Narendra Modi, ¿futuro Primer Ministro?

 |  9 de diciembre de 2013

El Congreso Nacional Indio (CNI) se tambalea. En las elecciones estatales celebradas en India el pasado 7 de diciembre, el partido oficialista ha cosechado una humillante ristra de derrotas y perdido estados claves como Delhi, que gobernaba desde hace 15 años. El ganador claro es el Bharatiya Janata Party (BJP), cuyo nacionalismo hindú contrasta con el socioliberalismo del CNI. Y dentro del BJP se consolida el liderazgo de Narendra Modi, Ministro Jefe del Estado occidental de Gujarat desde 2001. Modi es ahora el favorito para las elecciones generales de mayo, por lo que el cambio de rumbo en el subcontinente parece inminente.

Las razones que han causado el pinchazo del CNI son varias. Aunque el rendimiento económico de India ha sido notable hasta la fecha, el gobierno de Manmohan Singh hace frente a una serie de retos de difícil superación. El fiasco de los Juegos de la Commonwealth y una serie de escándalos de corrupción entre políticos y compañías de telefonía móvil han socavado el prestigio del gobierno. La disminución del crecimiento, unida al alza de los precios de la comida, causa estragos en India, donde la malnutrición es más común que en el África subsahariana. En un país en el que, a diferencia de Europa o Estados Unidos, las clases bajas son las que participan de forma más activa en las elecciones, semejantes  errores se pagan con un alto precio en votos. Y ante el inminente retiro de Singh se echa en falta un sucesor de su estatura. Rahul Gandhi es bisnieto de Jawaharlal Nehru y pertenece a la dinastía que gobierna el partido desde su fundación, pero se considera que carece del carisma necesario para convertirse en Primer Ministro.

Más aún, compitiendo contra Modi. Decir del político que es un personaje con claroscuros sería quedarse corto. Bajo su mandato, Gujarat ha presenciado una media de crecimiento anual del 10%, similar al de China. Modi ha sabido poner a su Estado en el mapa, convirtiéndolo en sede de importantes foros multinacionales  y en un modelo de desarrollo liberal elogiado por economistas de la talla de Jagdish Baghwati.

Al mismo tiempo, Modi representa la voz cantante de un partido con un discurso nacionalista y  xenófobo, dirigido a excluir a las minorías religiosas del país (en especial musulmanes, pero también cristianos, jainistas, budistas, o sijs). Especialmente revelador fue su comportamiento durante una serie de masacres entre las comunidades hindús y musulmanas de Gujarat. Los disturbios, iniciados cuando musulmanes extremistas quemaron un vagón de tren lleno de peregrinos hinduistas, acabaron saldándose con la vida de 1.000 musulmanes, 18.000 casas destruidas, y 200.000 desplazados. Mientras tenían lugar semejantes masacres, Modi permaneció de brazos cruzados; incluso se rumorea que alentó la pasividad de las fuerzas de seguridad estatales. Tan repugnante como resultó el comportamiento de Modi, más preocupante aún es el hecho de que la sociedad india lo acepta tácitamente, sin que disminuyan sus perspectivas electorales.

Ni siquiera el legado económico de Modi en Gujarat escapa a la polémica que genera el personaje. Un reciente debate acalorado entre Baghwati y Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, pone sobre la mesa los límites del modelo de desarrollo de Gujarat. Sen es conocido por su estudio del modelo de desarrollo de otro Estado indio, Kerala. A pesar su relativa pobreza, Kerala ha alcanzado sorprendentes índices de desarrollo humano gracias a un gobierno estatal que aplica políticas de bienestar de forma activa. Las críticas de Sen al modelo de desarrollo de Gujarat, que no considera suficientemente inclusivo, y a Modi, al que considera intolerante, han generado una polémica considerable. Un estudio del reputado Raghuram Rajan, recientemente nombrado gobernador del Banco Central de India, delega al Estado de Gujarat a la categoría de “menos desarrollado”, en tanto que Kerala se mantiene a la cabeza del país.

Con todo, el éxito arrasador de Modi pone varias cuestiones sobre la mesa. La primera es la creciente importancia de los gobiernos regionales en India, considerados ineficaces pero actualmente motores importantes de desarrollo. El segundo es el éxito del populismo de derechas encarnado por Modi, que nació en una casta baja y debe su éxito a sí mismo. Sus ataques a Rahul Gandhi, al que califica de “príncipe”, resuenan en un país con inmensas cuotas de miseria. En tercer lugar, su probable elección como Primer Ministro amenaza el supuesto carácter laico del Estado indio, basado más en la convivencia entre religiones que en la supresión de su presencia pública, como en el caso del laicismo francés. Aunque la violencia religiosa en el país no la promueve exclusivamente el BJP –el propio CNI la incitó tras el asesinato de Indira Gandhi a manos de sus guardaespaldas sijs–, el partido a menudo hace de la intolerancia su bandera.

A todo lo anterior se añade un abanico de problemas sociales que requieren una solución urgente, tales como la criminalización de la homosexualidad, otra vez en vigor tras una polémica sentencia del Tribunal Supremo, y la impunidad de la que gozan los violadores en India. Si aspira a gobernar un país con un mínimo de paz social, Modi habrá de moderar su discurso político de cara a mayo.

 

 

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