La nueva Estrategia Nacional Militar de Estados Unidos cae en un error clásico: prepararse para luchar, mañana, la guerra de ayer.

Obsolescencia planificada en el Pentágono

Jorge Tamames
 |  9 de julio de 2015

El panorama de seguridad global es “el más impredecible que he visto en 40 años de servicio”. Lo dice Martin Dempsey, presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor americana, en la Estrategia Nacional Militar que ha acaba de publicar el Pentágono. El documento, que actualiza la anterior estrategia (publicada en 2011), hace hincapié en la erosión de la capacidad militar estadounidense, al tiempo que identifica dos principales amenazas: organizaciones extremistas violentas (VEO por sus siglas en inglés) y Estados revisionistas que pretenden socavar la hegemonía de Estados Unidos.

No todo el documento es imprescindible. Abundan los lugares comunes, como la inquietud respecto a los atentados terroristas y la “difusión de tecnología” letal que promueve la globalización. A pesar de todo, ofrece una buena perspectiva de cómo ven el mundo las fuerzas armadas estadounidenses. Y muestra hasta qué punto esa visión está condicionada por anteojeras políticas.

 

VEO, VEO…

EE UU tiene una tradición intachable de subordinación de los cuerpos militares a la autoridad civil. Nadie quisiera que el Pentágono llevase la contraria a la Casa Blanca. El extremo contrario, sin embargo, es un documento que en ocasiones se ciñe a criterios políticos pasajeros para definir retos futuros. En su caza de Estados revisionistas y VEOs, el Pentágono muestra indicios de miopía.

Valga el caso de los Estados revisionistas: Corea del Norte, China, Rusia e Irán. El primero es un totalitarismo volátil con un presunto arsenal nuclear, por lo que no sorprende que cause consternación. La rivalidad sino-americana es en gran medida estructural y difícil de evitar; en este caso tampoco hay nada que objetar. Rusia, sin embargo, se ha enemistado con EE UU tras una serie de decisiones políticas –en concreto, la expansión de la OTAN entre 1990 y 2013–, pero a la larga es un socio estratégico de Occidente antes que un rival. En cuanto a Irán, no tiene sentido incluirlo en la lista de los indeseables cuando las negociaciones avanzan, y menos aún en vista de que sus objetivos en Oriente Próximo cada vez se parecen más a los de EE UU. El documento acusa a Teherán de “promover el terrorismo”, un crimen curioso habida cuenta de que en las mismas páginas figuran Arabia Saudí y Pakistán como “aliados” americanos.

Una segunda debilidad es la ausencia de una discusión sobre drones. Los aviones no tripulados se mencionan una sola vez, de pasada. No se trata aquí de establecer si su uso es deseable o no, sino de anticipar su empleo por otros países. La tecnología detrás de los drones no es especialmente sofisticada. París y Londres disponen de un programa conjunto. China ya exporta aviones no tripulados, e Irán emplea los suyos para asistir al gobierno iraquí. Rusia está construyendo su propia flota.

Un mundo en el que el uso de los drones es común pero no está regulado sería extremadamente inestable. Como advierte Belén Lara en Política Exterior, “esta tecnología militar podría minar la protección de los derechos humanos, la prevención de conflictos bélicos y amenazar el sistema legal internacional”.  Los precedentes que EE UU asienta –o que no asienta– podrán convertirse en una auténtica caja de Pandora. Edward Luce, del Financial Times, señala que Washington, que ha usado sus drones con escasos reparos, no podría objetar si Pekín usase los suyos para bombardear a insurgentes uigures fuera de las fronteras chinas.

La tercera limitación es, tal vez, la más inquietante. En 24 páginas no existe una sola referencia al calentamiento global como una cuestión de seguridad global. Aunque la solución de este problema es sin duda política, las fuerzas armadas estadounidenses ya han identificado la escasez de recursos naturales como un futuro problema de seguridad. Las nuevas emergencias humanitarias, como la reconstrucción de entornos devastados por fenómenos naturales o la lucha contra epidemias, con frecuencia requieren el despliegue de unidades de emergencias nucleares. Con omisiones de este tipo, la Estrategia Nacional Militar cae en un error clásico: prepararse para luchar, mañana, la guerra de ayer.

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