Sudán del Sur, la guerra que alimenta el hambre

Mónica Camacho
 |  1 de marzo de 2017

En los últimos días, el mundo ha tomado conciencia de la crisis nutricional que se vive en algunas zonas de Sudán del Sur. Resulta evidente que el conflicto, que va por su tercer año, está agravando la falta de acceso humanitario a comunidades muy vulnerables. Los combates están forzando a la población a abandonar sus hogares y hacen que la ayuda humanitaria no pueda llegar a quienes más la necesitan. Y la situación podría emporar. Con la llegada el próximo mes de la temporada de lluvias intensas, las carreteras se convertirán en un barrizal impenetrable y muchos sursudaneses quedarán aislados.

En las zonas de Dablual y Mirniyal, en el norte de Mayendit, equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) han detectado niveles de desnutrición infantil muy altos. En enero descubrieron que el 25% de los menores de cinco años padecía desnutrición aguda global, y el 8,1% de los menores de cinco años sufría desnutrición aguda severa. Esto se traducía en que uno de cada cuatro niños atendido en las clínicas de MSF tenía desnutrición y casi uno de cada diez la padecía en su forma más grave.

Me cuentan mis compañeros que han viajado durante días a pie y en canoa a través de los pantanos de Leer y Mayendit que la población que vive allí no pudo sembrar en la temporada de labranza porque la guerra les obligó, en muchas ocasiones, a abandonar sus campos. Los mercados están, en su mayoría, vacíos. Y donde hay alimentos a la venta, los precios son demasiado altos. Se da el caso de que, en algunas áreas, la gente está sobreviviendo a base de semillas de nenúfares.

La extrema violencia que vive Sudán del Sur, y que se ha recrudecido desde la ruptura de los acuerdos de paz en verano de 2016, está teniendo un terrible impacto en la capacidad de las personas para hacer frente a sus necesidades más básicas. El acceso a agua potable, alimentos, refugio y atención médica resulta un desafío para el que, en demasiadas ocasiones, tienen que cruzar líneas de frente y arriesgar su vida.

Y esta falta de seguridad afecta a todos los servicios. Así, en estos momentos, en Leer nos resulta imposible reabrir un hospital que hubo que evacuar en julio a causa de la inestabilidad reinante. En estas condiciones, brindar asistencia médica a una población que se desplaza constantemente de un lugar a otro buscando protección resulta un reto que tratamos de cubrir a través de nuestra red de trabajadores comunitarios de salud.

Más al norte, en Wau Shilluk, la situación no es mucho mejor. A finales de enero, la mayoría de sus 20.500 habitantes huyó cuando comenzó el fuego de artillería al otro lado del Nilo. Los pocos habitantes que permanecieron en la localidad la abandonaron tres días más tarde, cuando el mercado fue alcanzado por disparos de mortero. Muchos de ellos se refugiaron en el monte y necesitan ayuda humanitaria urgente. Otros, con más recursos, han buscado cobijo en Sudán.

 

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Crisis nutricional en Sudán del Sur. Fuente: Al Jazeera

 

En constante desplazamiento

El único recurso de la población ante la violencia es huir, desplazarse en busca de un refugio seguro para sus familias o, simplemente, tratar de llegar donde creen que podrán recibir ayuda. Así lo hizo Nyayolah, que llegó a una clínica de MSF acompañada de sus dos hijos gemelos de apenas un año; ambos sufrían desnutrición. Entre octubre y noviembre del año pasado tuvo que escapar de su aldea hasta en tres ocasiones para ocultarse en el bosque. Su relato es el de miles de sursudaneses:

“Aprendimos a distinguir el ruido de los vehículos y los tanques de los hombres armados. Cuando escuchamos que se aproximaban, cogimos todo lo que pudimos llevar con nosotros y corrimos. Con mis hijos en brazos y mi hija de cuatro años a mi lado escapamos de la aldea. Vi a algunos de mis vecinos caer al suelo tras ser alcanzados por los disparos. Otros arrojaban sus pertenencias para poder correr más rápido. Pasamos el día escondidos entre los arbustos y esperamos a que se hiciera de noche. Entonces volvimos al pueblo cuando los soldados ya se habían ido. Tras cada ataque, volvíamos a casa y había menos cosas. Primero, desapareció el ganado, después lo hicieron nuestras cosechas y, finalmente, nuestras casas fueron saqueadas y quemadas”.

Finalmente, la familia de Nyayolah decidió dejar su aldea y buscar refugio en una isla entre los pantanos.

Tras más de tres años de conflicto sostenido y de violencia, una gran parte de la población lo ha perdido todo y hace lo imposible a diario por sobrevivir. Más de tres millones de personas han tenido que huir de sus hogares para buscar refugio dentro y fuera del país y cientos de miles no pueden acceder a asistencia médica o humanitaria.

Su capacidad de resistencia está al límite. MSF atiende a más de 60.000 pacientes al mes, en una de las operaciones más grandes que la organización tiene desplegadas en todo el mundo. Aun así, no es suficiente; nada parece serlo si no se detiene la guerra y el conflicto.

Las perspectivas para los próximos meses no son halagüeñas. Con la actual temporada de sequía y con combates abiertos en muchas zonas del país, la comida y la atención médica empiezan a ser un lujo al alcance de unos pocos. La guerra está terminando con la esperanza de miles de sursudaneses que hace poco más de cinco años celebraban la independencia de su vecino del norte. Hoy, pocos recuerdan la ilusión con la que se festejó el nacimiento del que fue llamado el país más joven del mundo. Las balas han silenciado su presente y amenazan su futuro.

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