag #SaveTheChildren, haciendo descarrilar una campaña real contra el tráfico de personas.

El 2 de octubre, la Cámara de los Representantes aprobó una resolución condenando al movimiento generado en torno a esta teoría conspirativa. Nancy Pelosi, presidenta del Congreso, lo describe como “un claro e inmediato peligro” para EEUU. Hace tiempo que la paranoia saltó de las redes sociales a la realidad. Su impacto en la sociedad estadounidense: familias desgarradas, individuos que planean atentados terroristas inspirados por este relato y un clima político aún más envenenado que de costumbre.

¿Cómo es posible que una teoría delirante obtenga tanto seguimiento? En los círculos de QAnon –que el FBI ya describe como una amenaza terrorista doméstica– es común anunciar que “se avecina una tormenta”, en referencia a unas palabras de Trump interpretadas como señal de que el “Estado profundo” está a punto de ser depurado. Lo cierto es que su crecimiento es el resultado de una tormenta perfecta, en la que se juntan la propia naturaleza de la teoría, el clima político de EEUU, los ecosistemas de redes sociales y el vendaval del Covid-19.

 

Redes, crispación y confinamientos

El primer factor de peso hay que buscarlo en las características de la propia teoría. QAnon es una conspiración febril, que recuerda a los libelos de sangre antisemitas y los pánicos religiosos que se desatan en EEUU de manera recurrente. Pero también es capaz de asimilar en su narrativa teorías conspirativas alternativas: ovnis, el asesinato de John F. Kennedy, los atentados del 11 de septiembre como una operación encubierta, etcétera. A esta flexibilidad se une la naturaleza interactiva de las “entregas Q”. Sus adeptos deben descifrar las “migas de pan” publicadas en redes sociales, que emplean un lenguaje vago y críptico para explicar lo que pronto pasará. Así, además de paranoicos se mantienen entretenidos.

Sirve como ejemplo de esta capacidad de adaptación y creatividad el reciente ingreso de Trump en un hospital militar tras testar positivo en Covid-19. El presidente anunció que se recluiría ahí con la primera dama y que pasarían la enfermedad “together”, es decir, juntos. Los seguidores de Q interpretaron que se protegería en el hospital mientras arrestaba a una nueva ronda de enemigos, en concreto a Hillary Clinton. Estaba ahí “to get her”, es decir, para pillarla.

 

 

Como se ve, las redes sociales son otro factor clave en la diseminación de la teoría. QAnon nació en el foro 4chan (actualmente se ha trasladado al aún más extremista 8kun). Como con otros procesos de radicalización –incluyendo los de la alt-right y de terroristas islámicos– Facebook se ha convertido en un lugar de captación. La red social, que en agosto eliminó 790 grupos vinculados a QAnon, acaba de anunciar que no tolerará la promoción de este relato en su plataforma. Twitter tomó una decisión similar en verano al purgar 7.000 cuentas vinculadas a QAnon. Pero llegan tarde. La conspiración “no existiría en el volumen actual sin la recomendación de algoritmos en las grandes plataformas tecnológicas”, explica el experto en desinformación Alex Newhouse a la cadena France24.

La pandemia se combina con los dos factores anteriores para amplificar el discurso de QAnon. Por una parte, el Covid-19 trajo consigo nuevas conspiraciones. Bill Gates desarrolla vacunas con microchips, los barcos médicos de Nueva York gestionan una red de tráfico de niños, la pandemia ni siquiera existe, etc. El documental conspiranoico Plandemic, lanzado en mayo y que pronto se volvió viral, cataliza varias de estas obsesiones, que también se han manifestado en países como España o Alemania. De nuevo, la ductilidad de QAnon le permite absorber estas ideas dentro de su narrativa general. A ello se añade que los confinamientos han multiplicado la exposición de los ciudadanos a las redes sociales, y con ello a las teorías que por ellas circulan. The Wall Street Journal señala que el número de miembros en diez grandes grupos de Facebook sobre QAnon se multiplicó por seis desde el inicio de los confinamientos.

Un cuarto factor ha sido el inicio de los disturbios tras la muerte de George Floyd a manos de la policía el pasado mayo. En la forma en que Trump ha lidiado con el movimiento Black Lives Matter –en concreto, con su despliegue de fuerzas federales en Portland, principal ciudad de Oregón, donde parecen arrestar a manifestantes de manera extrajudicial–, los seguidores de “Q” ven cumplidas una de las primeras promesas de su teoría, anunciada en noviembre de 2017, según la cual una oleada de arrestos era inminente. Jo Rae Perkins, la candidata republicana al senado en ese Estado, apoya abiertamente a QAnon. El portal de investigación Media Matters señala que 23 candidatos republicanos al Congreso han apoyado abiertamente al movimiento.

Por encima de todos ellos está Trump, que también ha expresado simpatía por los conspiracionistas, retuiteando a cuentas vinculadas con QAnon y describiendo a sus seguidores como “gente que ama nuestro país”. La polarización extrema de la sociedad estadounidense es la variable final que explica el avance de QAnon. En una sociedad en la que republicanos –crecientemente radicalizados– y demócratas se encuentran cada vez más divididos y desconfían mutuamente, pensar que el bando rival lo dirige una cábala de pedófilos es un recurso tan peligrosos como socorrido.

En un artículo reciente, Francis Fukuyama destaca cómo las pandemias inflan el pensamiento pensamiento paranoico y este, a su vez, tuvo un papel clave alimentando el auge del fascismo. El politólogo señala la flaqueza de EEUU en tres variables indispensables para hacer frente al mundo tras el Covid-19: capacidad de Estado, confianza social y liderazgo. Nada indica que QAnon y lo que representa vayan a desaparecer tras las elecciones presidenciales.

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