Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa tras su intervención ante la Eurocámara, el 16 de enero de 2018. MATHIEU CUGNOT/PARLAMENTO EUROPEO

Sánchez ensaya modernidad española en la Eurocámara

Carlos Carnicero Urabayen
 |  17 de enero de 2019

Se ha debido de sentir bien Pedro Sánchez a su paso por el Parlamento Europeo. Ya sabemos que al presidente de España le gusta la política exterior y la diplomacia. Un área que escapa, con su parafernalia y tradiciones centenarias, de la pequeña política que cuenta los votos de un hemiciclo con un gobierno en minoría. También le interesa por su currículum: es el primer presidente español que ha tenido previamente experiencia internacional.

Sánchez fue asistente parlamentario en la Delegación Socialista del Parlamento Europeo. La sensación que ha debido experimentar desde la tribuna del hemiciclo se debe parecer a la del becario que un día regresa victorioso a la multinacional que engendró los titubeos del primer aprendizaje. También pasó por Bosnia para trabajar bajo las ordenes de Carlos Westendorp, una experiencia que recordó en su discurso. (Inexplicable que no se valiera de su buen inglés ni siquiera en el turno de réplicas).

Sánchez proyecta modernidad y moderada esperanza en esta Europa que ha cambiado a un ritmo vertiginoso. Su debilidad parlamentaria en casa es una novedad en España. Para muchos europeos es una anécdota. Suecia lleva cuatro meses tratando de formar gobierno. Alemania superó este tiempo y Bélgica ya sabemos que es el campeón en esta materia (541 días, entre 2010 y 2011; ahora, por cierto, el primer ministro Charles Michel está en minoría y su gobierno, roto).

El potencial de la nueva España es evidente. La pregunta es si Sánchez lo está sabiendo aprovechar. Una mirada a la última década nos descubriría a Zapatero desbordado por la ola de la crisis económica, a Rajoy surfeándola, con rescate bancario incluido, aunque él no lo llamara así. Por no mencionar el bochornoso goteo de la corrupción que salpicaba incesantemente las páginas de la prensa internacional.

Vale recordar también que hace menos de un año y medio, el mismo parlamento que ha recibido ahora tímidamente a Sánchez –poca asistencia ante su discurso, pero tengamos en cuenta también que la legislatura está agotada y sus euroseñorías están volcados en su reelección– debatió sobre Cataluña a la luz de la intervención policial del 1-O. Y no fue precisamente un debate fácil para la imagen de España.

Sí, a Pedro Sánchez le han preguntado por Cataluña en Estrasburgo, concretamente sobre la larga prisión provisional de los políticos independentistas, pero es evidente que las aguas están mucho más calmadas. El presidente español enmarcó acertadamente la crisis catalana en el marco de otras tensiones territoriales de Europa. Nada nuevo. Y citó singularmente a Baviera y explicó que la diferencia catalana estriba en que los agitadores del procés se negaron a cumplir la ley. Más sorprendente fue que Sánchez utilizara reiteradamente el argumento de la falta de mayoría del independentismo: ¿si la tuvieran, tendrían derecho a incumplir la ley y liquidar los derechos de las minorías? Sin duda, un argumento peligroso.

En clave europea, el eslogan central de Sánchez, “para que Europa nos proteja, nos toca proteger a Europa”, está cargado de sentido, aunque esconde la gran incógnita: ¿qué clase de Europa se puede proteger en el muy plural mapa político que ha dejado la gran crisis? Sus evocaciones al pasado sobre la amenaza de la extrema derecha y el riesgo de no tomarla en serio no son algo nuevo, pero sí es pertinente recordarlo.

La llegada de Vox ha hecho sonar las alarmas en España, pero en la Europa de Matteo Salvini, Víltor Orbán y tantos otros la novedad española –de momento andaluza– es una anécdota en el pie de página. Todavía se espera de España que empuje en la integración europea y lo haga con bastante más fuerza y claridad de la expresada por Sánchez (¿cómo reformar la zona euro de verdad para blindarla frente a futuras crisis?). También con bastante más fuerza. Discurso correcto. Tono apagado.

La Eurocámara ha denunciado reiteradamente los peligros del populismo y ha aislado consistentemente a los ultras en las grandes cuestiones. En primavera las elecciones europeas aumentarán con toda probabilidad estas incómodas voces. El observatorio Votewatch anticipa que La Liga de Salvini podría ser el partido con más escaños en el hemiciclo. Algunas predicciones incluso dan al plural conglomerado antieuropeo un tercio de los escaños. La deriva del centro-derecha europeo, imitando el discurso de los competidores a su derecha, anticipa un nuevo clima para la nueva legislatura.

España elegirá cinco escaños más de los que ahora tiene y el PSOE de Sánchez sueña discretamente con ser la primera delegación de los socialistas en su muy mermado grupo parlamentario. El agregador de encuestas de Politico proyecta para la socialdemocracia 134 escaños (actualmente tiene 186 y en la anterior legislatura, la de 2009-2014, fueron 196). Son este tipo de cálculos provincianos los que han mermado a una familia política que ha perdido de vista demasiado a menudo que sin unidad y fuerza europea su debilidad nacional está garantizada.

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