Dos actores disfrazados durante una manifestación contra los robots asesinos militares. Berlín, 24 de agosto de 2018. GETTY

¿Ningún avance sobre las armas autónomas?

La escasa regulación de las armas autónomas se explica por la oposición de EEUU y Rusia, entre otras potencias, que no quieren desaprovechar las oportunidades militares que brindan los nuevos sistemas, a pesar de los riesgos inherentes derivados de la falta de control humano.
Daniele Amoroso y Guglielmo Tamburrini
 |  22 de febrero de 2022

La sexta conferencia de revisión de los Estados partes de la Convención de la ONU sobre Ciertas Armas Convencionales (CCW, por sus siglas en inglés), celebrada del 13 al 17 de diciembre de 2021 en Ginebra, fue una oportunidad perdida para comenzar un camino fructífero hacia la regulación de los sistemas de armas autónomas. Según las expectativas generales –véase, por ejemplo, aquí, aquí y aquí–, los Estados parte de la CCW se limitaron a actualizar el trabajo del Grupo de Expertos Gubernamentales (GEG) sobre Sistemas de Armas Autónomas Letales (LAWS), creado en 2016, sin dar ni un mandato claro para que el GEG negocie un instrumento multilateral sobre la cuestión, ni la más mínima indicación de su posible contenido –véase la Decisión 1; el texto del documento final de la conferencia está disponible aquí–.

Esta falta de ambición es muy decepcionante, sobre todo tras los recientes llamamientos para obtener resultados más tangibles expresados por varios actores internacionales independientes e influyentes, como el secretario general de la ONU, el Comité Internacional de Cruz Roja (CICR) y una gran mayoría de Estados. En particular, existe un consenso cada vez mayor entre los actores internacionales en torno a la idea de que todos los sistemas de armas, incluidos los que tienen elementos de autonomía, deben estar siempre sujetos a un control humano calificado de “significativo” –o con atributos similares–, sobre todo en lo que respecta a las funciones de selección de objetivos y enfrentamiento, las más críticas desde una perspectiva ética y jurídica.

Los observadores coinciden en que el fracaso de la sexta conferencia de revisión, así como las dificultades en los trabajos del GEG se deben en última instancia a las acciones de un pequeño grupo de potencias militares –ver, por ejemplo, aquí y aquí–. Lideradas por Estados Unidos y Rusia, estas potencias utilizan el método del consenso, que caracteriza el proceso de toma de decisiones de la CCW, para bloquear cualquier avance en el debate. Esta oposición a la regulación multilateral se explica por el temor a que un requisito excesivamente restrictivo de control humano conduzca a una prohibición indiscriminada de todas las armas autónomas, a pesar de los beneficios militares esperados.

 

«Existe un consenso creciente en que todos los sistemas de armas deben estar siempre sujetos a un control humano, sobre todo en lo que respecta a las funciones de selección de objetivos y enfrentamiento, las más críticas desde una perspectiva ética y jurídica»

 

En un reciente artículo publicado en The International Spectator, tratamos de disipar estas preocupaciones defendiendo un enfoque “diferenciado”, aunque “basado en principios” y “prudente”, del ejercicio de un control humano significativo (Meaningful Human Control, MHC, en inglés) sobre los sistemas de armas. Nuestro enfoque se diferencia en que rechaza las soluciones uniformes a la cuestión del control humano, y al mismo tiempo que se abstiene de prohibir todos los sistemas de armas autónomos. Existen niveles normativamente aceptables de autonomía –por ejemplo, autonomía supervisada– para algunos sistemas de armas –por ejemplo, armas autónomas antimateriales con funciones exclusivamente defensivas–. Sin embargo, siempre hay que respetar estrictas limitaciones operativas –como restricciones en las ventanas de tiempo de uso o en las características del campo de batalla– para garantizar que la autonomía de un arma nunca obstaculice el funcionamiento del MHC. Las funciones propuestas para los seres humanos en el MHC –operadores de respuesta a emergencias y atractores de responsabilidad– tienen un fundamento ético y legal, lo que hace que nuestro enfoque posea principios. Por el contrario, su carácter prudencial se manifiesta en la imposición de los niveles más estrictos de control humano sobre la participación en los objetivos en ausencia de disposiciones menos restrictivas acordadas internacionalmente. Esta regla está motivada, por defecto, por las incertidumbres sobre el comportamiento de los sistemas de armas autónomos.

Más recientemente, el CICR ha hecho una propuesta igualmente diferenciada, donde se establecen dos prohibiciones amplias: 1) las armas autónomas antipersona y 2) las armas autónomas de comportamiento imprevisible. Por lo demás, la autonomía de los sistemas de armas está permitida, aunque sujeta a severas restricciones con respecto a los tipos de objetivos; los límites de duración; el alcance geográfico y la escala de uso; los límites de las situaciones de uso –como la ausencia de civiles–, y la garantía de la supervisión humana y el poder de veto. Esta propuesta de dos vertientes, prohibición o regulación, fue defendida por el actual presidente del GEG, el embajador belga Marc Pecsteen de Buytswerve, en su intento de fomentar el consenso sobre la necesidad de negociar un instrumento multilateral sobre los sistemas de armas autónomas. Sin embargo, su apoyo no tuvo el efecto deseado, como demuestra el resultado de la última sesión del GEG y de la sexta conferencia de revisión de la CCW.

En consecuencia, los Estados y las ONG interesados pueden considerar la posibilidad de explorar foros alternativos para negociar un acuerdo internacional que establece el requisito del MHC, en línea con lo sucedido ya con la Convención sobre la Prohibición de las Minas Antipersonales y la Convención sobre Municiones en Racimo.

Artículo publicado originalmente en inglés en la web de The International Spectator, la revista del Istituto Affari Internazionali (IAI).

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