El negociador jefe de la UE, Michel Barnier, en Luxemburgo, el 16 de octubre de 2018. CONSEJO EUROPEO

Agenda Exterior: ¿Es posible un buen acuerdo para el Brexit?

Agenda Pública y Política Exterior
 |  17 de octubre de 2018

Las negociaciones sobre el Brexit parecen haber llegado a un punto de inflexión. Los 27 socios comunitarios, reunidos con el negociador jefe de la Unión Europea, Michel Barnier, han advertido a Londres que, a día de hoy –cuando esta prevista una reunión clave en Bruselas–, una salida de Reino Unido sin acuerdo de por medio es el escenario más probable. Esto coloca a la premier británica, Theresa May, en una posición delicada, obligada a dar un paso al frente en un momento de creciente rebelión interna en su gobierno. Preguntamos a cinco expertos si es posible no solo llegar a un acuerdo, sino a un buen acuerdo sobre el Brexit.

 

Belén Becerril Atienza | Subdirectora del Instituto Universitario de Estudios Europeos. @BELEN_BECERRIL

Aún es posible lograr un acuerdo de retirada que entre en vigor el 29 de marzo de 2019. Solo así podrá impedirse un Brexit caótico, pues dicho acuerdo permitiría una fase de transición hasta el final de 2020 y evitaría que Reino Unido quedase, de golpe, al borde del precipicio.

Tras la fallida reunión del 14 de octubre, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, llamaba a mantener la esperanza –Let’s not give up!–, si bien añadía que la Unión debe prepararse para la posibilidad de un Brexit sin acuerdo.

Parece que el principal escollo sigue siendo Irlanda del Norte, y no es extraño que así sea. Los partidarios del Brexit han prometido que no habría una frontera dura entre Irlanda e Irlanda del Norte, pero tal cosa es incompatible con una segunda promesa: que Reino Unido tendría, tras el Brexit, su propia política comercial.

La cuestión es que, si Reino Unido no participa en el mercado interior y en la unión aduanera no hay modo de evitar una frontera, bien sea entre Irlanda e Irlanda del Norte (cosa que Irlanda y la Unión quieren impedir a toda costa incluyendo en el acuerdo el llamado backstop) o bien en el mar de Irlanda (cosa inaceptable para los unionistas irlandeses, que sostienen en Westminster el gobierno de May). Si en efecto el backstop se incluyese en el acuerdo, la única manera de evitar una frontera en el mar de Irlanda sería que el resto de Reino Unido se mantuviese transitoriamente dentro de la unión aduanera, algo por su parte inaceptable para los partidarios de un Brexit duro.

El tiempo se acaba y Londres se ve obligado a afrontar la realidad. Aún es posible y es deseable que las partes lleguen a un acuerdo. Pero ningún acuerdo será nunca tan ventajoso para los británicos como el statu quo, un valioso capital que dilapidaron el día que votaron a favor de la retirada.

 

Javi López | Diputado del Parlamento Europeo por el PSC-PSOE. @FJAVILOPEZ

Es posible llegar a un acuerdo razonable para limitar el impacto de la salida británica de la UE pero, en cualquier caso, será inevitablemente un proceso con consecuencias. Es de carácter existencial para la UE que la salida de un Estado miembro comporte dejar de disfrutar de los privilegios que conlleva formar parte del club. De lo contrario, sería incentivar réplicas al terremoto británico y alentar futuras fisuras. Dos elementos interconectados son claves en esta negociación. En primer lugar, decidir el nivel de integración económica que mantenga Reino Unido con la Unión. A mayor integración, formar parte del mercado único o la unión aduanera, mayor dependencia política y normativa, y consecuencias en otros ámbitos como la libertad de movimiento. A menor integración, mayor autonomía normativa, política o migratoria pero mayores daños para la economía británica de disruptivas consecuencias. En segundo lugar, la necesaria preservación de una frontera blanda con Irlanda comporta inexorablemente un alineamiento normativo con Irlanda del Norte. En último lugar, buena parte de los problemas de la negociación están relacionados con la digestión interna del acuerdo en el gobierno británico y el Partido Conservador, que se ve rehén de sus propias falsas promesas. Pero este es un problema que deberá resolver Theresa May y no recae sobre los hombros de Bruselas.

 

Pol Morillas | Director de CIDOB. @POLMORILLAS

Las negociaciones de salida no están todavía en un punto de no retorno, sino en esa fase en que todo puede saltar por los aires porque lo técnico impide abordar el asunto político de fondo: una relación de futuro satisfactoria tras el Brexit.

Las divergencias técnicas se centran hoy en el llamado backstop, es decir un acuerdo temporal que asegure que Irlanda del Norte permanece en el régimen de aduanas de la UE mientras no se firme un nuevo acuerdo comercial entre la UE y Reino Unido. Este acuerdo puede tardar años en materializarse y, mientras tanto, la UE pide garantías para que no se erija una frontera “dura” entre un territorio que saldrá de la UE (Irlanda del Norte) y otro que recibe la solidaridad de los que se quedan (Irlanda). Este backstop en forma de seguro es problemático tanto para May y sus socios del Democratic Unionist Party (DUP), que se niegan a que Irlanda del Norte sea tratada de forma distinta al resto de Reino Unido, como para los que piden liberarse del “yugo” de la UE (take back control), cuyas regulaciones seguirían aplicándose mientras dure el periodo transitorio.

Y hasta aquí lo técnico. Cuando la economía empiece a sufrir las consecuencias de un no acuerdo, los países más expuestos al Brexit como Alemania u Holanda vean peligrar su posición de poder; o Bruselas vea en el fiasco de las negociaciones una señal de fracaso antes de las elecciones europeas, la política debería entrar por la puerta en forma de acuerdo. Eso sí, este se cerrará de madrugada y apurando los plazos, tal y como la UE nos tiene acostumbrados en su gestión de crisis anteriores.

 

Miguel Otero Iglesias | Investigador principal en el Real Instituto Elcano. @MIOTEI

Sí y no. Sí, si al final Reino Unido claudica y acepta estar en el mercado único a la noruega. Eso significaría aceptar la libre circulación de personas, contribuir al presupuesto comunitario y aceptar la regulación y jurisprudencia europea; es decir, la autoridad del Consejo y Parlamento y del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Lógicamente eso no se vendería así, se camuflaría de alguna manera. La libre circulación de personas sería a la suiza (dejando privilegios acotados en el tiempo a los trabajadores nacionales), la contribución al presupuesto se justificaría por la participación en programas concretos y la gobernanza se presentaría como bilateral y sobre la base de la cosoberanía. Todo esto aseguraría la unidad de Reino Unido. Una solución ideal. Sin embargo, es difícil que esta opción sea aceptada por los parlamentarios británicos, sobre todo los ingleses, más patriotas, tanto en los Tories como en el Partido Laborista. Igual que Noruega, Reino Unido se convertiría de facto en un rule-taker (un país que acata las reglas de una potencia mayor). Algo que no se ha dado en la historia de Inglaterra desde que Enrique VIII rompiera con la Iglesia Católica allá por 1534 con el Acta de la Supremacía, que establecía que él y solo él era el supremo Pontífice de la Iglesia de Inglaterra sobre la faz de la tierra. Aceptar eso sería más humillante para los ingleses que revertir el proceso del Brexit.

 

María Tejero | Corresponsal en Bruselas para El Confidencial. @MARIA_TEJERO

Un acuerdo es posible, pero para ello bien la Unión Europea, bien Reino Unido tendrán que cruzar sus líneas rojas. Por el momento, ninguno está dispuesto a hacerlo. Quedan menos de seis meses para el Brexit y, si las cosas siguen así –bloqueadas a unos metros de la línea de meta–, Reino Unido abandonará de golpe la Unión. Un salto al vacío, sin red, paracaídas, ni nada que se le parezca. Conforme se acerque el 29 de marzo de 2019, la presión irá en aumento. Pero parece que, a un lado del Canal de la Mancha, aún no se es consciente del tremendo golpe que supondría un Brexit a las bravas. Quizá sea necesario más miedo para que desbloqueen unas negociaciones que, desde el domingo, están congeladas. Quizá, solo la presión sea capaz de empujar a Reino Unido y a la UE a moverse.

El principal desacuerdo, la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte, tiene difícil solución. Para los británicos, es impensable dar un trato separado al Ulster, más aún si esto conlleva introducir unos controles leves que son percibidos como una “división inaceptable” de Reino Unido. La UE, sin embargo, no aceptará ningún acuerdo que suponga levantar una frontera que ponga en riesgo una delicada paz sellada tras décadas de sangriento fratricidio.

La UE espera que May claudique. Y la premier, que sus socios cedan. Hasta entonces, seguimos conduciendo hacia el precipicio. Queda por ver quién decide pisar primero el freno. Y si no será demasiado tarde.

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