Primer año del presidente Macri

Mario D. Serrafero
 |  12 de enero de 2017

El presidente Mauricio Macri califícó con un ocho su gestión tras un año de gobierno. Su autoestima u optimismo poco tuvieron que ver con las expectativas de una población que parece haber aprobado el primer año de Macri al frente de Argentina, pero bastante lejos de la autoevaluación del presidente. En contra de lo que se esperaba, al gobierno le fue mejor en el manejo de la política y el mantenimiento de la gobernabilidad y peor en el control de las variables económicas. Tampoco brilló en el campo de la gestión, teniendo en cuenta que desembarcaron en el gobierno consejeros-delegados de compañías privadas, lo que hacía esperar un mejor management del Estado.

Los datos de la economía retratan la complejidad de un año que tuvo pérdida de actividad en los distintos rubros y contracción del consumo de la población por caída del salario real. La inflación superó el 42% y fue la más elevada desde 2002. El déficit fiscal trepó por encima del 5% y el Estado tomó deuda por casi 50.000 millones de dólares. La pesada herencia del kirchnerismo todavía puede justificar la dificultad de la obra prometida, pero es obvio que falta algo semejante a un plan de gobierno. Y este año Argentina recibió un duro golpe como país al conocer la cifra de una pobreza que supera el 32% de la población. Cuando Macri asumió el gobierno, la pobreza giraba alrededor del 29%, según la Universidad Católica Argentina, cifra reconocida explícitamente por el gobierno durante la gestión de Cristina Fernández.

A ello se suma el temor despertado por despidos efectuados en el sector público y en el privado. La sensación es que la economía “no arranca”. La consigna oficialista de un cambio en el “segundo semestre” de 2016 no fue una buena idea. El exceso de expectativas y optimismo no se tradujo en una lluvia de dólares. La gran apuesta del gobierno era la inversión extranjera que se suponía fluiría con la mera asunción de Macri y su fuerza política, Cambiemos. Pero esa inversión no llegó. No obstante, el gobierno fue eficaz respecto de la salida del cepo cambiario, el acuerdo con los tenedores de deuda argentina (holdouts) y el blanqueo de capitales. Otras medidas tuvieron un elevado costo político para el presidente, como el aumento desorbitado de las tarifas de servicios públicos, por ejemplo el gas, que requirió la intervención de la Corte Suprema de Justicia y el “gradualismo” como estrategia de cambio.

 

Consenso y trabajo en equipo

Pero, ¿qué cambió en un año? Sin duda, el desempeño de los poderes del Estado. El nuevo funcionamiento del Congreso fue una buena noticia. Al no tener ningún partido una mayoría suficiente para cristalizar sus deseos en el legislativo, las leyes tuvieron que contar con la negociación y el consenso entre los distintos sectores. La novedad fue que los proyectos del poder ejecutivo se modificaron de acuerdo a las consideraciones de legisladores de la oposición, resultando una legislación con mayor consenso y que incluye otros puntos de vista diferentes a los del oficialismo. Fue importante el apoyo del Frente Renovador de Sergio Massa y de un sector del peronismo. En el funcionamiento del poder ejecutivo también hubo novedades. A diferencia del anterior gobierno, han vuelto los encuentros regulares del gabinete de ministros y el presidente ha resaltado la importancia del trabajo en equipo. Respecto del liderazgo presidencial –también a diferencia del anterior–, Macri está más predispuesto a escuchar distintas opiniones y se resalta el estilo de gestión pluralista democrático. No obstante, el presidente ha evidenciado cierta terquedad, por ejemplo con el tema de las tarifas, al defender la necesidad del ajuste sin considerar los montos desorbitados de los aumentos que fueron, en parte, resultado de una gestión poco eficiente de su ministro de Energía y de su equipo de gobierno. El punto central del liderazgo de un presidente es lograr que le crean. Hasta ahora lo ha hecho, pero la tarea no es sencilla. Su método de gobierno ha sido, en parte, de ensayo y error, pero ya no hay demasiado margen para seguir practicándolo. En cuanto al poder judicial, como es ya habitual, cuando comienza una nueva administración los jueces se vuelven más activistas y, en este sentido, los juicios por corrupción contra figuras del kirchnerismo han ocupado un lugar central en los tribunales y en la política.

En política exterior, Argentina dejó de militar en el hoy maltrecho espacio bolivariano, se acercó a Europa y propuso un cambio hacia unas relaciones maduras con Estados Unidos. Veremos en los próximos meses cómo se ajusta la relación con la llegada de Donald Trump a la presidencia. En lo regional, además de tener que atender la complicada situación del Mercosur, el gobierno ha mostrado interés en la Alianza del Pacífico. Pero la política exterior ha tenido algunos errores de la mano de la ministra Susana Malcorra, por ejemplo en relación con el asunto de las Malvinas o sus inoportunas declaraciones sobre el triunfo de Trump. Y un problema serio en la política exterior ha sido la prisión de la militante kirchnerista y líder de la agrupación Tupac Amaru, Milagro Sala, cuya libertad ha sido reclamada por organizaciones internacionales como la ONU y la OEA. Si bien el responsable no es el gobierno nacional sino la justicia de la provincia de Jujuy, todo el oficialismo ha pecado, en el mejor de los casos, de inexperiencia. Sala está en prisión desde enero de 2016. Es obvio que debería haber sido liberada por la primera denuncia y después, en todo caso, haber sido detenida por los otros supuestos –y numerosos– delitos que se le imputan.

El objetivo explícito del presidente de lograr la unión de los argentinos tiene estrecha relación con la llamada “grieta”, término que simboliza el profundo enfrentamiento de una sociedad dividida entre kirchnerismo y antikirchnerismo. ¿Se superó la grieta? Si bien la nueva administración muestra una actitud más dialoguista y menos militante que la anterior, todavía la sociedad sigue fragmentada sobre lo que supuso la era kirchnerista y sobre la nueva gestión de Macri.

 

¿Recortes en año electoral?

En el mes de diciembre se produjeron algunos cambios significativos en el equipo de gobierno, quizá para comenzar 2017 con una mayor cohesión gubernamental. Sorprendió la salida de Isela Constantini, presidente de Aerolíneas Argentinas, quien había evidenciado diferencias sobre la gestión y el rumbo futuro de la aerolínea de bandera. Menos sorpresivo fue el pedido de renuncia al ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay. La razón brindada por el gobierno y ratificada por el funcionario saliente fue que no se sentía cómodo con el “equipo” de gobierno. Se dividió la cartera y se espera que los nuevos funcionarios actúen contra el sobredimensionamiento del Estado, realicen un fuerte recorte del gasto público, bajen la inflación y diseñen una nueva estructura impositiva. Es cierto que el déficit fiscal fue mayor en el gobierno de Macri que en el último año de Fernández, especialmente por los gastos y planes sociales: para contrarrestar el aumento de la pobreza y prevenir una mayor conflictividad social, se crearon nuevos programas sociales y, en los preexistentes, se aumentaron el número de beneficiarios de planes y sus montos. Pero la tarea de recorte del gasto público es difícil, sobre todo teniendo en cuenta que 2017 es un año electoral (elecciones legislativas).

El nuevo año comienza con desafíos. Macri deberá poner en marcha la economía, sin haber explicitado un plan concreto de crecimiento. No obstante, existen mejores expectativas respecto a la bajada de la inflación, cierta recuperación del salario real y los efectos positivos del repunte de la obra pública. Y también deberá afrontar unas elecciones que si bien no modificarán demasiado la composición del legislativo, su resultado se tomará como termómetro para las elecciones presidenciales de 2019, donde el presidente competirá seguramente por su reelección. Enfrente del gobierno está un peronismo todavía dividido, pero consciente de que la unión de sus partes puede ponerlo nuevamente de pie. Las distintas corrientes peronistas debaten sobre el liderazgo del movimiento. Fernández sigue teniendo una base considerable de seguidores, pero su destino se está dirimiendo en los tribunales, asediada por numerosas causas de corrupción y una candidatura, todavía hoy, incierta.

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