Silvio Berlusconi en la firma de un acuerdo con el Gobierno sobre el proyecto del 5º canal francés, el 22 de noviembre de 1985 en París, Francia. / GETTY

Silvio Berlusconi: polémico protagonista de la política italiana

Berlusconi dejó la huella más evidente de los últimos treinta años en la política de Italia. Empresario, político y a medio camino entre promotor de un modelo de auténtico liberalismo y de un populismo naciente, deja al partido que fundó en una situación complicada.
Ferdinando Nelli Feroci
 |  15 de junio de 2023

Con la muerte de Silvio Berlusconi finaliza una etapa de la historia de la República Italiana. Esta fase puso fin a la llamada Primera República, acabó con los partidos tradicionales, dio paso a la espectacularización de la política y al éxito de los partidos personalistas, y reforzó una relación directa entre dirigentes y ciudadanos.

Empresario de éxito primero en el sector inmobiliario y después con sus canales de televisión, a principios de los años 90, Berlusconi descubrió la política y se enamoró de ella: supuestamente, para defender a Italia del riesgo de un éxito electoral comunista; en realidad, como resultado de una mezcla de pasión y de intereses empresariales.

Sin lugar a dudas, Berlusconi fue –para bien o para mal– la personalidad que dejó la huella más evidente en los últimos veinticinco o treinta años de la historia de Italia. Fundó una nueva coalición de centro-derecha y encarnó e inspiró una nueva forma de hacer política, a medio camino entre un modelo de auténtico liberalismo en Italia y la tentación de abrazar los métodos de un populismo naciente. Berlusconi fue también la personalidad más divisoria y controvertida de estos treinta años de vida política italiana.

Amado incondicionalmente por sus partidarios y combatido por sus oponentes, en sus años de protagonismo, Berlusconi contribuyó sin duda a la modernización del país y de sus instituciones. Modernizó el sistema de partidos, reintegró a la derecha posfascista Alleanza Nazionale (Alianza Nacional) en la mayoría gobernante e “institucionalizó” los impulsos secesionistas de la Liga. Gracias también al sistema electoral mayoritario recién establecido, introdujo efectivamente la alternancia en el gobierno en Italia tras décadas de democracia consociacional. Por último, forzaba a la oposición (con raras excepciones) a definir sus programas basándose en un rígido antiberlusconismo que frenaba su creatividad y su visión.

Pero al líder político le resultaba difícil coexistir con el empresario, lo que dio lugar a un conflicto de intereses nunca resuelto. Esto, a su vez, provocó un desafío constante al poder judicial, que se percibía como hostil, también llevado a cabo mediante leyes “ad-personam” en nombre de un “garantismo” supuestamente superior. Pero, sobre todo, Berlusconi consiguió llevar a cabo de forma marginal las reformas que había prometido, necesarias para lograr una Italia con menos Estado y más mercado, para aplicar un programa que supuestamente liberaría los “espíritus animales” del capitalismo italiano, y para poner en marcha una economía que siempre había sufrido demasiadas “trabas y restricciones”.

A pesar de sus promesas y de su larga permanencia en el gobierno, y a pesar de contar con amplia mayoría en el Parlamento, al final, Berlusconi también tuvo que lidiar con la resistencia de poderosos grupos de presión y corporaciones en un país tan difícil y complejo de gobernar como Italia.

En la política exterior, confió mucho en su capacidad para establecer buenas relaciones personales, llevando al extremo su enfoque centrado en dichas relaciones. Éstas fueron excelentes con Vladimir Putin durante sus primeros años en el Kremlin (y la razón del éxito de la cumbre Pratica di Mare), pero con implicaciones espinosas tras la agresión rusa a Ucrania; excelentes también con George W. Bush, a quien Berlusconi concedió el apoyo de Italia en el momento de la guerra de Irak, a pesar de su íntima convicción de que esa guerra fue un trágico error; e igualmente excelente con Muamar Gadafi, con quien Berlusconi sentó las bases de una colaboración que se esperaba garantizara a Italia el suministro energético y el control de los flujos migratorios.

Mucho más complicadas, sin embargo, fueron las relaciones de Berlusconi con algunos líderes europeos, como la canciller alemana Angela Merkel o el presidente francés Nicolas Sarkozy, de los que le separaba un abismo en cuanto a formación y cultura política, y con los que nunca llegó a realizar convergencias.

Convencido del lugar de Italia en el bloque atlántico y occidental y de sus vínculos con Estados Unidos, Berlusconi se centró sistemáticamente en el carácter estratégico de la relación transatlántica y en el refuerzo de la presencia italiana en la OTAN, también contra las tentaciones de “tercera fuerza” de otras fuerzas políticas de la mayoría que le apoyaba en el Parlamento. Hacia Moscú, Berlusconi se propuso mantener, a lo largo de los años, una relación de cooperación convencida y sincera, convencido como estaba de que Rusia era un socio indispensable para Italia, no solo para el suministro energético y las relaciones económicas, sino también como interlocutor para la seguridad europea y algunos desafíos globales. La agresión de Rusia contra Ucrania le puso en un aprieto y le obligó a una ambigüedad que muchos en el extranjero han considerado excesiva.

Su relación con Europa y la UE experimentó una notable evolución a lo largo de los años. Berlusconi pasó de una actitud inicial de desconfianza hacia un proyecto que le parecía demasiado complejo y alejado de las preocupaciones reales de sus electores a una convicción sincera de que el destino de Italia estaba y está estrechamente ligado al de Europa. No es casualidad que, en los últimos tiempos, Berlusconi se empeñara en presentarse como el garante del compromiso de Italia con Europa. Su firme determinación de anclar el partido que quiso y fundó, Forza Italia, en la familia del Partido Popular Europeo es, a fin de cuentas, un testimonio de la confianza de Berlusconi en el proyecto europeo.

Incapaz de elegir a un sucesor después de haber dejado caer a tantos, o quizá poco convencido de la necesidad de designar a uno, Berlusconi deja un partido ya en declive en una situación difícil.  Hasta ahora, Forza Italia había sido el partido preferido por un electorado moderado de centro-derecha en todo el país. Ahora queda por ver si la nueva dirección garantizará la solidez del partido marcada hasta ahora por el liderazgo de su fundador o si, por el contrario, los demás socios de la coalición y quizás el tercer polo se llevarán a los votantes del partido creado y fundado por Silvio Berlusconi.

Artículo traducido del inglés de la web del Istituto Affari Internazionali (IAI).

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