Una mujer vota durante las elecciones generales en Santo Domingo, el 5 de julio de 2020, en medio de la pandemia del coronavirus. GETTY

#SeFueron en 2020: fin de ciclo y alternancia en República Dominicana

El Partido Revolucionario Moderno de Luis Abinader gana con el 52,8% de los votos y evita la segunda vuelta, a 15 puntos del oficialismo liderado por el hasta ahora ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, delfín danilista.
Ana Belén Benito Sánchez
 |  6 de julio de 2020

“Éramos una familia. Los discípulos de Bosch. Nunca pensamos que se iba a crear una facción que desde el poder actuara con arrogancia, mentira y manipulación. Yo le pasé la antorcha a Danilo en 2012 a cambio de nada”.
Leonel Fernández

 

República Dominicana retomaba el 5 de julio el calendario electoral aplazado por el Covid-19, cuatro días después del fin del estado de emergencia. La victoria de Luis Abinader, del Partido Revolucionario Moderno (PRM), pone fin al ciclo hegemónico del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), consumido en la lucha fratricida entre sus facciones danilista y leonelista.

El PRM gana con el 52,8% de los votos y evita la segunda vuelta, a 15 puntos del oficialismo liderado por el anodino ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo, delfín danilista (37,2%), mientras que la Fuerza del Pueblo (FdP), del exmandatario Leonel Fernández, obtiene un 8,7%. En el Senado, el PLD gana en las provincias más pobres, pero pierde el control absoluto de esta institución, que tiene la última palabra en el proceso normativo y en la designación de los cargos más importantes del Estado.

La alternancia tras 16 años de peledeísmo cierra una de las campañas más convulsas e inciertas de la etapa poscaudillista. Arrancaba hace un año, con la militarización del Congreso para contener las protestas ante una hipotética reforma que diera vía libre a las intenciones reeleccionistas –frustradas desde la embajada de Estados Unidos– del presidente, Danilo Medina, y se incendiaba con la escisión que las primarias de octubre provocaron en el partido gobernante. En febrero de 2020, la campaña convulsionaba en la calle al grito ciudadano de #SeVan, frente a una Junta Central Electoral desacreditada por el fracaso del voto automatizado en las municipales, suspendidas cuatro horas después de iniciarse la votación y repetidas en marzo. Esta decisión reavivaba los fantasmas de pucherazo y connivencia, pero sobre todo el hartazgo en la ciudadanía. El avance de la oposición precipitaba la convocatoria de elecciones, azuzada por las prisas oficialistas de aprovechar su protagonismo en la respuesta frente a la pandemia, que por ahora deja 794 muertes.

Abinader, empresario cementero y hotelero de 52 años, gobernará con Raquel Peña como vicepresidenta. Peña es accionista de la industria de zona franca y administradora de la PUCMyM, una de las universidades que la influyente Iglesia católica tiene en el país y que ha presidido los diálogos interpartidarios convocados tras la crisis electoral. Abinader alcanza así en este tercer enfrentamiento con el danilismo el sueño que su padre intentara 30 años atrás. En 2012, acompañó al ex jefe de Estado Hipólito Mejía con el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y en 2016 lo intentó junto a la actual alcaldesa de la capital, Carolina Mejía, hija de Hipólito y secretaria general del PRM. En la dinastía leonelista también se vislumbra el relevo endogámico con su hijo Omar Fernández, que conseguiría un escaño.

El vencedor PRM es fruto del cisma que el histórico PRD vivió en 2014, cuando la pelea entre miguelistas e hipolitistas se saldó con la salida de Hipólito. Estas elecciones confirman que Miguel Vargas se quedó con las siglas del partido que en 1978 hiciera la transición, cooptado hoy por el peledeísmo en el juego mercenario aliancista; mientras que el PRM se llevó a la militancia, con la que ha reconquistado el poder. Un camino que Fernández ha intentado asestando una puñalada al danilismo con su estrategia de “divide y vencerás”. Tras perder las primarias, abandonaba la presidencia del PLD acusando de fraude a los “engreídos de Palacio” y creaba la Fuerza del Pueblo. Este divorcio en las filas moradas pone fin a una historia de rivalidades, pactos y traiciones entre Medina y Fernández en la lucha por el sillón presidencial, que ha arrastrado al país a dos reformas constitucionales en 2010 y 2015 para dar cabida a sus ansias de perpetuarse.

Fernández vuelve a contar en esta aventura con el apoyo del partido de su mentor Balaguer, el Reformista Social Cristiano (PRSC), resignado a negociar su supervivencia con el mejor postor. Su segunda al mando, Sergia Elena de Séliman –vicepresidenta de la Organización Demócrata Cristiana de América–, apoyó en 2012 la alianza con el PRD, afiliado a la Internacional Socialista. Otros reformistas, como Ito Bisonó, se han sumando a última hora a la candidatura del caballo vencedor Abinader. En este río revuelto, Margarita Cedeño –esposa de Fernández y vicepresidenta en las dos administraciones de Medina en un arreglo salomónico entre facciones– duplicaba sus opciones de ocupar una oficina gubernamental: primera dama con la FdP o vicepresidenta con el PLD.

El toque de queda y la prohibición de aglomeraciones mermaron el proselitismo de los contendientes, que acusaron al gobierno de prorrogar el estado de emergencia para invisibilizar a la competencia. La omnipresencia de Gonzalo Castillo gestionando los 57.000 millones de pesos destinados a la pandemia –y sus donaciones como empresario de servicios aeroambulatorios proveedor del Estado– han sido insuficientes para respaldar el proyecto danilista de “reelección en cuerpo ajeno”. Las intrigas palaciegas por hacerse con el botín del Estado han fagocitado, esta vez, al todopoderoso PLD. Su derrota pone fin a tres lustros de crecimiento sin redistribución y dominio de las instituciones de control que le han permitido salir impune de la trama de Odebrecht, del peculado obsceno de sus camarillas y el despilfarro de sus gobiernos corporativos.

El año 2020 certifica el agotamiento del PLD y el PRD, partidos fundados por Juan Bosch y protagonistas de la transición y consolidación democrática durante los últimos 50 años. Enemigos y socios cartel para permanecer en el poder, hoy desplazados por nuevas etiquetas partidarias que surgen del personalismo y la resistencia al relevo, viejos vicios de la cultura política dominicana. El PRM afronta un escenario pospandemia adverso –dependiente del turismo y las remesas– para abordar los grandes retos de la representación política: el déficit redistributivo y el déficit democrático. El primer paso será garantizar un traspaso pacífico de poder, sin venganzas ni rapiñas.

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