Terrorismo nuclear: ¿mito o realidad?

Vicente Garrido Rebolledo
 |  27 de abril de 2016

A lo largo de los últimos años se ha especulado mucho acerca de la posibilidad de que un grupo terrorista pueda atentar contra instalaciones, materiales nucleares o fuentes radiactivas. La relativa estabilidad de un mundo basado en la existencia de cinco potencias nucleares de iure (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China) y tres potencias nucleares de facto (India, Pakistán e Israel), además de Corea del Norte, ha sido progresivamente sustituida por la incertidumbre derivada de un mundo donde se ha incrementado de forma considerable el número de Estados con capacidad nuclear. Además, la existencia de grupos terroristas que han declarado su intención de adquirir, robar u obtener de cualquier otra forma materiales nucleares con la finalidad de fabricar artefactos nucleares, dibujan un preocupante panorama internacional donde la seguridad física nuclear se ha convertido en uno de los ejes centrales de la política de seguridad de muchos países, en especial de EE UU.

El término seguridad nuclear engloba diferentes actividades, incluyendo la prevención y detección del robo, sabotaje, acceso no autorizado y transferencia ilegal, o bien otros actos de tipo criminal que involucren materiales nucleares, radiactivos e instalaciones asociadas, así como la respuesta a dichos actos criminales. Sin embargo, desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 el concepto seguridad nuclear ha estado más vinculado a la prevención de los actos de terrorismo nuclear.

No se conoce de forma cierta la relación existente entre terrorismo y armas de destrucción masiva y, en particular, el denominado terrorismo nuclear. En marzo de 2016 un informe del Harvard Kennedy School’s Belfer Center for Science and International Affairs señalaba tres tipos potenciales de “terrorismo nuclear o radiológico”. El primero de ellos –el más difícil de conseguir, pero el de consecuencias más devastadoras si se llegase a materializar– es que los terroristas adquieran o fabriquen una bomba nuclear y la hagan detonar en una ciudad densamente poblada. El material nuclear apto para fabricar un artefacto de tales características es el uranio altamente enriquecido (HEU) al menos al 90%. Una segunda posibilidad es la fabricación de una “bomba sucia”, tras el robo de una fuente radiactiva, de uso médico o industrial, y dispersada mediante un explosivo o por cualquier otro medio con el fin de diseminar elementos radiactivos en la atmósfera. Aparentemente, se trata de algo tan sencillo que muchos expertos se sorprenden de que no haya sucedido aun. Un tercer escenario está basado en la posibilidad de que un grupo terrorista ataque o lleve a cabo un acto de sabotaje con explosivos convencionales (o cualquier otro método) contra una central nuclear con el fin de provocar un daño en la instalación, con el resultado de una emisión incontrolada de radiación y la contaminación de las personas y el medio ambiente.

Este último escenario es el que más preocupante. De hecho, en 2015 el sistema informático de la agencia nuclear belga fue saboteado y en 2012, un trabajador de la central Doel-4 abandonó su empleo para irse a combatir a Siria. En esa planta hubo también un sabotaje en 2014, cuando un individuo, que no fue identificado, vertió 65.000 litros de lubricante en una turbina. El incidente no puso en peligro la seguridad de la central, ya que no se dispersó ningún material radiactivo, pero la planta estuvo cerrada cuatro meses y el coste estimado de su reparación ascendió a cerca de 200 millones de dólares.

Tras lo últimos atentados terroristas en Bruselas, tanto las autoridades belgas como muchos países vecinos temen que el próximo objetivo de los yihadistas sea un ataque contra una central nuclear, incluso en forma de ciberataque, “de aquí a cinco años”, como señalaba a finales de marzo el coordinador antiterrorista de la UE, Gilles Kerchove. Existe, de hecho, alguna información inquietante relacionada con los atentados de París del 13 de noviembre de 2015 referida a que, entre el material incautado a los autores de los atentados, había una grabación de vídeo que confirmaba que los terroristas y sus colaboradores vigilaron los movimientos del responsable del programa de investigación y desarrollo nuclear belga.

 

Cumbre Nuclear en Washington

Cumbre de Washington sobre seguridad nuclear

 

Arquitectura de seguridad

La amenaza del terrorismo nuclear ha llevado a un buen número de Estados a adoptar una serie de medidas urgentes, dentro de lo que se conoce como “Arquitectura Global” de seguridad física nuclear, basadas en la prevención. Uno de los ejes de dicha arquitectura ha sido el proceso de Cumbres de Seguridad Nuclear, cuya última cita se celebró en Washington el 31 de marzo y 1 de abril de este año, con la participación de más de 50 países y a la que, por primera vez, no asistió Rusia.

La Cumbre de Washington ha cerrado un ciclo de cumbres que comenzó en esa misma ciudad en 2010. Siguieron otras citas en Seúl (2012) y La Haya (2014). El principal objetivo del proceso ha sido reforzar la cooperación entre los Estados a la hora de asegurar los materiales nucleares vulnerables en todo el mundo. Esperar que ello se produzca poniendo una fecha final al proceso, mediante la institucionalización a nivel estatal de los compromisos políticos (no vinculantes) acordados en las cuatro Cumbres ha sido, y seguirá siendo, el principal reto. Por ello el comunicado final de la Cumbre de Washington insta a la creación de un grupo de contacto de alto nivel que se reúna de forma regular para avanzar en la definición de los objetivos acordados en las cumbres. Además, en el comunicado se menciona también la importancia de seguir contando en este proceso con la industria nuclear y la sociedad civil.

A nivel institucional, la Cumbre aprobó cinco planes de acción, reconociendo la necesidad de un enfoque global integrado para reforzar los mecanismos de seguridad física nuclear con la ONU, a través de la Resolución 1540 (2004) del CSNU (cuyo Comité preside España); el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA); Interpol; la Iniciativa Global Contra el Terrorismo Nuclear (IGTN) y el Partenariado Global (Global Parnership). En definitiva, se trata de conseguir una gobernanza global efectiva en materia de seguridad física nuclear, tarea que no resulta sencilla ante la multiplicidad de foros de diferente carácter, grado de institucionalización y universalización, pero, sobre todo, por los recelos que en cada uno de los foros despierta una posible pérdida de competencias a favor de otras iniciativas.

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