Yoshihide Suga tras ser elegido nuevo presidente del Partido Liberal Democrático (PLD), el 14 de septiembre en Tokio, Japón. EUGENE HOSHIKO. GETTY.

Suga y el reto de gestionar el legado de Abe

Suga hereda de Abe una agenda amplia y compleja con numerosos desafíos económicos, diplomáticos y de seguridad. Solo dispone de un año antes de que se celebren elecciones legislativas.
Isidre Ambrós
 |  16 de septiembre de 2020

Yoshihide Suga, de 71 años, hijo de un agricultor de fresas y de una maestra, es el político elegido por el Partido Liberal Democrático (PLD) para dirigir el destino de Japón después de la dimisión de Shinzo Abe, por una colitis ulcerosa, a finales de agosto. Suga es un político de perfil gris que ha crecido a la sombra de Abe, quien en su primer gobierno (2006-07) lo nombró titular de Asuntos Internos y Comunicaciones y en el segundo (2012-2020), portavoz y secretario jefe del Gabinete. A Suga le espera una abrumadora lista de desafíos económicos, diplomáticos y de seguridad. Un conjunto de retos que Abe, después de ocho años al frente de la tercera potencia mundial, no pudo resolver debido, en parte, al impacto de la pandemia del coronavirus y, en muchos casos, a su complejidad.

Suga, que toda su vida ha cultivado una imagen de hombre hecho a sí mismo y cuyo lema es “donde hay voluntad, hay camino”, no dispone, sin embargo, de mucho tiempo para concluir los asuntos que Abe –heredero de una dinastía política que desde joven le preparó para ejercer el poder– dejó pendientes. Su mandato finalizará en octubre de 2021, a menos que decida disolver la Dieta y convocar elecciones anticipadas.

En su primer discurso como nuevo líder del PLD, Suga lanzó un mensaje de tranquilidad. Afirmó con contundencia que “tomaré el control y promoveré los esfuerzos que ha hecho el primer ministro Abe” y se comprometió a continuar las reformas emprendidas por este. Dicho en otras palabras, garantizó la continuidad de la llamada Abenomics, la política económica que Abe aplicó desde que asumió el poder a finales de 2012. Una estrategia que tenía por objetivo reactivar la economía japonesa y poner fin a dos décadas de deflación. El plan se basaba en una política monetaria ultraflexible, unos estímulos fiscales a través del gasto público y unas profundas reformas estructurales. El anunció de Suga tranquilizó a los mercados, ansiosos por averiguar si la política económica sería continuista o no.

A Suga, sin embargo, le queda por aplicar la parte más dura de la Abenomics: las reformas estructurales. Un desafió que supone abordar la reforma de un rígido mercado laboral, con la mirada puesta en abrir la puerta a la mano de obra extranjera y facilitar el acceso al trabajo de las mujeres, que ahora ocupan menos del 12% de lo puestos de gestión, frente al 30% que se había propuesto alcanzar Abe en 2020. Todo ello en un contexto donde las estadísticas inquietan: la sociedad japonesa envejece rápidamente y ya es el país que tiene la mayor proporción de población anciana del mundo, además de una deuda que representa el 237% de su economía.

El coronavirus ha contribuido a empeorar la situación, a pesar de que Japón no ha registrado un brote explosivo de Covid-19, como sí ha sucedido en otros países. Sin embargo, la pandemia ha llevado al país a entrar en recesión, con una caída del PIB del 7,8% en el segundo trimestre del año (el peor dato desde 1955), barriendo de un plumazo todos los efectos positivos de la Abenomics.

La situación podría empeorar si el brote de coronavirus se prolonga en el tiempo. Supondría ahondar en la crisis económica, agravaría la caída de las exportaciones, reduciría aún más los ingresos del turismo y, quizá, provocaría un nuevo aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio, previstos para el verano del 2020 y que ya se han sido trasladados, provisionalmente, al verano de 2021, con la consiguiente merma económica.

En definitiva, una compleja situación económica en la que Suga deberá emplearse a fondo para que Japón recupere la senda del crecimiento de su PIB.

 

Política exterior: talón de Aquiles

Si en el ámbito económico el nuevo primer ministro afronta una situación complicada, no lo tiene más fácil en política exterior, posiblemente su talón de Aquiles. A este político, que en los últimos ocho años ha sido la mano derecha de Abe y gusta de almorzar fideos soba para poder comer en cinco minutos y regresar rápido al trabajo, le tocará defender los intereses de Japón ante unas potencias poco dispuestas a pactar.

En este ámbito el legado de Abe es incierto. En casi una década ha conseguido recuperar el prestigio que Japón había perdido en los foros internacionales, pero no ha podido resolver los contenciosos pendientes con los países vecinos. Su sucesor, que trabajó en una fábrica de cartones y en un mercado de pescado para pagarse los estudios universitarios, deberá emplearse a fondo para intentar resolver algunos de estos litigios.

Suga deberá esforzarse para mejorar las frías relaciones que Tokio mantiene con Corea del Sur. Las diferencias tienen su origen en las disputas sobre los coreanos obligados a trabajar para empresas japonesas en tiempos de guerra y por las llamadas “mujeres de confort”, un eufemismo con que las tropas imperiales denominaban a las coreanas que encerraban en los burdeles militares. Las discrepancias se han ampliado en los últimos tiempos al comercio y la seguridad.

El nuevo premier también hereda el complejo caso de las docenas de japoneses secuestrados por Corea del Norte hace décadas y que siguen desaparecidos. Abe prometió resolver este asunto y lograr su regreso a Japón. Hasta ahora, la obstrucción por parte de las autoridades de Pyongyang ha impedido cualquier avance.

Otro asunto espinoso que asume Suga es el contencioso que enfrenta a Japón con Rusia por la soberanía de varias islas del archipiélago de las Kuriles. Abe se esforzó por poner fin a esta disputa, que se remonta a la Segunda Guerra Mundial, y llegó a rebajar sus reivindicaciones territoriales a sólo dos de las islas más meridionales, frente a las cuatro que reclamaba inicialmente. Pero no logró cerrar la cuestión.

El asunto más urgente y complejo, sin embargo, es la mejora de las relaciones con China. Japón y China: socios comerciales y rivales políticos. La política china en la región es cada vez más asertiva y eso incomoda profundamente a las autoridades japonesas. Pekín y Tokio chocan por la soberanía territorial de las islas denominadas Diaoyu en China y conocidas como Senkaku en Japón, un archipiélago deshabitado pero rodeado de unas aguas ricas en petróleo, gas y recursos naturales, que administra Tokio y reclama Pekín.

En los últimos años, Abe había logrado reconducir las relaciones y mejorar el clima de entendimiento, pero la represión de China sobre la provincia de Xinjiang y sobre Hong Kong, además de la política cada vez más agresiva del gigante asiático en el mar de China Meridional, han vuelto a enfriar el diálogo entre las dos potencias. Suga deberá hacer gala de sus mejores dotes de diplomacia para hallar el punto de equilibrio entre sus prioridades económicas y de seguridad. Objetivo nada fácil de alcanzar debido a que China está enfrascada en una amplia confrontación con Estados Unidos.

La situación que vive EEUU no facilitará la estrategia exterior del nuevo premier nipón. Su presidente, Donald Trump, tiene el objetivo puesto en las próximas las elecciones presidenciales, lo que unido a su capacidad para adoptar decisiones impredecibles sugiere una etapa llena de altibajos en las relaciones bilaterales entre los dos países. Los analistas japoneses señalan que Washington podría presionar a Tokio para que tome partido en su contencioso con Pekín. Todo un dilema para Suga, ya que si uno es su principal aliado en seguridad, con el otro mantiene una estrechísima relación comercial. Esta presión se sumaría a la que ya sufre Japón para que asuma más responsabilidades en su defensa y pague más para albergar a las tropas estadounidenses, así como para que ejerza un mayor liderazgo a la hora de promover una región Indo-Pacífico libre y abierta, contrarrestando así el ascenso de China.

Estas presiones están ligadas a la histórica iniciativa que lanzó Abe de reinterpretar la Constitución pacifista de Japón. El proyecto pretende poner fin a la prohibición de recurrir a la guerra como derecho soberano de autodefensa y al uso de la fuerza como medio para resolver disputas internacionales. La cuestión divide a los japoneses. Tocará al nuevo líder decidir si se trata de un asunto prioritario.

No tendrá mucho tiempo para ello. Decididamente, si hay algo que no le sobrará a Suga será margen para afrontar y resolver los asuntos pendientes de la agenda de Abe. El futuro de la tercera potencia mundial está en sus manos.

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