Ni revolución ni movimiento político, la crisis es una explosión de las frustraciones contenidas de los iraníes debido al estancamiento económico y político. GETTY

Oportunidad para Rohaní

Ali Vaez
 |  9 de enero de 2018

Las protestas que inundan a diario las calles en Irán desde el 28 de diciembre han enfrentado a muchos jóvenes iraníes con el gobierno, pero la respuesta estatal está dejando al descubierto profundas fracturas en el sistema político. Para superar tanto los disturbios como a sus oponentes políticos, la mejor opción para el presidente, Hasan Rohaní, es mirar a la cara a los impulsores de las protestas y adoptar reformas populares.

Hay múltiples razones tras las protestas que están teniendo lugar en Irán, pero el desencadénate inmediato parece ser el descontento generalizado por el desempeño económico del país, especialmente los recortes del nuevo presupuesto. Ni revolución ni movimiento político, la crisis es una explosión de las frustraciones contenidas de los iraníes debido al estancamiento económico y político.

Más allá de una disputa entre el Estado y la sociedad –o un enfrentamiento entre las fuerzas de seguridad y políticos de un parte y los jóvenes, trabajadores y desempleados de la otra–, las manifestaciones están poniendo de relieve las fracturas que dividen al establishment político iraní.

El hecho de que las protestas se originasen en Mashhad, bastión de la oposición a Rohaní y ciudad natal del líder supremo, Alí Jamenei, es significativo. Conservadores y políticos de línea dura apoyaron inicialmente los disturbios en la ciudad sagrada, una muestra de cómo el sectarismo en la élite ha empeorado hasta el punto de que algunos de los oponentes de Rohaní prefieren fomentar la inestabilidad antes que apoyar su agenda política.

 

Rohaní tiene una oportunidad única para pasar de ser el objeto de las protestas al líder de las reformas

 

La falta de uniformidad en la respuesta gubernamental a las protestas ha subrayado también estas divisiones. En un primer momento, Rohaní utilizó un tono mucho más suave que el de otras figuras del establishment, defendiendo el derecho de la gente a protestar de manera pacífica y admitiendo que los manifestantes no son lacayos de poderes extranjeros, sino gente que está sufriendo en el plano económico y busca una sociedad más abierta. En contraste, otros –incluido Jamenei– han señalado públicamente a unas fuerzas externas indefinidas como causantes de los disturbios, en lugar de las demandas legítimas mencionadas por el presidente.

 

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Un líder del cambio

En parte, los disturbios provienen del amplio descontento debido a la incapacidad de Rohaní para activar los dividendos económicos del Plan de Acción Conjunto y Completo (JCPOA), el acuerdo nuclear iraní de 2015 firmada con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU –Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido– más Alemania,  los conocidos como P5+1. Puede parecer contradictorio, pero la clara distancia entre Rohaní y sus críticos conservadores le ofrece la oportunidad única de pasar de ser el objetivo de las protestas a convertirse en el líder de las reformas.

Rohaní puede aprovechar el descontento público para empujar al establishment político hacia los cambios estructurales fervientemente deseados por la población. La posibilidad de que pueda aprovecharse de esta dinámica con éxito aumenta en tanto que muchos iraníes están cansados de tomar parte en las protestas, aunque se mantienen sensibles a las demandas surgidas de ellas. En concreto, podría presentar al Parlamento un paquete de reformas sustanciales, incluyendo enmiendas constitucionales para empoderar a las instituciones elegidas y un calendario para su implementación. Si su paquete de reformas es bloqueado, quedará claro para los iraníes dónde está el problema, colocando a Rohaní como motor del cambio en vez del baluarte en su contra.

 

La realidad es que Rohaní prometió de más y cumplió de menos en el acuerdo nuclear de 2015, que los iraníes pensaban traería rápidas retribuciones económicas

 

Rohaní no tiene nada que perder

Llegar hasta ahí requerirá resistirse a la tentación de abordar reformas superficiales. Pasos tímidos, como aquellos que los reformistas están sugiriendo, no van a acabar con las protestas. Rohaní no tiene nada que perder dando un paso atrevido. Sin otorgar poderes al gobierno y al Parlamento, y controlando cuerpos tutelares –como el no elegido Consejo de Guardianes–, los intereses en torno al status quo están destinados a impedir reformas económicas estructurales necesarias para luchar contra la corrupción y abrir Irán al mercado mundial.

La realidad es que Rohaní prometió de más y cumplió de menos en el acuerdo nuclear de julio de 2015, que los iraníes pensaban traería rápidas retribuciones económicas. Cinco meses después de la firma del acuerdo, Crisis Group advirtió de que la rápida transformación económica era poco probable, ya que las empresas extranjeras e instituciones financieras tendían a encontrar dificultades a para superar sus dudas a la hora de hacer negocios en Irán. A pesar de haber conseguido importantes acuerdos y recuperar las ventas de petróleo, el gobierno no ha logrado remediar el desempleo, la corrupción y la desigualdad de ingresos.

 

Demandas eternas

Mientras la crisis continua, la alternativa más violenta a disposición del gobierno iraní no va abordará las causas subyacentes a los disturbios. Aunque el aparato de seguridad estatal aplaste a los manifestantes, como ha hecho al menos una vez cada década desde 1979, no puede eliminar unas demandas populares eternas de cambio, que asomaron la cabeza por última vez en 2009.

Los disturbios de hoy son distintos a las protestas de 2009, entre otras razones porque los manifestantes no están pidiendo la ayuda estadounidense. Las manifestaciones están más esparcidas geográficamente que durante la revuelta de 2009, y parecen involucrar más a los jóvenes y desempleados que a la clase media. Un oficial del ministerio del Interior estimó que el 90% de aquellos arrestados en los primeros días de los disturbios no llegaba a los 25 años.

La respuesta inicial de Rohaní a los disturbios parecía reconocer el hecho de que las crisis ofrece una oportunidad. Que la use es otra cuestión. Sin reformas reales, es probable que la inestabilidad interior continúe y otorgue a Donald Trump una nueva oportunidad para matar el JCPOA. Trump debe decidir el 12 de enero si quiere prorrogar las sanciones y seguir siendo parte del JCPOA. Una represión violenta por parte de las fuerzas de seguridad iraníes podría darle la excusa para no renunciar a las sanciones o incluso imponer nuevas.

Este artículo fue publicado originalemte en inglés en la web de Crisis Group.

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