Netanyahu derrota a las encuestas

 |  18 de marzo de 2015

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha ganado holgadamente las elecciones legislativas celebradas el 17 de marzo y con toda probabilidad obtendrá su tercer mandato consecutivo –y cuarto en total, si añadimos el que ejerció entre 1996 y 1999–, una vez que tengan lugar las correspondientes negociaciones con el resto de grupos parlamentarios para formar gobierno. De conseguirlo, pasaría a ser el jefe de gobierno más políticamente longevo de la historia de la democracia de Israel, superando al padre de la patria David Ben Gurión.

A diferencia de los comicios anteriores de 2013, cuando la victoria de Netanyahu se daba por segura, la jornada electoral estuvo marcada por la incertidumbre hasta el último momento, pues todos los sondeos de opinión realizados con anterioridad daban una ligera ventaja a la coalición de centroizquierda Unión Sionista –formada por el Partido Laborista liderado por Isaac Herzog y el Hatnuá por Tzipi Livni– mientras que las encuestas a pide urna les concedían un empate técnico. Sin embargo, el recuento final otorga 30 escaños al Likud (ocho más de los que vaticinaron los sondeos) por 24 de la Unión Sionista. Una diferencia tan amplia que ninguno de los gabinetes de investigación demoscópica ni las direcciones de los propios partidos fueron capaces de vaticinar.

Los resultados finales demuestran que Netanyahu realizó un gran sprint final de campaña, compareciendo a última hora en un mitin convocado en Tel Aviv por una organización que representa los intereses de los colonos –que paradójicamente congregó a menos gente que el que el fin de semana anterior habían convocado las formaciones de izquierda (30.000 frente a 40.000)–, dando su propio mitin durante la jornada de reflexión en el asentamiento de Har Homá que separa Jerusalén de Belén, donde anunció que no aceptará la creación de un Estado palestino, y escribiendo en su página de Facebook en la misma jornada electoral: “Los votantes árabes acuden en masa a las urnas. Asociaciones de izquierdas los están llevando en autobuses”. Un mensaje criticado por sus tintes xenófobos, pero muy efectivo a la hora de inculcar el miedo al advenimiento de la izquierda (que no levanta cabeza desde que Ehud Barak gestionara desastrosamente el Partido Laborista y se escindiera creando el suyo propio, Ha-Atzmaut, que apenas aguantó una legislatura).

Las expectativas de un ajustado resultado y la mayor movilización de la minoría árabe –tradicionalmente infrarrepresentada, pues aunque constituye el 20% de la población no suele obtener más que el 10% de representación parlamentaria– en torno a su lista unificada explicaron el alto nivel de participación, que superó el 71%.

 

Posibles coaliciones

Las negociaciones para formar gobierno serán facilitadas por el presidente de Israel, Ruben Rivlin, quien ha dicho en varias ocasiones que promoverá la formación de un ejecutivo de unidad nacional. No obstante, ni Netanyahu ni Herzog parecen interesados en dicha opción. Los dos aliados naturales del Likud, el Ha-Bayit Ha-Yehudi de Naftali Bennett e Israel Beitenu de Avigdor Lieberman, han experimentado un importante bajón en su número de diputados, pasando de doce a ocho y de once a seis, respectivamente. La inmensa mayoría de estos votos fueron a engrosar las cifras del Likud, que no de la nueva formación Yahad que incorporaba entre sus filas a Baruj Marzel, más radical todavía que Bennett y Lieberman. No obstante, Netanyahu sigue contando con ambos.

Su principal socio de gobierno –que también perdió escaños, pero menos de lo que vaticinaban las encuestas, manteniendo once diputados– podría ser la plataforma Yesh Atid que dirige el periodista Yair Lapid, quien con toda probabilidad solicitará una cartera diferente a la de la legislatura anterior, en que ejerció como ministro de Hacienda. Este puesto será el que Netanyahu ofrezca al líder del partido emergente Kulanu, Moshe Kajlón, quien ya fuera titular de Telecomunicaciones en un gabinete anterior, pero que luego se escindió del Likud al sentirse engañado por Netanyahu. En cualquier caso, los diez escaños de Kulanu tenderán a hacer de bisagra en las negociaciones.

En el caso de que no lograra pactar con Kajlón acudiría a uno de los partidos ultraortodoxos –bien el sefardí Shas liderado por Arie Deri, que obtuvo siete escaños, o bien el askenazí Judaísmo Unido de la Torá, que se quedó en seis– con los que al Likud le resulta fácil llegar a acuerdos, pero que presentan importantes incompatibilidades ideológicas con Yesh Atid. Los que en cualquier caso se quedarán fuera de cualquier coalición posible, a pesar de haber quedado en cuarta posición con 14 escaños, será la Lista Conjunta formada por los tres partidos árabes –Balad, Lista Árabe Unida y Movimiento para la Renovación– y por el excomunista Hadash. Aún en el caso de que Unión Sionista hubiera ganado, estos ya habían advertido de que le apoyarían en la Knesset, pero sin entrar en el gobierno, tal como hicieron con el ejecutivo de Isaac Rabin entre 1992 y 1995.

 

Agenda política

Un nuevo gobierno de Netanyahu resulta a priori imprevisible, aunque la experiencia demuestra que tenderá a la continuidad. Su mensaje de última hora de que no reconocerá un Estado palestino ha quemado los pocos puentes que todavía le quedaban con la Autoridad Nacional Palestina (con la que sin embargo mantuvo negociaciones secretas en este sentido durante 2013, tal como han revelado unos documentos recientemente filtrados al diario Yediot Ajaronot), por lo que probablemente continúe reteniendo las transferencias financieras mensuales a la ANP y termine litigando con esta ante la Corte Penal Internacional y otras instancias internacionales.

También tendrá que hacer frente al contexto regional de inseguridad y extremismo yihadista generado por el ascenso del Estado Islámico/Daesh y por los intentos del Yabhat Al Nusra de hacerse con posiciones en el lado sirio de los Altos del Golán, pero sin permitir tampoco que el vacío de poder sea ocupado por Hezbolá. Igualmente deberá buscar una salida a la crisis permanente que vive la franja de Gaza, que según los analistas podría conllevar la puesta en marcha de una cuarta y definitiva campaña militar contra Hamás (salvo que milagrosamente se imponga la diplomacia). Y por supuesto tendrá que encontrar la estrategia adecuada a seguir en el caso de que el Grupo 5+1 alcance un acuerdo con Irán sobre su programa nuclear, uno de sus principales estandartes de campaña.

Aún así, su reto más importante será el de recuperar las relaciones de confianza con la administración presidida por Barack Obama, que se encuentran tan o más dañadas que las relaciones con la ANP, y que necesita imperiosamente restaurar para poder hacer frente al resto de desafíos.

Por Julio de la Guardia, periodista y analista político, residente en Jerusalén.

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